Es común escuchar que las personas se refieran otras como “bipolares”, por los cambios de humor que puedan presentar durante el día; pero el término correcto sería voluble, es decir, que cambia su estado de ánimo con mucha frecuencia. La bipolaridad es un tema mucho más complejo y poco comprendido.
El trastorno bipolar es una enfermedad que forma parte de los trastornos del estado de ánimo, en el cual, la persona que lo sobrelleva tiene cambios inusuales en el estado de ánimo, hay ocasiones en las que se sienten felices y animados, además de tener más energía de lo normal; ha esto se le conoce como episodio maniaco. Mientras que en otros momentos se siente muy tristes, con falta de energía y de interés en sus actividades cotidianas, lo cual se conoce como episodio depresivo.
Si bien, se parece a los estados de ánimos que muchos sobrellevamos día a día, la intensidad y frecuencia es muy diferente. Una persona con bipolaridad suele tener alteraciones en el sueño, incapacidad para pensar con claridad, comportamientos narcisistas y sentimientos de euforia (durante el episodio maniaco), ideación suicida (durante el episodio depresivo), laceración de las relaciones interpersonales, dificultades en el trabajo o la escuela, entre otros síntomas significativos.
El trastorno bipolar – al igual que cualquier trastorno psicológico- tiene una base biológica, es decir, que se puede presentar en cualquier persona. Se desconoce la causa exacta del trastorno bipolar, pero es posible que tenga que ver con una combinación de factores genéticos y ambientales y de la alteración de las sustancias químicas y las estructuras del cerebro.
Los síntomas de las personas con bipolaridad principalmente son cambios en el estado de ánimo (altibajos emocionales, tristeza, pérdida de interés o placer en hacer actividades, ansiedad, apatía, culpa, descontento general, desesperanza, enfado, euforia, pérdida de interés o temor, etc.), cambios en el comportamiento (comportamiento desorganizado, conductas de riesgo, irritabilidad, agitación, agresión, automutilación, deseo sexual excesivo, hiperactividad, impulsividad o llanto), síntomas cognitivos (pensamientos no deseados, lentitud para realizar actividades, delirio, falsa creencia de superioridad, falta de concentración o pensamientos acelerados) condiciones psicológicas (depresión, episodio maníaco, depresión agitada o paranoia) alteraciones en el sueño (dificultad para quedarse dormido o somnolencia excesiva), entre otros.
Con frecuencia, los síntomas comienzan a presentarse en la adolescencia tardía o la adultez temprana, pero de igual manera puede presentarse algún caso en cualquier otra edad. Por lo general, es una enfermedad perene, es decir, que se puede controlar, pero que se presenta durante toda la vida. Es importante que la persona con este padecimiento reciba atención psiquiátrica y atención psicológica, como parte de su tratamiento.