Como sucede en una primera impresión, pareciera que la ley del mínimo esfuerzo nos invita a dejar de hacer lo que estamos haciendo, e inclusive, de manera errónea, aplicamos ese término cuando una persona cumple con su tarea de manera precaria; pero no, no se refiere a que dejes de esforzarte, más bien, se centra en encontrar la manera de reducir el esfuerzo necesario para alcanzar un objetivo.
Es decir, cuando algo se puede hacer de diferentes maneras, la mejor siempre será aquellas que implique menos gasto de energía, ya que esto nos llevará ser más eficientes.
Si bien el esfuerzo es loable y apreciado – ya que está relacionado con el valor de las cosas – no siempre un mayor esfuerzo genera mejores resultados. Por ejemplo, se puede lavar la ropa a mano: tallar, enjugar y exprimir, pero eso mismo, también lo puede hacer la lavadora, en menos tiempo y quizás con mejores resultados; en este ejemplo, la cantidad de esfuerzo invertido no es proporcional a los resultados, por el contrario, hubo más desgaste de energía.
Existen personas, que consideran que esta ley no es aplicable a su estilo de vida, e inclusive zahieren a las personas que no se esfuerzan como ellos. Estoy de acuerdo que la vida no siempre es sencilla y que hay ocasiones en las que necesitamos esforzarnos un poco más, pero, si eres de las personas que ven su vida como una carrera de obstáculos en donde siempre hay algo que superar, entonces estás haciendo las cosas mal; lo que rápidamente te llevará a un estado de frustración.
Cuando nos obsesionamos con algo, es común sentir agobio, estrés y ansiedad; estos estados psicológicos nos indican que nos estamos esforzando demasiado en alguna situación. Y para ser sinceros, no por esforzarte demasiado, vas a obtener más beneficios que aquellos que no se esfuerzan como tú; ya que la productividad no depende de la energía que invertimos, sin la eficacia y eficiencia, que guíen las acciones.
Y entonces, es aquí donde encontramos nuestro primer obstáculo: renunciar al control y dejar que las cosas fluyan. No, no me refiero a que tomes una actitud relajada y pasiva antes tus tareas cotidianas, simplemente que encuentres la forma más sencilla de hacer las cosas bien.
Permitir que las cosas fluyan, pudiera ser sinónimo de paciencia. Si actúas de manera precipitada (y regularmente imprudente) para cumplir con tu tareas en cuando antes, lo más común es que no logres tu objetivo, ya que el estrés se hará presente. De ahí a la frustración constante hay un solo paso.
Si antes de comenzar alguna tares o proyecto, te sientes mentalmente agotado, frustrado, ansioso, etc., mejor no lo intentes. Es mejor tomarte “5 min del famoso chocolate” y desconectarte, tratando de cambiar nuestro estado mental. Una vez que esto suceda, notarás como tus pensamientos e ideas fluyen con rapidez, aumentando tu productividad.
Muchas veces para lograr el objetivo anterior, necesitamos hacer una introspección acerca de la manera en que realizamos las cosas; si tu método no funciona ¿Por qué sigues haciendo lo mismo?, hay muchos caminos diferentes que te llevan a la misma meta, prueba uno diferentes; quizás descubras que es mucho más sencillo.
El truco en todo esto, es ser conscientes de que no somos perfectos, es decir, que podemos cometer errores, podemos tener fracasos, podemos ser criticados y que también necesitamos descansos de vez en cuando. Recuerda que trabajo y pendientes siempre van a haber, el esforzarte por terminarlos es una tarea absurda; así que en lugar de hacerlos rápido, hazlos eficientemente.