Cd. de México (23 abril 2019).- En febrero, Bertha Cruz tomó una de las decisiones más difíciles: cerrar la estancia infantil donde educaba a 44 niños indígenas de Zinacantán, Chiapas.
Junto con el suyo, otros nueve centros de cuidado en ocho municipios de Los Altos de Chiapas, donde 70 por ciento de sus habitantes viven en pobreza extrema, también suspendieron el servicio.
Estas sedes formaban parte de las 9 mil 582 inscritas en el Programa de Estancias Infantiles que el Presidente Andrés Manuel López Obrador decidió cancelar.
Ante la falta de subsidio gubernamental, se calcula que la tercera parte de ellas ha cerrado y las que permanecen abiertas disminuyeron el número de niños entre 50 y 70 por ciento, pues al incrementar sus cuotas los padres no pudieron pagar y sacaron a los menores, lo que también llevó al despido de profesoras.
En Chiapas están registradas 381 estancias, y hasta el 28 de febrero había cerrado más de la tercera parte. Actualmente, existen alrededor de 200 esperando respuesta sobre sus amparos. Muchas de ellas están buscando el apoyo de organizaciones internacionales para reabrir.
En Morelos, de las 315 estancias que había en diciembre, 45 cerraron, y a finales de abril lo harán otras 20; el resto registra una reducción de menores.
"Estamos agonizando, no sabemos a quién recurrir. No se trata de un simple trabajo para nosotras, son escuelas de primera infancia, aquí se educa a los niños, se trabaja en su desarrollo, no somos cuidadoras, así que la medida política que tomó el Presidente atenta contra el desarrollo del niño", recrimina María Elena Sánchez.
Debido al recorte, la dueña de Pekes Campeones, ubicada en la Colonia Lázaro Cárdenas de Cuernavaca, subió de 600 a mil pesos la cuota, por lo que de 60 niños que tenía el año pasado, sólo acuden 18.
De acuerdo con cifras oficiales, 80 por ciento de las madres que usaban las estancias son vendedoras ambulantes, trabajadoras domésticas, obreras, secretarias o trabajan en algún negocio pequeño.
"Lo único que me gané fue el descrédito, hasta los padres desconfían de qué hacíamos con el dinero. Todo está invertido en la educación de los niños, que hagan cuentas", afirma María de Lourdes Sánchez, representante de estancia Colibrí, en la Colonia Gas, en Azcapotzalco, quien cobraba mil pesos, pero en febrero aumentó la colegiatura a mil 900 mensuales, y de sus 58 alumnos, 24 ya no asisten.
Ella argumenta que son 100 pesos por seis horas al día, en las que se enseña a los niños desde cómo comer, su higiene personal, hasta leer y escribir.
"Es una cadena de consecuencias negativas: el niño frena su desarrollo porque en su casa lo cuidan, no lo educan, las madres dejan de trabajar para cuidar a los niños o los dejan con los abuelos, en las estancias corres a profesoras y personal, compras menos a los negocios de la colonia que te surtían, es un impacto para todos", dice, por su parte, Bibiana Almanza.
La propietaria de la estancia Niños Pequeños en Acción, en Ampliación Selene, en Tláhuac, pidió un préstamo de 24 mil pesos en enero para solventar los primeros dos meses; sin embargo, ante la cancelación del subsidio, en marzo subió la cuota de 640 a mil pesos al mes, así que de inmediato de los 48 menores inscritos, la cifra bajó a 15.
'Me quedaré con el dinero'
Diana optó por sacar a su hijo de tres años de la estancia infantil y quedarse los mil 600 pesos que le entregará el Gobierno federal bimestralmente.
Mientras su pequeño juega en el puesto de dulces que atiende en el mercado de la Colonia Ampliación Selene, en Tláhuac, la joven relata que daba 160 pesos a la semana a la guardería, pero en enero, cuando la Secretaría del Bienestar anuló el subsidio, el centro educativo incrementó la cuota a 250 pesos, por lo que no pudo pagar.
"Yo cobró 400 pesos semanales por atender el puesto, también tengo un niño de siete años, no me alcanza porque soy mamá soltera, así que decidí sacarlo y cuidarlo yo", platica.
Las representantes de estancias consideran que la mayoría de los padres que recibirán dinero optarán por quedarse con él.
"Las mujeres indígenas ven en ese dinero su sustento, no lo destinarán a sus hijos, será para necesidades de la casa, y es entendible, no tienen para comer, no ganan nada vendiendo artesanías.
"Las estancias en estas comunidades significan algo más que un lugar de cuidado, tienen que ver con la independencia que había logrado la mujer, las mamás podían ir trabajar, ya no se dedicaban a cuidar al niño. Ahora las ves en la calle con sus hijos en la espalda o en el puesto porque la mayoría son artesanas, privas a los niños más pobres de una educación", reprocha Cruz.