Villa y la Revolución

Francisco Villa murió en Hidalgo de Parral el 20 de julio de 1923. En apariencia, la Revolución había terminado con la llegada al poder del tándem Obregón-Calles. Sin embargo, fue el asesinato de Pancho Villa el que formalmente concluye la revuelta armada. No es una casualidad que Villa se equipare a la Revolución misma.

El guerrillero instintivo representa mejor que ningún otro protagonista de la guerra civil mexicana la naturaleza revolucionaria.

Pancho Villa irrumpe en la historia como cuatrero y traficante de poca monta debido a la edad. La conflagración revolucionaria lo dota de un lugar en que despliega sus mejores dotes de estratega militar. La guerra de guerrillas, tan ajustada al temperamento de un hombre que conocía con precisión la geografía del norte, resulta su mejor aportación. Su genio militar, reconocido por Presidentes y Secretarios, por Generales y mandos, lo lleva a adornar su casaca con distintivos de general.

Al frente de sus dorados, la División del Norte pronto se granjea fama y prestigio. El Centauro del Norte acapara la atención de afines y adversarios. Pero hay algo más en el apodo. La mezcla de animal y hombre, de resonancias míticas, reúne la naturaleza de la revolución. Violencia e impiedad irrumpen para teñir de sangre y dolor los campos de batalla. Quizás en ese periodo en que Villa se atiene a la jerarquía, a ese orden riguroso de la marcialidad, se muestra el personaje más ajustado a cierta racionalidad. Es entonces cuando se le compara con Emiliano Zapata, el suriano revolucionario, que impulsa la reforma agraria. Su asesinato coincide con ese momento en que Villa ya ha decidido operar al margen de las ordenanzas militares, transformándose en un delincuente.

No es que Villa necesariamente se buscara a sí mismo, aunque hubo algo de eso. Villa se convirtió en la Revolución. La violencia irracional revolucionaria se personificó en el Centauro. Representó lo mejor y lo peor de la Revolución. La furia desatada de un ancestral Huichilobos, la entrega a una violencia sin límites, la ausencia de contención fueron rasgos del temperamento impulsivo de Villa, pero también elementos indisociables de la ferocidad revolucionaria.

El paso de Pancho Villa del ejército a la delincuencia, del orden a la arbitrariedad, representa la consecuencia de la revuelta misma: la destrucción. Entregado a la anarquía, Pancho Villa simboliza la vuelta al principio al que regresa toda revolución: un orden semejante al anterior con cambio de nombres, apellidos y familias.

Opiniones a favor y en contra de Pancho Villa no le hacen justicia histórica. A escala, esas mismas opiniones se predican de la Revolución. Cuestionar a Villa es cuestionar a la Revolución; aceptarla, es aceptar al guerrillero.