Mentiras

Colaboración especial / Katya Galán

Cada presidente de la República tiene su estilo personal de gobernar o de no gobernar.

Ernesto Zedillo, por ejemplo, recibió un país en una crisis financiera muy profunda, una ruptura causada por los excesos del gobierno de Salinas. Para colmo de males, era el reemplazo del ungido por el PRI -y también ejecutado por su mismo partido- y muchos lo consideraban una persona gris y sin capacidad.

Sin embargo, la realidad era diferente, el presidente no sólo pudo capotear al llamado “error de diciembre”, que más bien era “error de Carlos Salinas y su megalomanía incontrolada” sino que, con un proceso de planeación impecable y un equipo de trabajo del más alto nivel, sentó las bases para muchos años de estabilidad en México, lo que ninguno de sus antecesores pudo lograr. Su formación académica, su capacidad, su visión de estado dieron como resultado que, después de una de las caídas económicas más grandes en la historia reciente de la república, el país tomara rumbo y puntería.

Su estilo era muy claro: un líder confiable y con experiencia en gobernar y un gabinete de primer mundo. Delegar lo que fuera necesario, pero las riendas siempre las tenía el presidente.

Vicente Fox (que, a diferencia de Andrés López, sí fue a la escuela), venía de la iniciativa privada, tenía una licenciatura en administración de empresas por la Universidad Iberoamericana y además de unas sólidas bases empresariales familiares, tenía en su currículum haber sido director de una gran empresa trasnacional, la Coca Cola. Su estilo, muy práctico. Leía poco y se decía que en su mesa de noche solo había un libro “El nuevo príncipe”, de Dick Morris, el estratega político norteamericano. Si tú querías que el presidente leyera algo, tenías que enviárselo en una presentación de PowerPoint, a una cuartilla y con sólo cinco bullets, sin nada de rollo.

Su estilo era diametralmente opuesto al de Zedillo, con una diferencia: su equipo de transición (en el que participó el que esto escribe) hizo un análisis muy profundo de la realidad nacional, sus debilidades, fortalezas, amenazas externas e internas y las oportunidades que se presentaban. Con eso, cada una de las áreas del equipo delineó el Plan Nacional de Desarrollo. Pero delegó casi todas las decisiones al equipo, de tal modo que eran conocidos como el “gabinete Montessori”.

A pesar de no ser panista de cepa, tomó muchas ideas de los principios de doctrina del PAN y muchos predicados del sector empresarial. Frenó el avance de las centrales campesinas clientelares del sistema del PRI, favoreció los apoyos a quienes deseaban producir, controló los programas que regalaban dinero y -aunque nadie lo recuerda- favoreció también una política de equidad de género, en la que ambos sexos se complementaban de manera armónica y no como se maneja ahora, como una competencia de egos. En la política internacional, hizo a un lado las alianzas con los países comunistas, exigiendo el respeto a los derechos humanos.

¿Errores? Muchos, sin duda, como el dejar que el gabinete tomara rumbo independiente en las políticas públicas y por otro lado, tratar de controlar la política interna del país, como el caso del bloqueo a López Obrador, las alianzas con Elba Esther Gordillo, entre otras.

Calderón, abogado de profesión, con una formación similar a la de Ernesto Zedillo era, además, panista e hijo y esposo de panistas. Sus padres fueron fundadores del partido y su esposa, había ocupado cargos de elección popular, al grado de que él mismo reconocía que era la inteligente de la familia. Él mismo había sido presidente nacional del PAN. Durante su sexenio, se mantuvo la estabilidad económica pero, desde la campaña, había prometido una guerra de fondo al narcotráfico y para ello se asesoró con los estrategas que, en Colombia, estaban logrando recuperar el estado de derecho, a pesar de no poder controlar a los grandes capos. La idea era lograr en México, en el menor tiempo posible, la paz y asegurar la tranquilidad de las familias. Extrañamente a sus detractores se les olvida que esa era su promesa de campaña y que la cumplió a cabalidad. Muchos le critican, todavía, la gran cantidad de muertos de manera violenta durante su sexenio, sin tomar en cuenta que fue menor que durante el sexenio de Peña Nieto y durante el primer año del sexenio de López Obrador. También se olvida mucha gente que estos muertos correspondieron, en su mayoría, a personas dedicadas al crimen y no ciudadanos de bien. Su legado es ambiguo: es el expresidente más respetado y querido por su pueblo, junto con su esposa, estando siempre presentes en los momentos más duros, como los terremotos. Es el único también, que puede trasladarse en transporte público sin ningún temor y el único que tiene la autoridad moral para hablar de los grandes yerros de la administración actual. Pero, por otro lado, sus detractores lo tachan de alcohólico y asesino, sin ningún fundamento, aunque generando mucho resquemor en una parte de la población, si bien no la mayoría.

Como gobernante, se distinguió por mantener el control de todas las decisiones que se tomaron durante el sexenio, desde las más trascendentales, hasta el nombramiento de los delegados federales, a quienes conocía por nombre y trayectoria.

Peña Nieto es un caso especial. No fue un presidente que gobernó, sino que era la imagen de un equipo que controlaba todos sus actos. De hecho, al PRI lo manejó como la imagen de un proyecto, al igual que su supuesta esposa, a quien contrataron para representar el papel de primera dama. Seguramente no es tan ignorante como parecía pero sí es obvio que se trata de una persona que interpreta a un personaje y que tiene prohibido salirse del guion. Cuando esto sucedía, los resultados eran vergonzosos, como en aquella feria del libro de Guadalajara, que dejó en claro que nunca había leído en su vida o cuando trataba de decir cosas ingeniosas, que nunca lo fueron.

Su sexenio, aunque estable en lo económico, se distinguió por dos cosas: la más enorme corrupción de un gobierno priísta (y vaya que había ejemplos muy graves) y porque el presidente no gobernaba, sino un equipo, que no necesariamente era su gabinete.

Cometió un error como el que el PRI no le perdonó jamás a Zedillo, le cedió la presidencia al enemigo, quizás pensando que, por provenir del PRI, era menos dañino que regresársela al PAN.

López Obrador es un caso extraño: nacido y formado en el sistema priísta, por sus ambiciones políticas cambia de partido cuando lo considera necesario y hasta forma el propio, con el fin de conseguir el sueño de toda su vida: ser presidente de la República. Reconocido por su persistencia y tolerancia al fracaso, no es sino hasta la tercera oportunidad que logra su objetivo, sorprendiendo, quizás, hasta a sus propios adeptos.

Si en las dos anteriores ocasiones se presentó como un expriísta que, además, era ignorante, intolerante y casi un anciano, en esta última, con el respaldo de las nuevas tecnologías, el manejo de redes sociales y una estrategia que consiste, básicamente, en denostar a los ricos, a los patrones, a los empresarios, a las personas más educadas y por otro lado en repartir dinero directamente a los “más pobres” y por más pobres se entiende no solo a los pobres, sino a los que no estudian, que no trabajan a aquellos que decían que, cuando gobernaba el PRI robaban pero, por lo menos, a todos les chorreaba algo de dinero.

La estrategia funciona y contra todos los pronósticos esta vez sí gana y gana de calle por el descontento social que, supuestamente, provocó la política de partidos.

A pesar del liderazgo que ejerce durante la campaña, después del triunfo es más que obvio que no hay proyecto de país y de gobierno. Lo único que tenía claro era desmantelar la estructura de todos los gobiernos anteriores; eliminar los intermediarios para recibir los apoyos del gobierno, desapareciendo muchos programas exitosos y necesarios, como las guarderías, a jóvenes ninis, a migrantes centroamericanos, entre otros y asignándoles directamente los recursos, los cuales nunca llegaron a cumplir su objetivo, sino a enriquecer a las compañías cerveceras, al narco y a las compañías de teléfonos celulares.

Al ser el sector productivo enemigo del pueblo, lo segundo era destruirlo. Se cancelan proyectos generadores de riqueza y se inventan otros, en su lugar, sin estudios o proyectos, con la idea de repartir el recurso directamente a los pobres. Lo malo es que cada cancelación, cada venta, cada cambio, tiene un costo y queda poco para repartir, por lo que hubo también que cancelar otros programas, como los de salud.

La última ocurrencia es no pagar a las empresas que ganen las licitaciones del gobierno en este año, sino diferirles los anticipos y los pagos para el 2020 y que éstas consigan créditos “puente”, con el aval de haber ganado el concurso de gobierno y redirigir lo que no se va a pagar a inyectar dinero directamente en la economía doméstica, con la idea de reactivarla (traducción: regalar más dinero). Ya el año que viene verán qué mentira les inventan a las empresas.

Y hablando de mentiras, AMLO ya tiene el premio, en menos de un año, de ser el presidente más mentiroso de la historia de México, aunque él tenga otros datos. Se estima que, en sus mal llamadas conferencias mañaneras -que mas bien deberían de llamarse bananeras- dice un promedio de 13.3 mentiras diarias, muchas más de las que dice Donald Trump en Estados Unidos. Si no cambia el ritmo, en el primer año habrá dicho más de 4,000 mentiras, solo en esas conferencias. No importan los datos duros, la estadística oficial, los estudios de las calificadoras, el presidente tiene siempre otros datos.

En medio año sólo queda claro que el gobierno no tiene un plan de trabajo; que la estrategia la maneja alguien más, que no es el presidente y que el presidente es sólo la imagen del gobierno, al que le dan cuerda todas las mañanas, para que diga lo primero que se le ocurra, pero él no marca el rumbo.

Los portales de noticias y las redes sociales solo publican frivolidades, para distraer a la opinión pública: que si la Gaviota se emborracha, que si Peña Nieto tiene una nueva novia y además, no sabe bailar, que si el Chocoflán va al mismo campamento que la nieta de Slim, que si le exigimos disculpas al rey de España; que si cuál es la nueva mentira del presidente o la señora que le compuso un corrido y se lo canta en el avión, que si son Maximiliasno y Carloca.

Pero pocas personas hablan de la recesión que ya llegó o que el gobierno no invierte en ningún proyecto de importancia o que por primera vez en la historia de México el que marca el ritmo es el presidente de los Estados Unidos o que las proyecciones de crecimiento para este año son de 0.1% (una décima por ciento). Que PEMEX está hundido. Que ya no hay dinero para repartir.

Alguien maneja la política distractora del flamante gobierno y no es el presidente. ¿Quién gobierna? Eso es lo que hay que averiguar y es muy probable que la respuesta no solo no esté en México y que tampoco nos va a gustar.

Pro lo pronto, como dijera la Dalessio: puras mentiras.

Tips al momento

Pasan 10 a la etapa de entrevistas para CPC Anticorrupción 

Fueron 10 las personas que de los 17 inscritos para competir por el cargo de comisionado vacante del Comité de Participación Ciudadana del Sistema Estatal Anticorrupción que pasan a la etapa de entrevistas que se realizarán el 20 de abril del 2024.

Las entrevistas serán públicas y difundidas en tiempo real a través de las plataformas electrónicas que se anuncien en próximas horas.

Los entrevistados serán:

01.- Oscar Alejandro Gómez Raynal
02.- Erick Rogelio Medrano Varela
03.- Ernesto Alejandro de la Rocha Montiel
05.- Armando Becerril Caballero
06.- Héctor José Villanueva Escamilla
08.- Gilberto Sánchez Esparza
10.- Julio César Rojas López
12.- Julián Alfonso Treviño Hernández
13.- Prisciliano Durán Martínez
17.- Eduardo Fernández Ponce

 

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