Los informes de las diferentes administraciones no son únicamente momentos en que se aprovecha para celebrar un año más en el ejercicio del cargo, aunque se han convertido sólo en eso. Un pretexto para festejar, al margen de logros y fracasos, un año de gobierno municipal. En cualquier actividad hay aciertos y errores, también en la política aunque no lo parezca. Un informe es lo más parecido a una rendición de cuentas a los ciudadanos, debería ser una magnífica oportunidad para que los alcaldes informaran de su gestión, de los obstáculos que encontraron, de los problemas que tuvieron que solucionar para implementar tal o cual medida, de las metas alcanzadas de acuerdo con su programa de gobierno por el que llegaron a la investidura, de las imposibilidades con que se encontraron para cumplir sus promesas.
Rendición de cuentas y examen de conciencia. Un informe de gobierno es una oportunidad para estrechar la confianza con los ciudadanos por medio de la verdad. Si la política es un servicio a la sociedad, lo natural es que se la informa con detenimiento y lujo de detalles sobre la administración de la cosa pública en ese periodo.
Desde hace ya mucho tiempo, los informes como nos acaban de recordar la semana pasada no sirven para nada. La premisa no es la rendición de cuentas ni el examen de conciencia sino engañar al ciudadano. La mayoría de los informes respetan escrupulosamente un formato parecido: enumerar logros reales o imaginarios, travestir errores y equivocaciones en aciertos y promesas cumplidas, omitir equivocaciones, subrayar conquistas. La semana pasada los informes se asemejaron a cuentos fantásticos antes que propiamente a lo que deberían ser y que justifica su razón. Para no decir nada se dijeron muchas cosas. Para no hablar de nada se habló de demasiados asuntos.
Los informes son ya inseparables de la incontinencia verbal, estrategia que encubre paradójicamente la ausencia de información. Más curioso es que los foros en donde se rinden los informes estén llenos de gente, saturados de espectadores, desbordados de asistentes. Personas que se reúnen y se juntan para algo completamente distinto a lo que anuncia el evento, individuos que se congregan para no oír ningún informe, sino ocurrencias y, en el mejor de los casos, alguna acción como los metros pavimentados de la vía pública.
Pavimentar suele registrarse como logro, cuando es obligación de toda administración pública ya que se paga con los impuestos de todos. Los informes se parecen a numeritos de ilusionismo, aunque sin conejos, ni palomas, ni pañuelos de colores; juegos de manos que crean siempre la ilusión de que el año siguiente será mucho mejor que el actual porque la esperanza siempre se deposita en el futuro ignorando el presente.
Sin embargo, los informes no forman parte de ningún repertorio circense. Son rendiciones de cuentas aunque ahora sean numeritos de circo. Los informes ya no son informes, sino actos destinados a impregnar de incienso las ocurrencias del alcalde de turno. Los informes fallan por su base: la obligación del presidente municipal de decir la verdad como parte del pacto democrático con los ciudadanos que lo eligieron. Pero la clase política hace ya mucho tiempo que sólo se relaciona con la verdad por mera casualidad. Los informes son una obligación moral que los políticos deben dignificar y honrar, en lugar de rodarse de incondicionales debidamente acomodados. Los ciudadanos debemos exigirles a nuestros gobernantes respeto por la verdad.