Jorge Camacho Peñaloza
Colea el resultado sobre las luminarias fundidas plebiscitariamente. En mi artículo anterior, comenté la doble victoria de los involucrados: la de la ciudadanía que expresó con libertad su opinión y la de la alcaldesa que respetó la voluntad popular a pesar de que alentaba el voto a favor. El plebiscito es siempre una expresión democrática, independientemente del resultado. En realidad, las consultas populares deberían ser una normalidad, como también debería serlo que la autoridad política aceptara ese resultado. Lo importante no son los intereses de unos y de otros, sino que la autoridad en el gobierno entienda que lo verdaderamente democrático es escuchar la voz de los gobernados y que esa voz es la decisiva.
Convendría que en México, como ha sucedido en Chihuahua, nos distanciáramos de la idea de que quien promueve una consulta ciudadana es quien se alza con el triunfo de la votación. Lo importante no es el resultado en términos democráticos, lo relevante es la misma votación al servicio de la voluntad de la mayoría. En México la democracia se expresa a través de los representantes de los ciudadanos. La tragedia reside en que muchas veces éstos optan por los intereses de sus partidos o de sus grupos políticos, dejando huérfanos a los mexicanos. En este sentido exhibe mayor valor el gesto de María Eugenia Campos. En realidad, no es un gesto, es una declaración de intenciones y de convicciones. Aceptar el resultado de la consulta como propio es una muestra que apenas tiene precedentes no ya en México sino en Chihuahua. Si alguien dudaba de que la alcaldesa era demócrata, ya no debería albergar ninguna. Pero hay más. Si esa es su manera de gobernar, todo indica que, en caso de que compita para la gubernatura en 2021, lo hará siempre en términos democráticos y, en caso de ganar, los chihuahuenses tendrán la certeza de que el servicio a los ciudadanos es su prioridad y no sus ideas, juicios y prejuicios.
Suele suceder que la apertura misma de la democracia pareciera empañarla. Siempre aparecen listillos más interesados en acaparar reflectores cuando la función ha terminado que en aportar algo con sentido y significado. Estos oportunistas en verdad no terminan por afear el espíritu democrático de una consulta ciudadana, aunque en ocasiones lo parece. Intentar sacar rédito político cuando la relación autoridad política-ciudadanos ha quedado perfectamente definida, resulta al menos de una mezquindad reprobable en lo moral. La democracia lo aguanta todo, también a los corsarios que persiguen su fama de los quince minutos. Pero hay que convenir que no aportan nada a la convivencia y que una sociedad sana los termina por rechazar. Con todo, este tipo de personajes con sus lamentables actuaciones deben ponernos sobre aviso. El oportunista, en la política y en la vida, no es un buen compañero porque siempre saca a relucir el puñal con que acomete cada traición. A pesar de lo que se dice, la traición no es de políticos, ni del ser humano, porque es inmoral. El oportunista es un traidor que todavía no se ha exhibido, pero sin duda lo hará.
De momento, hay quien ha querido volver a fundir unas luminarias fundidas que, sin embargo, alumbran algo mucho más determinante. La democracia es un pacto en que la voz de la mayoría es aceptada por la autoridad que, a su vez, ha sido elegida por ésta para gobernarla. Pocas veces hay tragedias en la voluntad de la mayoría, que alcanza toda su resonancia cuando el político acepta con naturalidad ese veredicto.