Alicia Soto
Cuando escuchamos la palabra conformidad, regularmente la asociamos a una característica social no muy agradable, ya que dentro de nuestra cultura occidental, el ser diferente, independiente e individualista, se considera un rasgo atractivo. Sin embargo, la conformidad o condescendencia social no sólo significa actuar como los demás, si no que implica también que la manera de actuar de los demás nos afecta directamente.
En otras palabras, significa comportarse de manera distinta a como lo haríamos solos (Myers, 2005). Por mencionar un ejemplo, el pasado 26 de septiembre personas encapuchadas que se mezclaron con asistentes de la marcha del quinto aniversario de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, realizando numerosos destrozos y vandalismo; entre ellos la quema de una librería bajo el grito “leer es para los burgueses”.
En el caso anterior, queda expuesto que la conformidad es un cambio en la conducta o las creencias, de acuerdo con los demás. En otras palabras, muchas personas actuaran de manera diferente a lo habitual cuando se encuentras entre una multitud. De tal manera que muchas de nuestras actividades cotidianas, pueden ser conformismo, todo depende de nuestro comportamiento fuera y dentro del grupo; por ejemplo: si regularmente usted consume una marca determinada de cerveza, pero cuando esta con sus amigos toma de otra (la que la mayoría eligió) eso es conformismo; si usted escucha determinado tipo de música, pero cuando esta con la familia escucha otra, eso es conformismo. De tal manera que existe un ligera línea entre lo que realmente queremos y lo que es aceptado por lo demás.
El conformismo tiene dos vertientes importantes, la obediencia y la aceptación. En la primera la línea las personas se apegan a las expectativas sociales, sin pensar realmente porque lo hacen. Regularmente, existe una figura de autoridad que busca la sumisión y la voluntad explícita de ejercer influencia, un ejemplo sería las comunidades Amish en las cuales se espera que los niños sean obedientes a sus padres en todos los aspectos.
Por otro lado, está la aceptación que a diferencia de la obediencia no se exige la sumisión; si no que creemos firmemente en las ideólogas del grupo, por ejemplo: compramos smartphones porque estamos persuadidos de que es nuestra mejor opción. Sin embargo, muchas veces la aceptación también puede ser influencia de la obediencia; regresando al ejemplo de los Amish, si bien a los niños se les exige la obediencia, cuando son mayores, durante la adolescencia (alrededor de los dieciséis años), algunos padres permiten a los jóvenes pasar por un periodo conocido como rumspringa. En esta etapa, se les permite experimentar más ampliamente con el «mundo» durante un tiempo, de tal forma, que ellos eligen cuál es el modo de vida que quieren. Generalmente, muchos jóvenes deciden regresar a la comunidad amish, demostrando que a veces la aceptación está influenciada por la obediencia.
De esta forma, aunque creamos firmemente en nuestra individualidad, en muchas ocasiones solo es un reflejo de la conformidad social que experimentamos día a día.