“Nueva normalidad” es un oxímoron. La normalidad exige un pasado para que sea aceptada como normalidad. El adjetivo “nueva” liquida por tanto el sentido de lo normal. “Nueva normalidad” no existe, en todo caso normalidad o nueva manera de relacionarnos. Lo segundo es factible, lo primero es una estupidez. La fórmula con seguridad se le ocurrió a alguien que careciendo de toda novedad pero siendo muy cursi no es en absoluto normal. Pero la expresión es indicativa de este gobierno: la mentira y la demagogia como instrumento preferente para construir un régimen que sólo existe en las palabras. El pasado lunes se inició la apertura. Las calles se llenaron de efervescencia, de actividad, de ajetreo. A contrapelo de la clase política, desinteresada de la sociedad, a la que se trata como menor de edad. Subestimar a los mexicanos es costumbre de sus políticos, coartada perversa para seguir a lo suyo. A lo suyo sigue López Gatell quien cada día informa que es el pico de los contagios y cada día desmiente al anterior y al siguiente. A lo suyo sigue López Obrador que no esperó a iniciar su campaña de cara al 2021 viajando al sur del país. En lo suyo está una oposición a cada momento más irrelevante, más insignificante, más jibarizada, que se disfraza de lo que no es vía telemática. En apenas un mes se han perdido 12 millones de trabajos, que se suman a los millones de desempleados. El gobierno federal mira a otra parte, conformándose con un “crearemos un millón de puestos de trabajo”. Otra vez el recurso a una fe que siempre incumple su compromiso, puesto que se trata de una apuesta de futuro siempre pospuesta por su propia condición. Sí se sabe que, ante la emergencia actual de las familias mexicanas, el Presidente inaugura las obras del Tren Maya.
La pandemia exhibe las deshilachadas costuras de una 4T que únicamente opera como plataforma de campaña electoral en lugar de gobernar con eficiencia. Pero los ciudadanos vuelven a demostrar a sus autoridades que están por encima de su juego infantil. La sociedad asume la madurez que sus representantes desmienten. Muchos, impulsados por la necesidad, pisan de nuevo el empedrado con optimismo y esperanza. Mexicanos urgidos por llevar algo a sus casas, hacen a un lado las precauciones que aconseja la pandemia. No consideran el riesgo a la salud, ni la amenaza que podría representar para sus familias. Irrumpe la solidaridad, la ayuda mutua, el aliento y el compromiso entre mexicanos. Su responsabilidad excede con mucho a la miopía de diputados y senadores, gobernadores y alcaldes. Esa solidaridad se alza como la cobija verdadera de una sociedad indiferente a sus gobernantes. El mexicano se hace dueño de su vida, a contrapelo de consejos y consejas, pero sobre todo ante el inmovilismo de un gobierno federal que sólo sabe mirar a otro lado.
El pueblo de México enfrenta la coyuntura con un coraje del que carecen los gobernantes. Seguramente la decisión de salir a la calle a buscar el pan aumentará el número de contagios y muertes, pero una prioridad desplaza a otra. Los ciudadanos se organizan, se ordenan, se preparan para regresar a su actividad. Los ciudadanos sólo reciben promesas de su gobierno. Los ciudadanos indiferentes a la indiferencia resuelven sus circunstancias. Otra vez muestran una madurez encomiable, mientras los políticos están a lo suyo.
Jorge Camacho Peñaloza