Que no falte tiempo

¿Qué decir ante la pérdida de un ser querido? ¿Cómo afrontar el sufrimiento de quienes están a tu alrededor brindándoles el consuelo que necesitan? Es posible que no exista una respuesta concreta o convincente para nadie, sin embargo, encontrarse justo en el momento en que la realidad golpea y deja una huella imborrable, despierta en el individuo un instinto de protección desbordante hacia quienes se encuentran a su alrededor y sobre todo, surge la necesidad de valorar aún más cada instante compartido, pues la vida se vuelve tan efímera y frágil cuando se pierde esta en cuestión de “nada”.

La época que impera ha puesto a prueba nuestra capacidad de resiliencia en innumerables aspectos, desde las restricciones de movilidad, hasta el fallecimiento de alguien cercano. Ahora que nos vemos limitados en nuestra forma de existir, donde es casi imposible apartar la vista de la cruda realidad que nos descoloca y hace temblar ante la posibilidad de padecer el infortunio de un deceso cruel a manos del enemigo común, es momento para replantearse el valor de cada instante vivido.

El pasado sábado 14 de noviembre la Secretaria de Salud anunció que el número de contagios por COVID-19 superó el millón. Lo anterior desgraciadamente no es ninguna sorpresa, pues tal parece que las medidas de prevención de contagio han pasado al olvido en varias ciudades del país, donde la población se ha empecinado en hacer caso omiso al uso de cubrebocas así como en evitar las aglomeraciones. 

La incertidumbre dentro de los hospitales a raíz de la saturación de estos, se convierte en el peor enemigo de cualquier paciente en busca de atención médica urgente. Resulta desgarrador encontrarse con una única respuesta en los diagnósticos, la cual siembra una semilla de angustia en cada familia que inevitablemente se siente en peligro.

Una semana después perece imposible continuar en este camino sin la presencia de quien ha partido. En el recuerdo más cercano aún está su presencia en el lugar de siempre y es justo ahora cuando duele la ausencia, a pesar de todo, claramente la vida no volverá a ser la misma.

Duele el sufrimiento de quienes amamos tras la pérdida de otros seres queridos, duele saber que no hay remedio que subsane el vacío que ha dejado la partida de alguien cuyo amor y entrega  eran inconmensurables.

Faltó tiempo para hablar, conciliar y conocernos, faltaron muchas cosas por hacer y otras tantas por recordar. 

La paciencia interminable y la nobleza de la gente a veces no se dimensionan como tal hasta que han partido. 

Desgraciadamente hay quienes hasta no sufrir una pérdida, entienden que ahora más que nunca la vida de todos pende de un hilo, que cada minuto transcurrido es invaluable y que no es momento de enfocarse en asuntos que no sumen al bienestar de nosotros y de nuestras familias.

El millón de contagios no debe minimizarse en absoluto, no debemos esperar a que un semáforo determine que debemos actuar con responsabilidad cuando es algo que siempre debemos tener presente. Pasan los días y más estados se encuentran en un mayor riesgo, las playas saturadas, locales abarrotados o simplemente la actitud irracional de varios transeúntes, cuya inmunidad aparentemente está por encima de la del común denominador, razón por la cual evitan  a toda costa el uso de cubrebocas aunque esto represente  un enorme riesgo tanto para si mismos, como para la gente a su alrededor.