¿Peor es nada?

Érase una vez un reino muy lejano, habitado por toda clase de criaturas mágicas que esperaban la llegada de tiempos mejores para sus descendientes. Los pobladores del lugar se encontraban preocupados, la sequía había azotado los campos y las presas poco a poco iban reduciendo su volumen, sabían que el estado actual de las tierras, no solo provocaría que la cosecha fuera mala, también pondría en riesgo su acceso al vital líquido.

Sin embargo, la falta de lluvia no era el único problema de aquel lugar, pues con el paso del tiempo se había vuelto un lugar inseguro para vivir, la violencia y los asesinatos pululaban en las calles, sobre todo en la frontera con otros reinos, situación que algunos atribuían a la disputa entre los comerciantes de piedras preciosas que no habían sido solucionadas.

Además, los excesos que habían caracterizado a los gobernantes de Palacio provocaron que el reino se sumiera en una enorme deuda, por lo que el dinero para  pagar a  los súbditos del rey y a los proveedores de servicios e insumos, era insuficiente y causaba constantes protestas.

Los ciudadanos más viejos recordaban haber vivido una situación similar,  bajo el dominio de otras dinastías y sabían que un mal tiempo se avecinaba, pues habían sufrido las consecuencias de la muerte y el hurto en la década anterior, pero se mantenían inertes, pues temían volverse a equivocar.

El rey actual había llegado al trono por decisión unánime del pueblo, luego de que el anterior monarca había huido con los tesoros de la ciudad. El caballero había prometido recorrer todas las tierras del mundo para traer la cabeza del noble ladrón, pero tras su coronación se había limitado a vagar por los bosques santos pateando rocas y sus armas mortales resultaban ser solo palabras afiladas que usaba contra sus detractores. Su reinado era muy costoso y la gente estaba cansada y hambrienta.

Un día, un sabio hechicero convocó a los habitantes del reino para contarles una antigua leyenda que encerraba los secretos para salvar a la comarca de la destrucción. La historia pasada de generación en generación, narraba que el guerrero que saliera victorioso de una justa a muerte en la primera semana del sexto mes del año, obtendría los poderes necesarios para derrotar al monstruo de tres cabezas que había lanzado un conjuro sobre el poblado. La muerte del monstruo traería paz, tesoros y agua.

Muchos pobladores habían tratado de inscribirse al torneo, porque sabían que al ganar serían nombrados reyes, pero para evitar el derramamiento de sangre innecesaria, los distintos clanes habían elegido a sus soldados más feroces y temibles,  una estrategia que tal vez les diera la victoria en la batalla, pero que había causado mucha polémica, pues se habían elegido a puros soldados de reputación cuestionable.

De un competidor, había el fuerte rumor de que había sido cómplice del rey anterior y que había recibido favores especiales para traicionar su deber, pero nadie conocía su verdadera identidad, pues siempre aparecía en actos públicos con una máscara. Del segundo se sabía poco, pero se decía que había tenido problemas con los centinelas de su villa y la gente sentía desconfianza por el clan que lo había adoptado. El tercer caballero formaba parte de una familia bastante poderosa, la cual había adquirido su fortuna recientemente, pero su apellido era sinónimo de destrucción y abuso de poder.

Los demás clanes pensando que iban a perder, habían mandado prácticamente sacrificios humanos a la justa, con el objetivo de no quedar deshonrados por la ausencia de enviados, pero con la esperanza de reclutar y entrenar mejores soldados en caso de que se realizarán próximos torneos.

Los participantes alardeaban de cómo saldrían vencedores, recorrían la ciudad llevando estandartes de logros que habían inventado para solicitar armas, pero el reino tenía miedo, pues entregar la corona al guerrero victorioso no aseguraba que el dragón de tres cabezas sería derrotado. A  pesar de que todos prometían luchar contra la bestia, cabía la posibilidad de que asentado en Palacio, el ganador olvidará su promesa y permitiera que otros monstruos habitaran el lugar, después de todo ninguno era de confiar.

¿Valdría la pena confiar en que la valentía de los guerreros era impulsada por sus ideales altruistas? ¿A caso alguien podría causar más daño del que ya sobrepasaba al reino?  No somos partidarios de la anarquía, pero “nada” en el cuento como en el amor suena bastante prometedor. ¡Qué gane el rey de los peores!