La ingrata tarea de ser ciudadano

A lo largo de los últimos meses me he tomado un descanso no programado de escribir con periodicidad mis opiniones respecto a los más variados temas de la cosa pública.  Lo anterior no ha sido producto de la censura de la 4T,  mucho menos de presiones del régimen de caricatura que encabeza el remedo de tirano de Javier Corral.   Tampoco como muchos han sugerido ha sido producto de que alguien con presupuesto público, o privado, le halla  llegado al precio a mis convicciones.   Al contrario, ha sido producto de un genuino hartazgo que padezco en mi interior respecto a lo que sucede a nivel nacional, estatal y local.   Este hartazgo es producto de ver diariamente como se van deteriorando las condiciones que dan sustento a lo que conocemos como democracia mexicana y que para bien o para mal, ha costado mucho trabajo a lo largo de varias décadas construir en este país y si no somos cuidadosos se puede destruir en muy poco tiempo.

Andrés Manuel sigue confirmando diariamente como sí era un peligro para México, Corral sigue demostrando como la frivolidad y la falta de sustancia son el sello de su gobierno, además de la falta de resultados en lo referente a seguridad pública, salud, educación, desarrollo económico y manejo responsable de las finanzas públicas.  Los alcaldes si no me dieran risa por las estupideces que proponen, seguramente me darían un infarto por los corajes que provocan en cualquiera que medianamente tenga dos dedos de frente, y digo esos dos dedos de frente tomando en cuenta una incipiente, o avanzada, calvicie.

Uno quisiera despertar en ocasiones de la pesadilla que uno ve desarrollarse ante los propios ojos en cámara lenta, para luego llegar a la cruda conclusión de que ésta es la realidad política y social que nos tocó vivir y en su caso padecer.

Todos los que vivimos en el mundo real vemos como cada día cuestan más las cosas, desde los alimentos hasta la gasolina, no se diga otros satisfactores que como seres humanos buscamos los que creeemos estar en la parte superior de la pirámide de Maslow.  Este aumento del costo de la vida que padecemos los mexicanos es producto de las condiciones generadas por el estúpido que obtuvo 30 millones de votos en las pasadas elecciones federales.  Andrés Manuel es causante de esta debacle nacional con sus dogmas del pasado y los 30 millones de ciudadanos que creyeron a ciegas en él son los responsables de poner al frente de este gran país a alguien quien está claramente impreparado para dirigir los destinos de este país.

El sistema de partidos está hecho garras, los políticos que ocupan los distintos puestos se caracterizan por la improvisación que exhiben, la ambición voraz que manifiestan para expoliar los recursos públicos a su favor y el desencanto que producen en todos aquellos que queremos un mejor futuro para este país, y ese futuro mejor no lo queremos en abstracto de forma desinteresada, sino producto de las motivaciones más egoístas que podamos tener: queremos que nuestras familias y en especial nuestros hijos estén mejor, o por lo menos no estén peor, de como estamos nosotros actualmente.

Bien dice la sabiduría popular que la “ignorancia es una bendición”, todos aquellos que nos damos cuenta de lo que está sucediendo nos sentimos como ese personaje de la mitología griega llamado Casandra, a la cual se le dio el don de predecir el futuro a la vez que se le dotó de la maldición de que a pesar de que comunicara lo que iba a suceder, nadie le iba a creer.

A pesar de todo el pesimismo que pueda transmitir estas líneas que escribo después de varios meses de una pausa no programada, me considero un optimista; optimista no porque piense que los políticos que ocupan los distintos cargos de responsabilidad de repente se vayan a transformar en seres íntegro, probos y con la mayor altura de miras posible para generar condiciones que permitan lograr el bien común de una sociedad lastimada por múltiples males como la inseguridad, la pobreza y la falta de oportunidades.  Soy un ferviente convencido de que todos aquellos que están en la cosa pública son seres de carne y hueso que están constreñidos por las pasiones y apetitos que caracterizan a la condición humana en su acepción más primitiva; sin embargo, veo con esperanza algunos destellos dentro de esa masa que los políticos llaman “ciudadanía” de que no todo está perdido.

Veo con entusiasmo como en Chihuahua existen periodistas que escriben con pasión y entusiasmo de los asuntos que a todos nos deben de preocupar; alguien podrá decir que el único motivo por el que hacen eso es debido a que se acabaron “las carretadas” de dinero público destinadas a comprar conciencias como diría un empleado de Corral de infame memoria.   “Haiga sido como haiga sido” diría un michoacano de memoria también infame para muchos, para mi no. 

Vemos con entusiasmo como en la arena pública se está dando un debate de ideas respecto a lo bueno y malo que hacen todos los gobernantes, a lo que como sociedad aspiramos a lograr y a lo que sucede a nuestro alrededor que nos indigna lo suficiente como para manifestarlo urbi et orbi, sea  un acto de corrupción, sea una violación, sea lo que sea.

Veo también como el ciudadano común y corriente tiene el poder de tumbar a una secretaria del gabinete del Peje con un solo tweet que provoca la indignación nacional; les aseguro que el próximo miembro del gabinete de Andrés Manuel que quiera detener un avión por “orden presidencial” por lo menos lo va pensar dos veces.  Veo que todavía hay ciudadanos comprometidos con este país como Guillermo del Toro, que de su bolsillo sufragará los boletos de avión de un grupo de estudiantes destacados que van a ir a competir en el Mundial de Matemáticas en Sudáfrica, gastos que nadie en la 4T quiso asumir.  Veo con estusiasmo a gente como Germán Martínez, quien con unas líneas escritas exhibió la naturaleza perversa de lo que nos han querido vender como austeridad repúblicana, después de todo no cualquiera renuncia a un puesto de primer nivel en Gobierno Federal.

Estos destellos me permiten recobrar la fé en el futuro, futuro que soló será el cómo deseemos en la medida en que estemos dispuestos asumir esa ingrata labor de ser ciudadanos todos los días, señalando lo que no nos parece, denunciando los abusos de la clase gobernante, sea del color que sea, educándonos, formando a nuestros hijos, trabajando honradadamente, en fin, buscando  cada uno desde nuestra esfera individual hacer de nuestro país, estado y  ciudad, un mejor lugar donde vivir.  Las cosas no son sencillas, uno se puede hartar eventualmente, cansarse de predicar en el desierto,  pero el precio de claudicar en nuestro rol de ciudadanos es alto, si claudicamos de ejercer nuestros derechos y obligaciones como ciudadanos, nos convertiriemos en súbditos de un déspota, no importa  si ése déspota le dicen alcalde, gobernador o presidente.

Hay que decir las cosas tal cual y como son.