Ya está bien

Ya está bien de feminicidios, acosos y ninguneos a las mujeres. Ya está bien de que hombres se porten como bestias, de que la bestialidad opere como repuesto de la humanidad, de que no se consideren a las mujeres libres e iguales. Ya está bien de que los maridos asesinen a sus esposas, los padres a sus hijas, los hijos a sus madres, los novios a sus novias. Ya está bien de tanto rencor, de tanta ira acumulada, de tanta violencia injustificada. Ya está bien de que instituciones como El Colegio de México o la UNAM o la UAM, frente a las denuncias personales o anónimas de las estudiantes, miren hacia otro lado. Ya está bien de que la Academia sea cómplice de agravios a los que suma más agravios. Ya está bien de que en las instituciones públicas se hagan de la vista gorda, sin importar la dignidad de las trabajadoras. Ya está bien de que las enfermeras sufran el hostigamiento de los médicos, de que las actrices sufran el de los directores, de que las intermediarias el de los empresarios. Ya está bien de que el gobierno anteponga sus intereses al de las mujeres maltratadas, ultrajadas, vejadas. Ya está bien de que nadie haga nada por nadie aduciendo irresponsabilidad como perverso sucedáneo de la complicidad.

            Son responsables y ameritan la acción de la justicia tanto los delincuentes como las instituciones que los protegen. La misma responsabilidad tiene el acosador que el responsable de determinada institución que lo consiente. No basta con señalar a los responsables por acción, urge exhibir a quienes los protegen por omisión. Tan responsable es el profesor que acosa como el director del plantel que a sabiendas lo tolera. Muchas veces no hay un único culpable, sino una cadena de culpabilidad. Los eslabones ameritan la misma pena que el extremo. La causa de esta tragedia sólo se explica por la impunidad que disfrutan los agresores. La impunidad impera en las instituciones: en los mandos medios y superiores, en los directores, en los presidentes. Todo un aparato al servicio de la violencia y el oprobio en que unos encubre a otros. Un director acusado de acoso no puede seguir ni un momento más en su puesto hasta que se aclare la acusación aunque sea anónima. Hay un doble rasero intolerable e hipócrita. El acosador declara con facundia que siempre ha defendido la igualdad de las mujeres o que no lo sabía o que entonces eran otros tiempos; el maltratador, que su mujer o su hija o su sobrina son su propiedad y por tanto puede hacer lo que se le antoje; el homicida, que la novia sabía a lo que se exponía si hacía esto o lo otro. Palabras, palabras, palabras, al servicio del encubrimiento, de la complicidad, de la impunidad. No importan las muertas, ni las violadas, ni las abusadas.

            Es intolerable. Y, sin embargo, en lugar de actuar, se forman comisiones, instancias, comités, para atender con la previsible pereza asuntos que exigen intervención inmediata. Lo único importante, cuidar las buenas conciencias. Para eso sirven comités e instancias y comisiones. No están para arreglar nada, para solucionar nada, para aliviar nada. Están para que los propios integrantes, algunos acosadores y hostigadores, puedan dormir tranquilos con la conciencia de que sin haber hecho nada han hecho, en cambio, todo lo posible. En los feminicidios, en el acoso, en la desigualdad, hay responsables. Para empezar la propia sociedad que se escandaliza de lo mismo que promueve. México es hoy una gran reserva de caza mayor.