El futuro incierto de las abejas, polinizadoras imprescindibles

El 20 de mayo se celebra el Día Mundial de las abejas, esos pequeños insectos rayados que, con el desagradable sonido que emiten, nos advierten de su cercanía para que nos dé tiempo a evitarlas. Sin embargo, son protagonistas imprescindibles no solo para elaborar miel, sino como polinizadores esenciales en el mantenimiento del medioambiente y la producción vegetal.

Eduardo Galante, catedrático de Zoología de la Universidad de Alicante, director del Museo de Biodiversidad y presidente de la Asociación Española de Entomología, explica a EFE que el Día de la Abeja se asocia a la abeja doméstica, pero aclara que “nos olvidamos de la existencia de la abeja silvestre y éstas también tienen un papel fundamental en la polinización y mantenimiento del medioambiente”.

Entre las abejas hay más de 17 mil especies en todo el mundo. En América, las abejas son de otra especie y reciben el nombre de Meliponas. Es una abeja sin aguijón que cultivaban los pueblos mayas desde hace siglos y está considerada como “la abeja sagrada maya” por las propiedades curativas de su miel. Los pobladores de la zona, en la época prehispánica, realizaban en su honor ceremonias a lo largo del año, ya que era venerada por los efectos curativos de su miel en heridas y enfermedades.

La abeja Melipona se encuentra distribuida desde Argentina, México, Bolivia, Brasil, Colombia, Cuba, Perú, Ecuador, Paraguay, Venezuela y toda la región Neotropical, “produce una miel silvestre, sobre todo de floraciones de bosque tropical, muy sabrosa, pero que lamentablemente se exporta poco”, explica Galante.

LA “DESAPARICIÓN SILENCIOSA” DE LOS INSECTOS.

En la actualidad, entre un 40 y un 50 por ciento de los insectos del mundo están amenazados o desapareciendo a pasos agigantados. “Podríamos decir -asegura el catedrático- que hasta ahora ha habido una desaparición silenciosa porque no ha llamado la atención y las Administraciones no han tomado medidas, como sí lo ha hecho con otros organismos de mayor tamaño como son los grandes vertebrados”.

“El cambio climático afecta a todas las especies de insectos, sobre todo a las especies menos voladoras o no voladoras, porque los insectos tienen unos rangos de temperaturas y humedades en los que se desarrollan. Aumentar un grado de temperatura puede suponer que algunos no puedan desarrollarse”.

Ante esta situación, los insectos reaccionan desplazándose más al norte o a zonas más altas, pero eso lo pueden hacer insectos voladores y no todos los organismos reaccionan frente a los cambios de temperatura del mismo modo. Con el aumento de la temperatura puede que la floración se adelante quince días o un mes y, como la abeja no ha reaccionado de la misma manera, cuando ya vuela y es adulto puede encontrarse que las flores que visitaba ya se han marchitado.

Pero, Galante añade otros problemas que está sufriendo la abeja como son “los cambios del suelo, la alteración del medio, la fragmentación o la eliminación de la vegetación silvestre. Podemos ver cómo en las cunetas de las carreteras, las lindes de los caminos o en las rotondas de nuestras ciudades se elimina la vegetación porque hay un concepto de estética que, en algunos casos, choca con lo que es la naturaleza”.

“Lo que estamos haciendo es eliminar los refugios de los insectos, alterando los medios, ocupándolos con urbanizaciones y edificios y, si a esto le añadimos la gran cantidad de insecticidas que hemos acumulado durante años en los campos, tenemos las causas principales que han afectado a las poblaciones de insectos”, asegura Galante.

Pero, “de las abejas silvestres depende gran parte la producción de frutos de las plantas silvestres, por lo tanto, la supervivencia futura de la diversidad vegetal depende de la existencia de polinizadores que sean eficaces y que puedan permitir el ciclo de la vida de la planta, así como de los cultivos”, indica el zoólogo.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), más del 70 por ciento de la producción agrícola se debe a los polinizadores, entre los que las abejas domésticas y las silvestres son protagonistas, y el valor mundial de lo que producen se acerca a los quinientos mil millones de dólares al año.

EL PROGRESIVO AUMENTO DE LA CONCIENCIA ECOLÓGICA EN EL CAMPO.

Según el entomólogo, «los productores están cada vez más concienciados, facilitan la existencia de polinizadores y buscan el control biológico para evitar los agroquímicos en los campos porque de esa manera estamos preservando nuestra salud y la del medioambiente”.

A nivel internacional, “la agricultura ecológica está volviendo a recuperar la idea de un cultivo basado en la naturaleza, en el conocimiento de la biología de los insectos, en mantener refugios, recursos, etc., porque eso va a beneficiar al agricultor y le va a evitar un gasto económico”.

El problema en las abejas domésticas está relacionado con enfermedades causadas por la trashumancia, debido que las llevan de un sitio a otro para aprovechar las floraciones en distintas zonas, donde pueden entrar en contacto con abejas de otro origen que tengan enfermedades. “Ese es – según Galante- uno de los problemas graves que está afectando a la abeja doméstica. Cuando encontramos miel de azahar o de romero es porque hemos llevado las colmenas a sitios donde esa flor es predominante”.

LA MIEL, UN TRABAJO DE 2,500 ABEJAS Y 8 mil KILÓMETROS.

 Estamos acostumbrados a comprar la miel y no pensamos en lo que ha costado elaborarla, pero, incide el zoólogo, “por ejemplo, una cucharadita de miel de 4 ml., es decir una cucharadita pequeña de café, representa el trabajo de casi una docena de abejas obreras durante toda su vida (1 año, en el que trabajan, más o menos, 21 días). Para obtener un kilo de miel han tenido que trabajar unas 2,500 abejas a lo largo de su vida”.

Eduardo Galante concluye que “cada obrera hace entre 10 y 15 vuelos diarios, lo cual significa que puede llegar a hacer hasta 100 kilómetros al día. Un kilo de miel supone aproximadamente unos 8 mil kilómetros, que es lo que han recorrido 2,500 abejas que, en conjunto, han volado unos 200 mil vuelos en su vida, lo que representa un gasto energético enorme”. Una vez conocido el trabajo de las abejas, es posible que degustemos con más conciencia su miel.

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