Al momento de pensar en la algarabía y festividad de la cultura nacional, es muy probable que nos lleguen a la mente dos elementos esenciales de Jalisco y México: el tequila y el mariachi. No obstante, tanto el género musical como la bebida alcohólica son producto de una serie de intervenciones culturales que han derivado y modificado dichos símbolos, ambos, patrimonio de la humanidad- hasta transformarlos en lo que ahora conocemos. En este sentido, las raíces árabes e hispanas en el proceso de destilación del agave, o las influencias africanas y europeas inherentes en el mariachi, lejos de desvalorizar dichas creaciones las enriquece a través de un proceso de reculturización y mestizaje, volviéndolas un claro ejemplo de la esencia cultural de nuestro país.
El pensar en México como un país mestizo es asumirlo, a su vez, como un resultante de cientos de años de flujos migratorios. Las influencias extranjeras se encuentran presentes en nuestras rutinas más cotidianas, las cuales, combinadas con las raíces originarias del territorio nacional, derivan en algo mucho más comp lejo que una simple suma cultural; fundamentan nuevas tradiciones y formas de concebir la vida, la muerte y todo aquello que se desarrolla entre estos dos tiempos.
Es importante considerar que, aunque la mayoría de los procesos de reculturización actuales son resultado de largos periodos históricos previos, éstos se encuentran tan vivos como el fenómeno migratorio actual. Finalmente, somos parte de una simbiosis que se encuentra en un enriquecimiento y movimiento constante, el cual no funciona únicamente para concentrar y recabar la esencia cultural que recibimos del exterior, sino también para diseminar parte de nuestros acervos identitarios, dando cabida al nacimiento de nuevos grupos culturales en otras partes del mundo. En resumen, la reculturización no es solo una muestra clara sobre la importancia de la migración en nuestras vidas, sino que también es un recordatorio de que todos somos migrantes, y lo seguiremos siendo.
EL INFORMADOR