Desplazamientos forzados: Una realidad antes y durante la pandemia

Colaboración especial / Lucía Ramírez Lira

Pobreza, violencia, desigualdad, crisis laboral, imposibilidad de tener una vida digna, deficiencias en temas de salud, escasez de oportunidades educativas, son algunos de los motivos que han obligado a miles de centroamericanos a abandonar sus países a través de los años. Viajan en grupo persiguiendo un sueño, una esperanza de encontrar en algún lugar lejano a la realidad que los aqueja, la oportunidad de obtener las condiciones adecuadas para vivir dignamente.

“Huir” es la forma en que varios migrantes definen el desplazamiento al que se ven forzados tras no recibir respuestas eficientes de sus gobiernos ante las distintas problemáticas sociales y económicas que derivan en el hartazgo y en la determinación de aventurarse en una misión incierta y -de cierta forma suicida- hacia tierras que potencialmente ofrecen un mejor porvenir, pero cuyo camino hasta llegar a su destino, puede verse truncado por distintos factores que podrían empeorar su situación de vulnerabilidad.

Según un artículo publicado en abril de este año en la revista Americas Quarterly, titulado The Creative Thinking Shaping Latin America’s Migrant Response, el conjunto de crisis agudas que originan los desplazamientos forzados, han sido la causa principal de que en la última década millones de latinoamericanos provenientes de Centroamérica y Venezuela se trasladen y establezcan en países vecinos ante la creciente dificultad de llegar Estados Unidos. Más de 4 millones de venezolanos se han dirigido a gran parte de los países dentro de la región latinoamericana, con el mayor número de ellos en Colombia, seguido por Perú, Chile y Ecuador. La publicación agrega que 100,000 nicaragüenses han buscado nuevas oportunidades en Costa Rica, así mismo plantea que, quizás cientos de miles de hondureños, guatemaltecos y salvadoreños han optado por quedarse en México al considerar imposible realizar el sueño americano.

Con mochila al hombro y la determinación como único escudo frente al temor hacia lo desconocido, familias enteras forman parte de los cientos de hondureños que emprendieron el camino hacia la frontera entre su país y tierras guatemaltecas desde la ciudad de San Pedro Sula al norte de Honduras en los últimos días después de meses de inactividad migratoria a causa de la pandemia. El paso de los huracanes Iota y Eta, ha agravado las condiciones de vida de estas personas que en sus palabras “lo han perdido todo”, algunos aseguran que de existir oportunidades de prosperar en su país no considerarían salir de este como única alternativa de subsistencia, sin embargo, sortear la crisis sanitaria y el golpe de las tormentas tropicales ha dejado a familias enteras en condiciones inhumanas, orillándolas a tomar la decisión de abandonar su país definitivamente.

La travesía migratoria por rutas irregulares es conocida por el peligro que representa para todo aquel que la lleva a cabo, el éxodo que de forma silenciosa o bajo el ojo público se ha desarrollado por décadas, continúa situando a mujeres y niños como los más vulnerables ante grupos criminales y fuerzas de seguridad que cometen todo tipo de abusos contra ellos.

Según el informe de la UNICEF publicado en 2018, Desarraigados en Centroamérica y México: Los niños migrantes y refugiados se enfrentan a un círculo vicioso de adversidad y peligro, pone de manifiesto que la violencia extrema, la pobreza y la falta de oportunidades, no solo son algunas causas importantes de la migración irregular de infantes provenientes de Centroamérica y sus familias, sino que estas son agravadas al ser deportados desde Estados Unidos y México.

Dicho informe menciona que las familias migrantes de escasos recursos suelen solicitar préstamos o venden sus pertenencias para financiar el viaje hacia Estados Unidos, quedando en una situación financiera aún más precaria al ser detenidos y deportados sin dinero, quedando por consiguiente imposibilitados para saldar las deudas adquiridas previamente. Respecto a este tema, María Cristina Perceval, directora regional de UNICEF para América Latina y el Caribe, comenta que, en muchos casos, los niños y niñas que son regresados a sus países de origen no tienen un hogar al cual regresar quedando a merced de organizaciones criminales. Añade que el hecho de que se les devuelva a situaciones tan adversas aumenta las probabilidades de que en un futuro próximo reintenten cruzar la frontera de sus países como única alternativa de supervivencia.

La detención y separación familiar han sido temas controversiales en los últimos años con respecto a los movimientos migratorios desde Centroamérica hacia Estados Unidos. El mismo informe de la UNICEF menciona que a pesar de la implementación del Plan Frontera Sur que el gobierno mexicano anunció en 2014 para controlar la entrada de migrantes al sur del país, de octubre del 2017 hasta junio de 2018, aproximadamente 286,290 extranjeros fueron interceptados en la frontera suroeste de Estados Unidos, de los cuales 37,450 eran niños no acompañados y 68,560 eran unidades familiares. En abril de 2018 el gobierno de Estados Unidos comenzó a aplicar una política de cero tolerancia, la cual consistía en la detención de migrantes y en la separación de sus hijos, dando como resultado un total de 2,653 menores alejados de sus padres al llegar a la frontera norte.

En palabras de Milan Kundera, el que está en el extranjero vive en un espacio vacío en lo alto, encima de la tierra, sin la red protectora que le otorga (o que le debería otorgar) su propio país, donde tiene a su familia, sus compañeros, sus amigos… Lo descrito líneas arriba, es un breve esbozo sobre la realidad que experimentan miles de migrantes al pasar por tierras desconocidas en su loable lucha por obtener un futuro mejor para sí mismos y sus familias.

 Es claro que por más cifras que se muestren o datos duros que convenzan al lector, las vivencias de estas personas jamás podrán ser descritas con la fidelidad que merece una crisis humanitaria como lo es esta, producto del desarraigo forzado de miles de hombres, mujeres y niños quienes, poniéndolo todo en riesgo, viajan por montes, bosques y caminos irregulares donde los peligros aumentan a cada paso que dan lejos de sus países, cuyas acciones gubernamentales deberían estar orientadas de manera urgente hacia brindar soluciones efectivas a las demandas sociales que tal parece, han sido ignoradas olímpicamente a través de los años.

Las adversidades continúan presentándose y como se ha comprobado, ni una pandemia se vuelve impedimento suficiente para que quienes todo lo han perdido, desistan en arriesgarse una vez más en cruzar cuantas fronteras sean necesarias si esta resulta ser la única forma de generar un cambio verdadero para sus vidas al verse desprovistos del respaldo de un Estado que vele por sus derechos dentro y fuera de una nación.

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