Camino bajo la lluvia. Pese a disfrutar el aroma inicial de tierra mojada, se que pronto el lodazal se llenará de aceite y otras sustancias contaminantes que abundan en las calles de la ciudad, lo que traerá pronto un cambio en el humor en la desértica urbe. El rugir del agua sobre el asfalto es fuerte, tanto que los baches que llenan la avenida sirven para que los carros salpiquen a los peatones. Estoy en la Cantera, donde hace unos años vi como el arroyo creció hasta cubrir por completo a los vehículos. Arroyo vehicular que fue construido sobre el cauce de uno de los 4 principales pasos de agua, junto con el Chuvíscar, el Sacramento y el Cañón del Marro.
Mientras avanzo, imagino y me pregunto cuál será el destino de todo este gran caudal de líquido vital que se apresura, como los mismos carros, para salir de donde está. Antes hubiera regado árboles de álamos, encinos, sauces, mezquites, huizaches. Pudo haber llegado a algún pequeño estanque donde garzas, patos, linces y coyotes toman agua y cazan. En su recorrido, incluso debió de haberse dirigido hacia el subsuelo, por gravedad, y llegar a alguno de los 3 acuíferos que abastecen la capital del Estado, El Sauz – Encinillas, Aldama – Tabalaopa y Chihuahua – Sacramento.
Ante el sonido repetitivo y aleatorio de las gotas golpeando el suelo, me sumo poco a poco en mis recuerdos. Memorias de que las matemáticas nunca me cayeron tan bien, aunque en algún momento de mi adolescencia llegaron a interesarme. Intento calcular la cantidad de agua que podría captarse por los cerros y arroyos que ya no existen: diez milímetros cúbicos de lluvia sobre los mil metros cuadrados que fueron desmontados para un nuevo proyecto urbano, equivalen a más de diez mil litros, lo suficiente para que una familia pueda satisfacer sus necesidades durante un año, o eso creo.
Vuelve a mi mente las veces que de niño recorrí estos lugares que ya no existen. Desde que tengo uso de razón, he visto con dolor como los paisajes son mutilados. Hoy en la mañana los cerros lucen hermosos, cubiertos de nubes y de neblina. Se revela su gran importancia para la captación de agua. En mi mente se van borrando los horizontes que fueron destruidos por la maquinaria para dar paso a un ejército de casas idénticas, una mancha gris y blanca que se refleja en la retina, como el avance de un glaucoma, hasta cegar a la sociedad entera, como en la novela de José Saramago.
Me da mucha tristeza pensar en todo lo que se ha perdido en el municipio de Chihuahua. Intento reflexionar sobre cada animal, cada planta, cada paisaje, cada arroyo, cada cerro que ha sido sacrificado en el altar de un supuesto “progreso”, sin sentir pena ni rabia, únicamente con la intención de analizar qué es lo que realmente sucede, porqué el supuesto progreso no mejora la vida de las personas, sino que al contrario, cada día las condiciones de supervivencia en esta sociedad capitalista empeoran. Así investigo y proyecto hipótesis, perdido en mis adentros, como inspirado por el detective Sherlock Holmes, en la búsqueda de un crimen y de un criminal, aún más terrible que el Dr. Moriarty.
Me alejo de los carros, los charcos, los 10 milímetros cúbicos por metro cuadrado, el arroyo de la cantera, los Cerros destruidos, y me interno en lo profundo del oscuro pozo artesiano, donde el poeta León Felipe dice que reinan los lagartos y poco a poco la realidad se transforma en un sueño o en una pesadilla. Me encuentro ahora de visita en otros mundos y otras realidades, muy lejos y muy diferentes a la lateral del periférico de la juventud por donde me traslado en una ínfima y peligrosa banqueta:
¿Hasta cuándo será una prioridad garantizar el abastecimiento de agua?
¿Qué hará la gente si se llega a acabar el agua?
¿Es verdad que en todo el mundo y en todos los tiempos es necesario acabar con la vida de los seres de la creación?
¿Podemos coexistir en un espacio donde la naturaleza talló durante millones de años el paisaje, sin destruirlo y aplanarlo?
¿Cuáles son las consecuencias de acabar con los pilares que sostienen los ciclos naturales?
Se interrumpe mi divagar cuando mi amigo se acerca. Le digo, se te hizo tarde. Me dice, no pasaba el camión. Conversamos sobre la vida, sobre la lluvia, sobre lo rico que es el olor a tierra mojada y lo triste que es ver los arcoíris formados por el aceite mineral de los carros que pasan a toda velocidad frente a nosotros. Uno de esos carros está a punto de salpicarnos con el agua encharcada de un bache. Alcanzamos a quitarnos de último momento. De la que nos salvamos. Él me pregunta: ¿Crees que algún día las personas podrán aprender el respeto? Pienso un poco antes de contestar. Le digo, si tu y yo aprendimos a respetar, yo creo que cualquiera puede aprender entonces. Nos reímos un poco, pero un instante en el imaginario colectivo hace que paremos de golpe y al mismo tiempo. Segundos de no decir nada que se alargan como si fueran siglos.
Rompo el silencio y le digo a mi amigo, yo creo que sí vamos a lograr vivir en un Chihuahua diferente, donde el progreso respete el agua, la vida, donde todos podamos disfrutar de aire limpio, donde los animales y las plantas sean tratados con dignidad, como parte de la creación divina que son, donde las personas puedan acceder con libertad, a sus derechos, necesidades y obligaciones, y antes de seguir, me interrumpo para ver el cielo, como esperando algo, luego miro la mirada de mi amigo y veo una mezcla de tristeza y esperanza. Se que es muy difícil soñar en una ciudad violenta y sucia, y más cuando esos sueños implican un cambio radical en la forma en que el poder político y económico ejerce su imperio. Pero si no soñamos probablemente sigamos para siempre atrapados en esta pesadilla.