En México no se gobierna por ocurrencias

Arq. Mario C. Contreras Figueroa

Columna | Sin sesgo

Hace muchos, pero muchos años, en un universo alterno, del que nadie quiere ya acordarse, vivió un presidente municipal bisoño, que sacó de la administración a la “mafia del poder”, quienes gobernaron, bajo distintos nombres, pero los mismos apellidos, durante casi doce administraciones.

Hombre probo y bien intencionado, además de inteligente, no tenía ninguna experiencia en gobierno, pero sí muchas ganas de trabajar y como no sabía qué hacer, acude con su antecesor para pedir consejo, el cual le fue dado, con pocas ganas y a cuenta gotas.

“Tienes que ir a gestionar”, fue la única respuesta que obtuvo. “¿Gestionar qué o dónde?”. “Averigua”.

Ni tardo ni mucho menos perezoso, fue a buscar a su padrino político en la capital, quien le informó que, si quería tener recursos para obra pública, tenía que ir a gestionarlos a la capital del país.

“¿Qué quieres gestionar?”. “Pues gestionar”. Se imaginaba que llegaba a la fábrica del Willy Wonka de la política y ahí le llenaban de oro las alforjas, para realizar sus proyectos.

La campaña no le dio tiempo de hacer un plan de trabajo y en esa época no se estilaban todavía los planes municipales de desarrollo, hechos por un despacho en la capital del Estado y sin poner un pie en el municipio, como sucede ahora en ese reino.

Después de una larga conversación, el padrino sugirió que se pudiera gestionar en la dependencia del petróleo (no recuerdo cómo se llama en ese país) asfalto para caminos y para pavimentar la cabecera municipal y le consiguió una cita con el encargado en la capirucha, que era amigo suyo y le debía un favor. Por lo menos ya había una razón para ir a gestionar.

Además, el presidente era -y es- honrado a carta cabal y no tenía planes de irse de vacaciones con los pocos recursos que le heredó la mafia del poder, por lo que era absolutamente necesario que, si iba a ir a pedir algo de la caja de los juguetes hubiera, por lo menos, uno o dos que quisiera tener.

Inmediatamente procedió a hacer lo necesario: conseguir un pasaje de avión (su primer vuelo), hospedaje y el teléfono de un taxi que fuera seguro. Posteriormente, se trasladó al Centro Comercial “El Pasito”, donde se hizo de unas botas “como las que se usan ahora”, con su cinto y su toquilla, todo en negro, no fueran a confundirlo con un “cuate de provincia”, como dice el inmortal Chabelo.

Huelga decir que sus gestiones fueron exitosas y que en muy poco tiempo se pavimentaron todas las calles de Tejijiapan de Arriba y alcanzó para hacer una carretera que se uniera con la que iba a la capital. Todos los tejijiapensesdearriba y de abajo estaban que no cabían de orgullo por su nuevo alcalde, lo cual le ha valido para ser reelecto en dos ocasiones más. Pero esa es otra historia.

Después de tan magnas obras y como el héroe de esta historia no era -ni es- ladrón, sobró algo de  material y no se podía desperdiciar. Por lo cual y después de un concienzudo ejercicio de conciencia, se autorizó pavimentar del rancho del presidente a la presidencia municipal. Un camino no muy útil, porque el hombre no tenía troca y se movía a caballo y porque no había nada entre su casa y el pueblo.

Esto no dejaba de ser un cargo de conciencia para un hombre que se preciaba -y se precia- de ser decente.

Alguien tuvo la feliz ocurrencia -la tercera de la historia- de gestionar un plan de ordenamiento territorial con los genios de la capital y resultó que las nuevas zonas de desarrollo correspondían con el camino que se le ocurrió a nuestro hombre. Por lo tanto, pudo descansar su conciencia.

Cada año, a partir de ese, sacaba lustre a sus botas picudas y se iba a gestionar recursos a la capital. Con esto, construyó una escuela secundaria, un albergue para indigentes (aunque no había ninguno en el pueblo), al igual que cobijas y calefactores para el invierno, muy útiles en lugares que tienen invierno pero no en Tejijiapan, donde la temperatura media anual es de 28 grados Celsius. Las cobijas se usaron para hacer mochilas para los niños de la primaria y los calefactores, con el foco apropiado, son unas singulares lámparas de alumbrado público, según se le ocurrió a la primera dama del municipio, que también era muy ocurrente, además de honesta e inteligente, como su marido.

De hecho, hay una moción ante el Congreso del Estado, de agregar al nombre del Municipio, la frase “de los calentones”, que se le ocurrió al cronista de la ciudad y por lo cual hubo grandes festejos.

Esto era en un tiempo inmemorial, donde se gobernada por medio de ocurrencias, algunas buenas, algunas malas y que, en la escala de este Municipio de Tejijiapan de los Calentones, no pasaron a mayores pero que, de haber sido un Estado o un País, hubieran sido catastróficas.

Por supuesto, la historia no se refiere a nuestro País donde hay, actualmente, procesos de planeación participativa, en los que interviene la sociedad, las organizaciones, además de expertos en cada uno de los temas y la del presidente es la voz de quiénes conocen los temas, los que deciden qué es relevante y qué no. No como en Tejijiapan donde, para todo, se hacía una consulta popular.

No. ¿Cómo cree usted? Estamos en pleno siglo XXI.

En México no se gobierna por ocurrencias

Arq. Mario C. Contreras Figueroa

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