En la lista de pendientes: la salud mental

“No hay salud sin salud mental”.

Ese fue el punto de partida para el desarrollo del Plan de Acción Integral sobre la Salud Mental 2013-2020, creado por la Organización Mundial de la Salud como parte de las acciones y estrategias mundiales aprobadas por la Asamblea de la Salud para atender las problemáticas que persisten en distintas sociedades y que requieren una mayor suma de esfuerzos para controlarlas o erradicarlas en un periodo determinado.

Durante los años establecidos en cada plan, la tarea principal de la OMS radica en hacer un análisis sobre la evolución del fenómeno en cuestión a partir de la aplicación de acciones específicas involucrando a cada sector de la población. A la par, se espera cumplir con ciertos objetivos cuyos resultados se verán reflejados en una mayor promoción de la salud, de los derechos humanos aplicados a esta área y en un aumento en la participación social e institucional que dé paso a un cambio profundo en la dirección de las acciones de los miembros de una sociedad, reorientándolas hacia un desarrollo integral que garantice una vida próspera y equitativa para todos sin excepción.

Ahora bien, el Plan mencionado al inicio del texto tiene como finalidad prevenir los trastornos mentales, garantizar una atención sanitaria y social de calidad para quien la necesite, mejorar la recuperación de aquellos que padecen este tipo de trastornos, reducir la mortalidad, morbilidad y la discapacidad en estos individuos, así como promover el ejercicio pleno de sus derechos garantizados por las leyes del lugar donde se encuentren.

 Hasta hace algunas décadas, la salud mental era uno de los muchos temas tabúes que, por enorme que fuera su relevancia en la vida de cualquier ser humano, era omitido de la conversación cotidiana, pues a aquel que se sentía con la necesidad de dar seguimiento a esta parte fundamental de su desarrollo, podía ser tildado de “loco” estigmatizando a toda persona que en silencio buscaba respuestas a algo tan real e importante como lo es esta área de la salud. Y qué decir de los profesionales de esta rama del conocimiento, cuya loable labor ha sido descalificada en más de una ocasión bajo juicios de rotunda ignorancia que de alguna forma u otra influían en la toma de decisión de quien realmente necesitaba acudir con un especialista en el tema. Sin embargo, la perspectiva del mundo ha cambiado en gran medida y hoy nos encontramos frente a un escenario muy distinto al de aquel momento.

 Hace más de un lustro de la creación de tan importantes objetivos a alcanzar en este año que se encuentra a días de llegar a su fin. Por supuesto que el panorama esperado para estas fechas era muy distinto al que se ha configurado después de meses atípicos y convulsos donde uno de los grandes retos fue aprender a convivir con nosotros mismos y a gestionar de manera asertiva cada una de las extrañas emociones que se apoderaban de algunos días o semanas sin el menor reparo como producto de una nueva forma de vida encapsulada donde llegamos a echar en falta aquello que, en otro momento, sería de mínima importancia.

Pronto fue común escuchar sobre ansiedad, depresión, estrés, trastornos emocionales de los que más de uno seguro se sentía exento hasta antes del confinamiento. No es casualidad que una de las preguntas más buscadas en Google durante el año fuera - ¿Qué es el estrés? - en un genuino afán por dar luz a un tema que bajo innumerables manifestaciones tuvo lugar entre la humanidad por cuestiones un tanto distantes a las que, en otra circunstancia y presa de cierta mofa, solíamos hacer referencia a la aparición de este desorden.

El pasado 10 de octubre en el marco del Día Mundial de la Salud Mental, el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, emitió el siguiente mensaje “Todo esto era cierto, incluso antes de COVID-19. Ahora estamos viendo las consecuencias de la pandemia en el bienestar mental de las personas y esto es solo el comienzo. Muchos grupos, incluidos los adultos mayores, las mujeres, los niños y las personas con problemas de salud mental existentes, corren el riesgo de sufrir graves problemas de salud a medio y largo plazo si no se toman medidas. Merece nuestro compromiso. Muy pocas personas tienen acceso a servicios de salud mental de calidad. En los países de ingresos bajos y medianos, más del 75% de las personas con problemas de salud mental no reciben ningún tratamiento. Y, en general, los gobiernos gastan en promedio menos del 2 por ciento de sus presupuestos de salud en esta cobertura. Esto no puede continuar”.

Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de la OMS, instó al mundo a corregir el histórico abandono de la salud mental, asegurando que es necesario asumir compromisos serios a nivel nacional e internacional para aumentar la inversión en este ámbito y así evitar mayores consecuencias sanitarias, sociales y económicas de gran alcance.

El temor a perder los medios de subsistencia, tener que salir de casa a buscar el sustento a diario a pesar del gran riesgo que esto implica, haber convertido un espacio improvisado en oficina o salón de clases, el incansable y valioso trabajo de quienes están en primera línea velando por la salud de miles de enfermos alrededor del mundo, la creciente vulnerabilidad de aquellos que se encuentran en entornos azotados por la pobreza frente a una limitada protección sanitaria, la pérdida de un ser querido, la consecuencias económicas que ha traído consigo la pandemia y la incertidumbre sobre nuestro futuro que no cesa a pesar del tiempo transcurrido, hoy representan potenciales causas del desarrollo de algún trastorno emocional o mental que de no ser identificado y atendido correctamente en una etapa temprana pueden derivar en una problemática de salud pública como lo es el suicidio.

 A razón de lo anterior, la Secretaría de Salud mexicana reportó en el mes de septiembre que entre enero y junio del 2020, se registraron 2,130 suicidios y 3,665 intentos. La directora de Normatividad y Coordinación Institucional del Consejo Nacional de Salud Mental, Diana Tejadilla, informó en la conferencia vespertina del 10 de septiembre como parte del Día Mundial para la Prevención del Suicidio, que la tasa de este acto en México es de 5.3 por cada 100,000 habitantes, siendo la población con mayor índice de casos los jóvenes de entre 20 y 24 años.

En este orden de ideas, se informó que Jalisco, Guanajuato y Chihuahua representan los estados con mayor número de incidencia, así como que, en colaboración con la UNAM, se ha detectado que las personas que durante el primer semestre del año solicitaron apoyo relacionado a este tema: 23,872 han sido víctimas de violencia, 11,273 tienen problemas con el consumo de sustancias, 7,752 sufre depresión y 5,164 muestran signos de autolesión. También se dio a conocer que las problemáticas principales que podrían llevar al suicidio son el estrés con un 39% de probabilidad, pensamientos de autolesión con 26%, crisis en un 15%, violencia con un 4% y consumo de sustancias nocivas en un 4%.

De esta forma, se suma a la lista otro asunto de gran importancia que deberá atenderse en los próximos meses como parte de las consecuencias de la crisis sanitaria que tal parece, no dejan de cobrar el extenso costo de su paso por el mundo; uno que está obligado a cambiar evitando el rezago de cualquier sector ya sea vulnerable o no, atendiendo todos los aspectos que conforman parte de nuestra vida sin excepción en un esfuerzo conjunto a nivel internacional por mejorar las condiciones de vida de la población bajo el estricto aprendizaje que nos ha dejado la pandemia. Se acaba el año y las realidades no dejan de surgir, restaurar el equilibrio y establecer nuevos objetivos a cumplir a partir de esta realidad será nuestra prioridad en un quizás igual de errático 2021.