Mujeres y niñas: las víctimas más grandes de la militarización en México

El 3 y 4 de mayo de 2006, cuando Enrique Peña Nieto era gobernador del Estado de México, elementos policiales de la entidad realizaron un operativo en San Salvador Atenco con la intención de disolver el movimiento de protesta que surgió en rechazo a la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México que se pretendía construir en Texcoco.

Durante el operativo, dos personas murieron, decenas de mujeres fueron abusadas y más de 200 personas fueron detenidas.

Las mujeres no solo sufrieron la detención ilegal y arbitraria por parte de policías en el municipio de San Salvador Atenco y en Texcoco, sino que también sufrieron tortura física, psicológica y sexual, así como falta de acceso a la justicia.

El caso de Atenco se convirtió en uno de los más emblemáticos de México en materia de violación de derechos humanos e impunidad y puso en la mira de activistas y organizaciones feministas, a aquellas otras víctimas del uso excesivo de la fuerza militar: las mujeres.

Este 12 de agosto el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) hizo pública y explícita su intención de que el Ejército y la Marina continúen de manera oficial sus labores en la seguridad del país, de ser necesario, realizando modificaciones a la ley.

Al mismo tiempo, volvió a insistir en la importancia de que la Guardia Nacional (GN) se incorpore a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y negó la posibilidad de que llegara “otro Felipe Calderón” a declarar otra guerra contra el narcotráfico.

Sus declaraciones han vuelto el debate de la militarización a la discusión pública y han encendido las alarmas, sobre todo para aquellas “víctimas colaterales”.

Y es que diversas investigaciones llevadas a cabo por Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC), han revelado que la presencia de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad pública ha representado un impacto negativo y letal en la vida, sobre todo de las mujeres y las niñas.

Según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) realizada por última vez en 2016 a cargo del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), tan solo en el año previo a la encuesta, un aproximado de 97 mil mujeres mayores de 15 años en el país fueron violentadas por militares o marinos.

De las agresiones que sufrieron a manos de militares y marinos, es destacable, por ejemplo, que 13.7% reportaron haber sufrido manoseos, tocamientos, arrimones o levantones de ropa; 19.7% declararon haber sufrido patadas, golpes, pellizcos y empujones; 18% dijeron haber sido vigiladas o seguidas y 4% aseguraron haber sufrido violaciones o intentos de violación por parte de los soldados.

Agregado a esto, datos recabados por el mismo INEGI en la Encuesta Nacional de Población Privada de la Libertad (ENPOL), el 41% de las mujeres que fueron arrestadas por integrantes de la Marina fueron víctimas de violación, en comparación con 5% en el caso de los hombres.

Fuerzas Armadas trastocan la vida de las mujeres

Valentina Rosendo Cantú, una mujer indígena me’phaa, tenía 17 años cuando fue víctima de violencia sexual por parte de miembros del ejército mexicano mientras se encontraba lavando ropa en un arroyo cerca de su casa, ubicada en Barranca Bejuco, municipio de Acatepec. Sucedió un 16 de febrero de 2002 mientras la interrogaban sobre la ubicación de varios hombres de su comunidad para dar con su paradero.

Inés Fernández Ortega, igual de origen me’phaa, vivió algo similar: fue asaltada sexualmente por militares que allanaron su domicilio en Barranca Tecuani, una comunidad de la zona serrana de Ayutla de los Libres, el 22 de marzo de 2002.

La violación sexual y tortura que padecieron estas mujeres indígenas, se dio en el marco de la militarización de los territorios indígenas de la Región de la Costa-Montaña del estado de Guerrero.

Quetzalli Villanueva, abogada y defensora del Centro de Derechos Humanos de la Montaña “Tlachinollan”, comentó en entrevista con Infobae que en la entidad guerrerense se tienen muchas experiencias que comprueban que la presencia de militares trastoca de manera negativa, la vida de las comunidades y en especial de la población femenina:

Las mujeres no están seguras en las calles mientras los cuerpos militares deambulen por los poblados con la “excusa” de contener las actividades de grupos delincuenciales o del narco, dijo. Y esto no solo está en el discurso de la defensora —quien ha acompañado varios casos de crímenes por parte del ejército contra integrantes de comunidades indígenas—, ni lo que les sucedió a Inés y Valentina fueron casos aislados.

En una exploración hecha por investigadores de Intersecta, en la CIDE-PPD, que es una base de datos publicada por el Programa de Política de Drogas (PPD) del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) en el 2016, se comprobó que la mayoría de los enfrentamientos entre Fuerzas Armadas y grupos delictivos no fueron resultado de una actuación jurídica o de inteligencia por parte de estas autoridades. Fueron, más bien, resultado de patrullajes o de las autoridades deambulando, ocupando el territorio.

Años de lucha, ¿en vano?

Los casos de Inés y Valentina, fueron conferidos a la “justicia militar”, es decir, fueron investigados durante años por la misma institución que se señalaba como culpable. Sin embargo, gracias a que llegaron a instancias internacionales en 2011, fueron trasladados de la jurisdicción penal militar a la jurisdicción ordinaria.

Además, debido a las exigencias de sus comunidades y de defensores de derechos humanos en el caso de Valentina, se lograron aprobar las reformas al Código de Justicia Militar, en las que se establece por primera vez una restricción al uso del fuero militar. Como consecuencia, los casos de violaciones de derechos de personas civiles pasaron de ser juzgados por tribunales militares a estar en manos del sistema ordinario de justicia.

La facultad de investigación de delitos que tiene actualmente la Guardia Nacional —la misma que fue derogada tras el caso de Valentina—, se formalizarían y pasaría a manos de la misma Sedena, de integrarse la primera a la última, advirtió Quetzalli.

Lo que ya se había logrado con la sentencia de Valentina, que representó años de exigencias y trabajo de defensa, se puede venir abajo de oficializarse la integración de las Fuerzas Armadas a las tareas de seguridad pública.

La solución, ¿capacitar en derechos humanos a los militares?

De acuerdo con la Secretaría de la Mujer del estado de Guerrero, “las mujeres (principalmente, las de comunidades indígenas) siguen padeciendo las consecuencias de una estructura patriarcal ciega a la equidad de género, especialmente en instancias como Fuerzas Armadas o policiales, donde se les entrena para la defensa, el combate o el ataque a criminales, pero no se les sensibiliza en los derechos humanos de la comunidad y de las mujeres”.

Frente a esto, tanto los mandos del Ejército como el mismo presidente López Obrador, han presumido que sí se ha capacitado a las Fuerzas Armadas en la materia e incluso se ha dicho que dicho proceso de formación “es una muestra del giro histórico que se dará a las funciones de las Fuerzas Armadas con especial énfasis en el respeto a los derechos humanos”.

No obstante, la realidad es otra y lo cierto es que las instituciones militares en México, no están asumiendo la obligación de capacitar a su personal, al menos con la rigurosidad necesaria, según un informe realizado por Data Cívica, Equis Justicia e Intersecta titulado “Falsas salvaguardas”

El documento concluye que la existencia de una estrategia de capacitación en derechos humanos y género, por sí misma, no garantiza que los militares que las reciben, estén, en efecto, capacitados y respeten derechos humanos al ejercer sus labores. La creciente impartición de capacitaciones en derechos humanos y género a las fuerzas armadas no es una estrategia que garantice el respeto a los derechos humanos, incluidos los de las mujeres.

Por una política de seguridad no militarizada

Quetzalli opinó que por toda esa violencia sobre el cuerpo de mujeres, niñas y personas de comunidades que han sido históricamente marginadas, que, además, se ha más que comprobado con estudios, testimonios e incluso cifras, la política de seguridad no puede apostarle a la militarización, a los grupos armados, sino que tendría estar hecha considerando la garantía a una vida libre y en paz.

Las contradicciones del presidente, siguen sembrando dudas y confusión en aquellos sectores que en un principio vieron al menos el esbozo de un cambio por más pequeño o grande que fuese:

“Esto no está en concordancia con lo que en un principio se había prometido en las campañas, porque sabemos que la 4T y el gobierno de AMLO, ha sido una promesa para muchísimas personas que durante mucho tiempo vivieron en los regímenes sumamente represivos de Calderón, Zedillo, Fox...”

Finaliza la abogada y defensora.

Con información de Infobae

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Los pactos de Ulises Ruiz por 75 mdp 

Luego de 18 años y en pleno proceso electoral circula un video grabado en 2006 durante el gobierno de Ulises Ruiz en Oaxaca, en el cual aparece su secretario de gobierno, Jorge Franco pactando con "fajos de dinero" con Enrique Rueda entonces Secretario de la Sección XXII  del Sindicato de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE)

Se aprecia en el video que circula en redes, como Jorge Franco secretario del gobierno de Oaxaca recibe a Enrique Rueda en una oficina portando una maleta. El funcionario estatal acomoda en la maleta de Rueda el dinero por 75 millones de pesos para pactar con el entonces gobernador Ulises Ruiz.

El material menciona, que esto sería parte del pacto para traicionar  al Movimiento Magisterial, un total de 75 millones de pesos, la pregunta es si de la misma manera ¿opera hoy Ulises Ruiz en Oaxaxa para la campaña de Xochitl Gálvez?

Ulises Ruiz es actual coordinador de la campaña de la candidata presidencial en Oaxaca.

 

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