Crónicas de mis Recuerdos. Marisela Escobedo: el grito que no fue escuchado

Por: Oscar A. Viramontes Olivas

violioscar@gmail.com 

La ciudad parecía detenerse cada vez que Marisela Escobedo pasaba por la plaza.No aspiraba a los aplausos ni a los titulares, en sus brazos, llevaba el vacío de una madre que se negaba a aceptar su dolor. En la memoria colectiva de Chihuahua y del país, su figura se transformó en un símbolo de resistencia; una mujer que abandonó su vida cotidiana, su hogar y su empleo, para convertirse en una atenta guardiana de la justicia; caminaba con carteles, llevando la fotografía de Rubí, con una voz quebrada pero decidida, exigiendolo que toda nación establece en sus disposiciones legales, pero que olvida en su burocracia, la justicia. Rubí Marisol Frayre Escobedo, tenía dieciséis años cuando desapareció en agosto de 2008 en Ciudad Juárez.

La confirmación de su muerte, llegó a través de una confesión macabra, el perpetrador, describió cómo incineró y desmembró su cadáver antes de arrojarlo en un vertedero. Este terrible testimonio, junto con los restos hallados tras su revelación, debiera haber sido la base indiscutible para un castigo ejemplar; sin embargo, se convirtió en la rendija por donde se filtró la impunidad. La decisión de un tribunal y un ministerio público incapaz de presentar una carpeta de investigación sólida en contra del victimario y la desición de los jueces de absolver al confeso debido a supuestas deficiencias en la indagación, fue la chispa que encendió la tragedia pública de Marisela; de su rabia personal, surgió una movilización incesante. El relato de su lucha, compuesto de horas repetitivas que laten como un corazón; la búsqueda de documentos en oficinas con pasillos helados, la interminable fila para comunicarse con funcionarios que, controlaban el tiempo; la insistente presencia ante ministerios que carecían de respuestas.

Cada rechazo, cada puerta cerrada, moldeó en ella, una armadura de resistencia; Marisela siguió la pista del asesino, denunció públicamente su paradero, y documentó con nombres y fechas lo que las instituciones prefirieron ignorar, junto a un informe de amenazas que la acosaron como un eco persistente. No hubo, o no se proporcionó a tiempo, la protección que otras vidas hubiesen exigido del Estado. La Plaza Hidalgo, frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua, se convirtió en su escenario final y testigo. En la noche del 16 de diciembre de 2010, mientras sostenía un plantón firme, un hombre se acercó y le disparó en la cabeza. Las cámaras de seguridad grabaron el momento, el disparo y la fuga organizada de los atacantes. Que una mujer fuese asesinada tan cerca de las instituciones encargadas de protegerla, revela una verdad dolorosa; la amenaza no era oculta, y aun así, no se evitó el crimen. La ejecución en un lugar tan resguardado, mostró la vulnerabilidad de las mujeres que demandaban justicia ante el poder.

El sufrimiento causado por la muerte de Marisela, no solo se midió en su cuerpo, sino también en las largas noches que enfrentó su familia en su ausencia;  la historia posterior, es una serie de sombras que se multiplican; los supuestos autores materiales, las narraciones que cambian, las detenciones que no siempre parecen cerrar la cadena de responsabilidades, y la extraña secuencia de muertes y encarcelamientos que generan dudas sobre la verdad completa del caso. Ahí aparece Sergio Barraza, el autor confeso del asesinato de Rubí, el cual, logró escapar, fue arrestado y luego exonerado, y su impunidad, avivó la lucha hasta convertirse en el catalizador del plantón que culminó en la tragedia. Meses después, su culpabilidad nuevamente sería señalada, y él huiría una vez más, dejando a muchos cuestionando cómo se encadenaron las fallas. Caminar con la foto de una hija, y gritar su nombre hasta perder la voz, es un acto que no tiene cabida en los procedimientos burocráticos de una institución.  Marisela aprendió, al igual que muchas otras madres, que la fuerza y la denuncia pública, eran a menudo su único salvaguarda. 

La presión social, las vigilias, los medios de comunicación, y la solidaridad de grupos de mujeres y organizaciones civiles, constituyeron los factores que sostuvieron su reclamo cuando las oficinas se cerraron. Sin embargo, también se convirtieron en una espada de doble filo que la colocó en la línea de fuego, en un país donde los caminos de la justicia están tejidos con negligencia y violencia organizada; denunciar, significaba exponerse a represalias; las amenazas que sufrió, y que denunció sin recibir protección, son parte de la narración que demanda respuestas claras sobre las responsabilidades y omisiones del Estado. En los días posteriores al asesinato, la ciudad y el país, se inundaron de interrogantes que aún resuenan: ¿cómo se permite que una madre sea asesinada en la entrada del lugar más emblemático del poder? ¿por qué las confesiones y las pruebas, no fueron suficientes para sostener una sentencia inicial?, ¿qué falló en la cadena de custodia, en la investigación, en la voluntad institucional? 

Las respuestas, parciales y dolorosas, hablan de una compleja red, donde el miedo, la omisión y, en ocasiones, la complicidad, actúan como un cemento que impide que la verdad se materialice en un juicio justo. Organismos internacionales y defensores de derechos humanos, han señalado el caso de Marisela, como emblemático de una crisismás amplia, cómo el Estado falla en proteger y garantizar procesos judiciales eficaces. No obstante, la crónica también resuena con el eco de una dignidad que no se extingue; las imágenes de Marisela plantada frente al Palacio, con el frío de la noche, con la fotografía de Rubí en mano, con la mirada firme, se convirtieron en símbolo; su dedicación fue a la vez, sacrificio y ejemplo, sacrificio por el amor de una madre que no dejó de tocar puertas, porque su valentía inspiró a otras madres, a colectivos y a organizaciones que hoy no permanecen en silencio. Homenajes, vigilias y una placa con su nombre en la plaza, no reemplazan la justicia, pero mantienen viva la memoria pública. Su muerte iluminó, de manera severa, la deuda que aún persiste.

En los años posteriores, el eco del caso no se limitó a lo doméstico. Documentales, informes y pronunciamientos internacionales, enfatizaron que el crimen que sufrió Marisela, no era un hecho aislado, sino un síntoma de carencias profundas en la protección de derechos y en la persecución de delitos contra las mujeres. Las familias afectadas, los colectivos feministas, y las instancias de defensa, insistieron en que la justicia no debe ser un privilegio que se logre solo con riesgo personal, y presión mediática. La demanda ha sido incesante por verdad, por responsabilidades claras, y por medidas que eviten que otras madres deban acudir a las puertas del poder para solicitar lo elemental. Sin embargo, la ciudad no olvida. Cada diciembre, velas y flores rodean nuevamente la plaza; las voces de quienes marchan hoy, pronuncian el nombre de Marisela Escobedo junto al de otras mujeres, porque su historia ha trascendido de ser un mero caso, a convertirse en una consigna, ¡No más impunidad! Su figura sirve de espejo que refleja tanto el fracaso del Estado, como la dignidad persistente de quiense niega a aceptar que la violencia sea normalizada; de su legado, se deriva una lección incómoda, la justicia no llega por sí sola, requiere memoria, vigilancia y reformas que rompan con la costumbre de la negligencia.

Conviene concluir que, el legado de Marisela no se debe convertir en un mero epílogo, ni en una placa conmemorativa; su entrega debe ser un llamado, un llamado para que el Estado asuma su deber de proteger, investigar y sancionar con seriedad; un llamado, para que las familias que buscan a sus hijas no deban convertirse en detectives de justicia; un llamado para que la sociedad comprenda que, la igualdad y la seguridad de las mujeres, no debeb ser promesas retóricas, sino deberes que requieren recursos, protocolos y voluntad. Sobre la piedra donde hoy se inscribe su nombre, debe latir la exigencia de que ninguna madre vuelva a realizar una vigilia para demandar lo que la ley ya contempla. Marisela dedicó su vida buscando justicia para Rubí, que su sacrificio, impulse a que todas las mujeres reciban respuestas ante el abuso y a que la impunidad, deje de ser el eco que acompaña tantas ausencias. 

¡Descanse en paz, Maricela Escobedo!

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Mientras Maru Campos anda en Italia, otra gobernadora habla por los chihuahuenses con Sheinbaum 

La gobernadora de Aguascalientes, Tere Jiménez, habló a nombre de los chihuahuenses ante la ausencia de Maru Campos al Consejo Nacional de Seguridad Pública que convocó la presidenta Claudia Sheibaum en Palacio Nacional.

Mientras la gobernadora Maru Campos anda en Italia, los demás mandatarios del país respondieron al llamado de Sheinbaum en materia de seguridad.

Pero la ausencia de Maru Campos fue más evidente, porque su homóloga de Aguascalientes habló a nombre de los chihuahuenses.

“De parte del gobierno de Chihuahua: se piden más recursos para la Policía, tanto estatales, como municipales”, eso fue lo que según Tere Jiménez piden los chihuahuenses.

 

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