¿Te has preguntado por qué hay personas que con sólo proponerse alguna meta logran obtenerla sin importar lo grande o pequeña que sea?, o ¿has logrado percatarte de que existe gente que tiene todos los talentos y habilidades para lograr sus sueños y permanecen estancados en el fracaso?, sé que tanto tú como yo hemos logrado ver esa diferencia en la que se abre una brecha inmensa entre la gente que es feliz, exitosa (lo que no implica que sea millonaria nada más), sana, feliz, plena y la gente que en cambio es desdichada, o se encuentra en un estado de frustración constante.
Muchas veces me he preguntado en donde estriba la diferencia entre esas personas, y sin pretender encasillar en un status quo de “gente feliz” y “gente infeliz”, si es importante buscar esa diferencia, confieso que yo llegué a pensar en un universo injusto que quería ver a las personas infelices cada vez más desdichadas (si, lo sé, el dramatismo puede llegar a reinar en mis conjeturas), sin embargo tuve la oportunidad de vivir una experiencia (que ahora sigo experimentando) en la que me ha dado la respuesta a esta incógnita, ¿estás listo para descubrir la maravillosa respuesta?, pues bien, he aquí el hilo negro (pues yo sí lo he descubierto): la única diferencia entre una persona que logra sus objetivos sin importar cuáles sean, y una que no, consiste exclusivamente en la autoconfianza, la fe que tiene cada una en sí misma. Si, ya sé que esta magnífica premisa te puede llegar a parecer trillada, además de sobreexplotada por autores como Paulo Coelho, y otros, que tal vez no sean literariamente extraordinarios, incluso estoy segura de que vas a pensar que es sólo una frase hecha o una idea que sirve para mover masas y vender (confieso que yo llegué a creerlo), pero puedo decirte que esta máxima, el poder interior y la confianza en sí mismo es la más absoluta verdad.
Líneas atrás te comenté que he vivido una experiencia que sin duda me ha orillado a mirarme y creer en mí, en mi poder personal, y no estás tú para saberlo ni yo para contarlo, pero he aquí mi conmovedora historia (y no, no te emociones pensando en una novela tipo historias engarzadas): hace poco más de un año comencé con un problema de salud, y por más que había luchado contra la enfermedad no lograba sanar, y es que cuando te encuentras ante un diagnóstico tan desalentador como el cáncer, lo primero que te viene a la mente es que vas a morir, efectivamente yo pensaba y temía que me iba a morir (luego entendí que todos nos vamos a morir algún día, y que el drama de la muerte no era tan funesto como pensaba), pues bien, comencé con los tratamientos indicados por los médicos, y aún así el cáncer volvía a manifestarse de manera más agresiva cada vez en cuestión de semanas, cabe decir que dentro de mi tratamiento me enfoqué en tratamientos integrales, buscando igualmente terapias holísticas (siempre he tenido la convicción de que los métodos alternativos son mejores y más efectivos que los métodos de la medicina tradicional), aun cuando seguía las instrucciones médicas y de mis terapeutas al pie de la letra, nada parecía funcionar, el cáncer no cedía, e incluso aparecía empeorando mi salud, como podrás imaginar yo estaba devastada y creía firmemente que moriría más temprano que tarde.
Recuerdo bien, que desde que inicié mi proceso de sanación, retomaba todo lo que a lo largo de mi vida había ido aprendiendo: sanación pránica, reiki, alimentación consciente, meditación, yoga, thetahealing, barras de Access, comunicación celular, biodecodificación, decretos, constelaciones familiares, además de tratamientos tradicionales (cirugía, quimioterapia, radioterapia), tratamientos alternativos, nutrición celular, etc., podría decirse que lo estaba haciendo todo, incluso mis médicos, terapeutas, familiares y amigos me decían constantemente frases alentadoras que por cierto yo veía como frases hechas y vacías, tales como “tú puedes hacerlo”, “confía en ti”, “eres una guerrera”, “tú todo lo puedes”, aunque no mentiré, había mensajes desalentadores de los médicos sobre mi panorama, “puedes morir”, “no hay tratamiento para tu cáncer”, “tu caso es muy complicado y peligroso”, “los tratamientos alternativos no funcionan” –afortunadamente diagnóstico no es destino-, es decir, estaba bombardeada tanto positiva como negativamente, todo esto me descolocaba y no me permitía centrarme en mi fuerza interior (sin sonar a película de superación personal).
También he seguido de cerca historias fascinantes y realmente sorprendentes en los que algunos pacientes con cáncer, por no decir muchísimos casos que presentaban panoramas sumamente desalentadores, desahuciados, o a juicio de los médicos sin más remedio y condenados a morir, sin embargo optaron por seguir tratamientos alternativos como reiki, meditaciones, alimentaciones o suplementos, y a pesar de lo funesto de los vaticinios médicos, lograban sanar de forma inexplicable, sin duda yo veía todas estas historias, y las comparaba con mi situación, cuando más deprimida y desmoralizada me encontraba, preguntaba constantemente al universo (o a Dios, o poder superior o como quieras llamarlo) “¿por qué ellos sí y yo no?”, siempre que lanzas preguntas al universo, el universo te lanza la respuesta de alguna manera u otra, fue a partir de ese momento que comencé a tener reflexiones, epifanías (me gusta llamarlo intuición) y entendí todo: por qué hago todo y nada funciona, porque sí lo hago TODO, entonces llegó a mí la respuesta y es que, efectivamente, yo estaba haciéndolo todo, pero no estaba depositando confianza, fe, acudía al tratamiento a ver si funcionaba, pero no le imprimía la fuerza de mi interior para que así fuera, incluso actuaba desde el miedo, el miedo a morir, el miedo a que nada funcionara, ¿cuál era la diferencia entre todas esas personas cuya sanación había sido un éxito y yo?, la respuesta siempre había estado a mi alcance y era tan obvia: esas personas cuya salud envidiaba, habían logrado su meta, es decir, recuperar su salud por la simple y sencilla razón de que creían, creían en sí mismos, creían en su fuerza para salir bien librados, confiaban en los métodos elegidos, confiaban que eran tan fuertes para programar a su cuerpo y encaminarlo a la salud, en cambio yo dudaba de mí, dudaba de mis elecciones, dudaba de todo, y donde hay duda jamás habrá contundencia.
Una vez que comprendí la gran premisa me dije a mí misma “el poder está en mí”, y giré a verme a mí, buscar en mi interior esa fuerza para salir avante en la batalla, y ¿sabes qué?, ¡claro!, lo logré, al comenzar a creer en mi capacidad, a confiar en mi misma, todo comenzó a cambiar y sin duda mi salud empezó a mejorar, hoy puedo decirte que aunque no he “tocado mi campanita” aún, por arte de magia (mi magia) los tumores han ido disminuyendo de tamaño en pocas semanas, y tengo la plena certeza de que muy pronto habré ganado, porque yo gano cada día y lo puedo ver y comprobar.
Pues bien, para no hacer esta historia más larga y tediosa vayamos sintetizando, ¿qué es lo que cada uno debe hacer para lograr cumplir una meta?, sé que tienes la respuesta, ¿ya adivinaste?, ¡exacto! CREER EN SÍ MISMO, todos tenemos dentro un guerrero, pero si no tienes la inteligencia de tenerte fe, ese guerrero nunca saldrá a pelear por ti, y si no eres capaz de salir al mundo a pelear tus propias batallas ¿qué puedes esperar del resto del mundo?, el triunfo no depende de nadie más que de tí. Tal vez estés pensando en este momento que todo esto se lee muy bonito, y que estamos a base de frases hechas, pero esa magia interna de tener fe en uno mismo no ocurre de la noche a la mañana, es fácil de lograr, pero requiere de hábitos, te cuento cómo fue que yo lo logré:
Ahora que has visto que la clave del éxito estriba en la fe que tienes en ti mismo cerraré con la frase más famosa de Dan Custer: “tanto si tú crees que puedes como si tú crees que no puedes, en ambos casos tú tienes la razón”.