Jorge Camacho Peñaloza
@Camacho_Jorge
El combate a la pobreza se centra en el numeroso sector de mexicanos que se encuentra en esa situación. La estrategia del combate a la pobreza reditúa en términos de imagen al gobierno en turno respecto de la otra parte más desahogada de los mexicanos, una atención destinada a mitigar las punzadas de la mala conciencia. Sin embargo, esa es una manifestación más de la indigencia de México, la más apremiante por dolorosa e intolerable, pero sólo una más.
Reducir la pobreza a la carestía económica es una manera de no enfrentar un problema presente en otros ámbitos, una maniobra elusiva para que no asuman la responsabilidad quienes deberían arrogársela. Mucho debe la penuria en México a la miseria política. Una parte del problema reside en la mendicidad de la clase política, más pendiente de lo suyo que de lo de todos; más interesada en obstaculizar a los adversarios que en promover la mejora de la sociedad; más aplicada en captar votos que en solucionar los apuros de los votantes. La conveniencia de unos pocos se sobrepone a la de la mayoría. La pobreza política no está necesariamente relacionada con la preparación de los políticos en lo personal, pero sí con un sistema que la requiere como condición.
Gabriel Zaid afirma que la corrupción en México es sistémica, no dice que lo es porque está cobijada por la indigencia política. Si la política es una actividad destinada a solucionar problemas sociales mediante decisiones colectivas, nada indica su existencia en nuestro país. En México, las carencias e impedimentos de la sociedad no resuenan en la clase encargada de resolverlos. Pero no es sólo que se abstengan de enfrentarlos, sino que además los utilizan para mantener secuestrada a la ciudadanía. La ausencia de voluntad política expresa su pobreza. Pero esa falta aparente expone la existencia de una determinación real al servicio de sí misma, en que la vida de los mexicanos únicamente se aprecia a la hora de que los políticos sigan aferrados a la poltrona. La voluntad no reside en solucionar problemas, sino justamente en hacerse de la vista gorda, que es una manera de asegurar las propias prebendas sin mayores cuestionamientos. La indiferencia ante los problemas como estrategia exhibe a unos políticos perversos, instalados en la pobreza moral por decisión propia, resistentes a los reclamos ciudadanos. La pobreza de los políticos es consecuencia de la corrupción moral.
Al utilizar la política con un propósito contrario al que tiende por naturaleza, lo acostumbrado son episodios de violencia en sustitución de causas institucionales que procesen diferencias, reclamen derechos, demanden justicia. Los gritos, los sombrerazos, los bloqueos o los tiros arrumban la legalidad. La fuerza bruta usurpa el espacio de la razón; la violencia, el de los argumentos; el temor, el del bien común. La pobreza política genera violencia, pero no sólo como consecuencia, sino como recurso de primera mano.
Jorge Camacho Peñaloza
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