Narco-impuestos: Andrés Pascoe

N. de R.: Andrés Pascoe Rippey es un periodista y chef amateur, quien estudió Letras inglesas en la UNAM. Ha trabajado como columnista desde 2002 en diversos medios.

La violencia criminal es un tema de todos los días para México. No pasan 24 horas sin que sepamos de una nueva masacre, balacera, homicidio múltiple o feminicidio. Y mucha gente se indigna u horroriza, pero pronto se nos olvida y volvemos a nuestras vidas.

En general, lo vemos como algo que le pasa a otras personas, que no nos afecta, que es triste pero al final el problema de alguien más. Lo que no siempre tenemos presente es que el crimen organizado sí nos toca a todos y todas.

A veces, de formas que ni nos enteramos. Últimamente hablamos mucho de la inflación alimentaria. Esto es, la forma en que suben los precios de los alimentos de forma constante, y cada vez vemos cómo alimentar a nuestras familias es más caro.

Y es cierto que la pandemia tuvo un efecto global en las cadenas de producción, y eso impactó a los alimentos. La guerra en Ucrania también ha afectado. Pero hay otro elemento que al menos en México es importante y no hay que dejar de lado: el impuesto narco.

Es importante hablar de esto, porque no nos damos cuenta de que casi todas las personas estamos, poco a poco pero de forma constante, financiando al crimen organizado. ¿Cómo funciona esto?

En Cuestione hemos hablado con productores de aguacate y limón en Michoacán, una de las principales zonas productoras de nuestro país. Todos en condición de anonimato, ya que saben que si se conoce su nombre, o incluso la región en la que trabajan, podría ser una sentencia de muerte.

Lo que nos dicen es brutal. 

Desde hace muchos años tienen que pagar a los grupos criminales para poder cosechar sus productos. Este costo los obliga a subir el precio. En este sexenio, ese costo ha aumentado. 

No es solo un impuesto a la cosecha: la transportación también tiene que pagar para poder hacerse, con el aumento indispensable para que siga siendo algo de lo que puedan vivir.

Así, el precio de productos como el limón se ha cuadruplicado desde 2021: de costar 19 pesos el kilo, ahora está cerca de los 100. 

Eso se ha reproducido en productos como el pollo, carne, leche, huevo y tortilla, entre otros. Productores y campesinos viven con miedo, siempre acechados por la amenaza de violencia.

Al final, la gente que compra estos productos paga su parte para seguir enriqueciendo a las mafias. 

Hablamos de las familias más pobres. Según el Observatorio Nacional Ciudadano, unas 500 comunidades de bajos recursos han visto cómo se distorsionan los precios por las extorsiones y el cobro de piso que hace el crimen de forma cotidiana.

Tan grande es el problema que el gobierno se ha visto obligado a reconocer un aumento en la extorsión, pero podemos suponer que la cifra negra – los delitos que no se reportan – es mucho más alta.

Pero “vamos bien”, nos dicen. Nos piden que hablemos de que la inflación es más alta en otros países, como si eso nos resolviera algo.

Seguimos sin una estrategia clara para afrontar este problema. El presidente nos asegura que ya no hay corrupción, que no hay impunidad, pero la ciudadanía sigue pagando el precio de un abandono en la tarea de cuidar a la gente, incluso a los más desfavorecidos. Están en el desamparo.

El punto es este: no importa qué hagamos o qué tan decentes creamos que somos, estamos financiando a las mafias. Quizá sea solo un poquito, pero al final es mucho sumando a toda la gente.

Así, el crimen organizado no solo afecta a unos cuantos; no solo afecta a quienes consideramos que andan “en malos pasos”.

Afecta, todos los días, a cada persona que vive en México. 

¿Se hará algo al respecto?