
Las habilidades sociales son un conjunto de capacidades que permiten a las personas interactuar de manera efectiva, asertiva y empática con los demás. Estas habilidades no solo influyen en la manera en que nos comunicamos, sino también en cómo resolvemos conflictos, tomamos decisiones y construimos vínculos significativos. A pesar de su importancia evidente, ¿realmente se les da el lugar que merecen en los procesos educativos, familiares y terapéuticos desde la infancia? ¿Somos conscientes de su impacto diario, independientemente del diagnóstico o condición de la persona?...
En el día a día, nuestras interacciones están mediadas por competencias sociales: saber esperar el turno para hablar, expresar desacuerdos sin agredir, interpretar señales no verbales, pedir ayuda, negociar o simplemente saludar con cortesía. Estas acciones, aparentemente simples, requieren habilidades aprendidas y reforzadas desde los primeros años de vida. Sin embargo, cuando estas no se desarrollan, se generan barreras invisibles pero profundas para la inclusión social, educativa y laboral. La falta de habilidades sociales no solo afecta la autoestima y la autonomía de la persona, sino que también limita sus oportunidades de participación activa en la comunidad. Fomentar las habilidades sociales desde la primera infancia es clave para garantizar un desarrollo integral y digno, sin importar la condición o diagnóstico. Con demasiada frecuencia, se da prioridad a aspectos académicos o médicos, dejando de lado el entrenamiento social, como si esto fuera un lujo o una habilidad secundaria. Además, trabajar las habilidades sociales no es solo responsabilidad de los terapeutas y/o profesionistas. Es una tarea colectiva que involucra a la familia, la comunidad educativa y la sociedad en general. Implica crear entornos sensibles, inclusivos y respetuosos donde cada niño y niña pueda aprender, practicar y equivocarse sin miedo al juicio o al rechazo. Y esto no se logra únicamente con talleres o sesiones específicas, sino con una cultura de convivencia basada en la empatía, el respeto a la diversidad y la validación emocional.
En definitiva, fomentar las habilidades sociales desde la primera infancia no es opcional, no se trata solo de enseñar a “comportarse bien” o adaptarse a normas sociales rígidas, sino de dotar a cada persona, sea cual sea su condición, de las herramientas necesarias para ejercer plenamente su derecho a participar, comunicarse, decidir y vivir dignamente; la verdadera inclusión comienza cuando dejamos de ver a las personas desde sus limitaciones y empezamos a construir entornos que reconozcan y potencien sus capacidades. Y para ello, las habilidades sociales deben ocupar un lugar central en todo proyecto educativo, terapéutico y comunitario que aspire a ser verdaderamente humano.
L.C.H EDNA PONCE / KP SOLUCIONES