
Cuando pensamos en desapariciones en México, muchos aún imaginan que le ocurre solo a personas involucradas en malos pasos. Pero los datos dicen otra cosa, más del 50% de las personas desaparecidas en el país son menores de 30 años. Es decir, la mayoría son jóvenes como tú, como yo, como nuestros compañeros de escuela, trabajo o colonia. Según el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, el grupo más afectado está entre los 15 y 29 años. En mujeres, el pico está entre los 10 y 19 años y en hombres, entre los 20 y 34 años.
Estos números deberían encender focos rojos, pero seguimos viendo cómo este tema se ignora, se minimiza o, peor aún, se estigmatiza. Cuando desaparece un joven, la sociedad suele decir la típica frase “algo habrá hecho”. Esa frase es cruel e injusta, porque muchas veces detrás hay reclutamiento forzado, trata de personas, violencia institucional, migración sin protección o simplemente la falta de oportunidades. Lo más grave es que ya nos estamos acostumbrando. La desaparición se volvió parte de nuestro día a día, como si fuera normal, y eso es peligroso.
Aquí es donde creo que los jóvenes tenemos un papel fundamental. No solo porque somos las principales víctimas, sino porque también podemos ser la generación que rompa el silencio. Informarnos sobre nuestros derechos humanos no es un lujo, es una herramienta de defensa. Hablar del tema, exigir que se investigue, apoyar a colectivos de búsqueda o simplemente negarnos a culpar a las víctimas ya es una forma de resistencia.
No digo que todos tengamos que volvernos activistas de tiempo completo, pero sí creo que no podemos seguir siendo indiferentes. Me gustaría pensar en un futuro donde ser joven en México no signifique vivir con miedo. Donde salir de casa no sea un acto de fe. Donde las próximas generaciones no hereden esta crisis que nosotros estamos viviendo.
Los jóvenes somos el presente del país, no solo el futuro. Y si entendemos nuestros derechos, nos cuidamos como comunidad y dejamos de normalizar la violencia, podemos empezar a cambiar algo que durante años se dio por perdido. Tal vez no podamos resolver la desaparición forzada de un día para otro, pero sí podemos lograr que ya no sea un tema incómodo del que nadie quiere hablar. Y solo con eso, ya estamos haciendo más de lo que muchos esperan de nosotros.