
En los últimos años, Chihuahua ha sido testigo de un fenómeno que avanza con discreción, pero con pasos firmes. El crecimiento del mercado de los llamados escorts o acompañantes de lujo, particularmente en la zona de Distrito Uno, el corazón moderno y más exclusivo de la ciudad. Lo que antes se consideraba un tema marginal o escondido, hoy parece haberse trasladado a los espacios más visibles, en medio de hoteles, restaurantes de alta gama y torres corporativas que concentran la vida nocturna y el poder adquisitivo de las clases más altas.
Este fenómeno evidencia un contraste social inquietante. Mientras que a cercanía del Tribunal Superior de Justicia, apenas a unas cuadras, persisten escenas de prostitución callejera ligada a la precariedad, la marginación y la falta de oportunidades, en el otro extremo se consolida un comercio sexual que se reviste de lujo, exclusividad y aparente glamour. Ambas caras de una misma realidad que, lejos de extinguirse, parece adaptarse a las nuevas condiciones económicas y tecnológicas.
El crecimiento del escortismo o prostitución disfrazada de acompañamiento social no sólo plantea un dilema moral, sino también un reto de seguridad y salud pública. En espacios como Distrito Uno, donde transitan diariamente familias, estudiantes, niños y adolescentes, la normalización del mercado sexual de lujo puede generar impactos silenciosos, desde la exposición indirecta a dinámicas de explotación hasta la banalización del cuerpo como mercancía de estatus.
Las tecnologías digitales han tenido un papel determinante en este auge. Plataformas como Instagram, Telegram o páginas privadas de citas se han convertido en escaparates modernos donde se oferta el acompañamiento, bajo una estética de sofisticación y anonimato. Estas herramientas han permitido que la prostitución adopte nuevas formas, invisibles a los ojos de la regulación y de las autoridades, pero cada vez más presentes en los entornos urbanos y sociales de la capital.
El riesgo no es sólo la expansión del comercio sexual, sino la indiferencia colectiva ante su crecimiento. Chihuahua enfrenta hoy una versión digital y elitizada de un problema histórico, la desigualdad y la vulnerabilidad de quienes, por necesidad o manipulación, ingresan a estas dinámicas. Mientras tanto, el Estado parece carecer de estrategias efectivas para regular o, al menos, comprender el alcance de un fenómeno que ya se mueve con códigos distintos a los de la calle.
Si la prostitución callejera tradicional representa la cara visible de la marginación, el visible crecimiento del escortismo en zonas como Distrito Uno revela la cara invisible del privilegio, donde el dinero y la discreción maquillan lo que en esencia, sigue siendo una forma de explotación y desigualdad. Ignorar este contraste sólo perpetuará un problema que aun que se vea como una profesión olvidada, sigue creciendo y sigue afectando.
Es momento de abrir el debate público, no desde el prejuicio, sino desde la responsabilidad social, entender por qué este mercado florece, qué vacíos legales lo permiten y, sobre todo, qué consecuencias tiene para la vida familiar, la seguridad y la educación de las nuevas generaciones. No se trata de juzgar, sino de reconocer que detrás del lujo también puede haber historias de vulnerabilidad, y que una ciudad que presume de progreso no puede normalizar la explotación, sin importar el lugar en el que pasa.