
Hace más de una década que el sector agrícola y ganadero enfrenta un profundo abandono. Miles de productores han dejado de dedicarse a esta actividad porque dejó de ser rentable.
Vengo de una familia agrícola y recuerdo programas como el PROCAMPO, de riesgo compartido, créditos, precios de garantía, investigación, mecanización y extensión, que realmente beneficiaban a los agricultores. Recuerdo como los productores adquirían maquinaria agrícola cada año, invertían en mejores semillas, fertilizantes y tecnología. Lamentablemente, todo eso dejó de ocurrir.
Al gobierno de MORENA ya no le importa el campo; dejó de invertir, de subsidiar y abrió las puertas al mercado internacional, descuidando el consumo interno. En conjunto, el gasto agrícola se reconfiguró: aumentaron los apoyos directos a productores, pero disminuyeron de forma sostenida las transferencias federalizadas, así como los recursos destinados a infraestructura, pesca y desarrollo productivo. Los altos costos del combustible han hecho que la actividad sea cada vez más inviable.
MORENA tiene una misión clara: destruir todo lo que toca. Eliminó programas de fomento y productividad, de extensionismo y desarrollo de capacidades, subsidios económicos y en especie, así como la Financiera Nacional de Desarrollo Agropecuario, Rural, Forestal y Pesquero, privando a los productores de acceder a créditos accesibles.
Entre 2018 y 2024, el presupuesto de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER) pasó de 72,056.3 a 69,474.1 millones de pesos, una reducción neta de 2,582.2 millones (–3.6%). El año más crítico fue 2020, con solo 48,070.7 millones. Con estos recortes, resulta imposible atender un problema real de autosuficiencia alimentaria que México enfrenta hoy en día.
Las cifras no mienten: la autosuficiencia agroalimentaria cayó del 75.0% en 2018 al 68.4% en 2023; la autosuficiencia en granos básicos bajó del 62.4% al 59.4%, incumpliendo las metas de 2024 (88% y 73%). El PIB agroalimentario apenas creció +3.09% en el sexenio; mientras tanto, la SADER aumentó en +91% las transferencias mediante el programa Producción para el Bienestar, pero redujo en –74% la inversión local.
Por todo esto, hay un hartazgo nacional: manifestaciones campesinas en todo el país, bloqueos en carreteras, plantones frente a la sede de la SADER y protestas de organizaciones como el Movimiento Campesino Nacional y la Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas.
El campo mexicano no es un renglón contable: es el sustento de la familia, la raíz de la patria y la condición material de la libertad. Cuando la autosuficiencia cae y los granos básicos retroceden, la primera afectada es la mesa de las familias: precios más volátiles, ingreso rural más frágil y menor empleo en regiones agrícolas.
La seguridad alimentaria es seguridad nacional. La patria depende de decisiones, precios y choques externos. La política pública recentralizada y sin evaluación debilitó el federalismo productivo y la infraestructura del campo.
Recuperar el campo es defender a México con las banderas de Familia, Patria y Libertad: familias con alimentos accesibles y empleos dignos; patria con soberanía alimentaria y un federalismo eficaz; libertad para producir sin asfixia burocrática ni centralismo. Los datos son claros: bajo Morena, la autosuficiencia fracasó