
Cuando ni la Presidenta puede caminar segura
El machismo no conoce límites y demuestra, una vez más, lo peligrosas que son las calles de México para las mujeres. La Presidenta de México fue víctima de un acto de violencia: una persona violó su espacio personal y la tocó sin su consentimiento. Así, sin más. Y así lo han reconocido instituciones nacionales y medios internacionales. Solo quienes, desde su privilegio, niegan la violencia machista se atreven a cuestionar este hecho.
Repudiamos y condenamos el acoso ejercido contra la Presidenta, no solo por su investidura, sino porque se aprovechó su cercanía con la gente para vulnerarla, y por lo que representa: nadie está a salvo de sufrir violencia de género.
No fue por lo que vestía, ni por la hora del día, ni por el lugar en el que se encontraba. Tampoco han sido las causas ni las justificaciones para que millones de niñas, jóvenes y mujeres sean acosadas, abusadas, violadas o asesinadas diariamente. Nadie, bajo ninguna circunstancia, tiene derecho sobre nuestros cuerpos ni sobre nuestro destino.
Más alarmantes aún son las consecuencias y reacciones derivadas de este acto: la trivialización y normalización de estas conductas por parte de ciertos sectores de la población; el persistente cuestionamiento a la palabra de la víctima; la revictimización y estigmatización que conllevan la reproducción y difusión del material videográfico del suceso; y la infundada presunción de que todo fue un montaje político.
Estos elementos evidencian lo que doctrinalmente se denomina violencia simbólica: aquella que, de forma sutil y sin recurrir a la fuerza física, se vale de aspectos sociales y culturales para perpetuar dinámicas de poder y sumisión, reforzar estereotipos de género y deslegitimar a las mujeres que la padecen.
Según datos de ONU Mujeres, una de cada tres mujeres mexicanas ha experimentado algún tipo de violencia sexual en espacios públicos. Además, siete de cada diez agresiones contra mujeres en la vía pública son de índole sexual: piropos ofensivos, intimidación, acoso, abuso y violación. Sin embargo, una gran cantidad de víctimas decide no denunciar, por temor a ser expuestas o revictimizadas por quienes deberían protegerlas.
La invisibilización de las mujeres víctimas nos recuerda que, a pesar de los avances en materia de igualdad de género, aún queda un largo camino por recorrer. Son urgentes más acciones de prevención, atención y reparación del daño.
Desde el ámbito legislativo, existe una deuda pendiente: es necesario uniformar la tipificación del acoso callejero como delito en todos los códigos penales del país, para garantizar sanciones efectivas y ejemplares.
El acoso sexual es una de las primeras manifestaciones de una espiral de violencia que, en su extremo, culmina en el feminicidio.
Exigimos respeto a nuestros cuerpos, a nuestra vida y a nuestra autonomía. Demandamos que se garanticen nuestros derechos, dignidad y libertad. Que vivir seguras y libres de violencia deje de ser un privilegio y se convierta, por fin, en una realidad.
¡Si tocan a una, reaccionamos todas!