Hoy en día, la inocencia se desliza entre los dedos de las pequeñas manos de niños, niñas y adolescentes. ¿Qué mundo hemos creado en el que estas criaturas, que deberían estar viviendo sus años de paz, se encuentran en una guerra constante, ya
sea en el hogar, en la escuela o en su interior? Estamos fallando como sociedad. ¿Por qué los males acechan a los inocentes que juramos proteger, no por estatuto sino por sentido común? Estamos fallando como sociedad. ¿Cómo es posible que quienes debiesen tener más esperanza al saber que tienen una vida por delante sean quienes ya no quieren vivir? Seguimos fallando como sociedad.
Pero la pregunta que perpetúa esta realidad en la que vivimos es: ¿Quién es el responsable? ¿De la violencia? ¿De los secuestros? ¿De los abusos? ¿De los asesinatos? ¿De los suicidios? ¿Quién es el responsable? Podríamos abrir un debate y los dedos se apuntarían en varias direcciones, pero la respuesta es sencilla y complicada a la vez; la realidad es que: TODOS.
Todos, como sociedad, somos responsables de los males que atañen a la misma. Porque, en realidad, todo lo que sucede en el mundo colectivo es una expresión de lo que carece en lo individual. Estamos inmersos en una sociedad en la que las
prioridades se centran en ‘el tener’ en lugar del ‘deber ser’, viviendo bajo la suposición de las narrativas y de la adjudicación de personalidades. ¿Será que hemos perdido lo que en algún tiempo fue esencial: la familia? ¿los valores? ¿los principios? ¿la
honestidad? ¿el respeto? ¿la responsabilidad? Los cuestionamientos son numerosos, pero las concordancias son vagas.
Ante esto, surge la suposición enfurecida de que ‘nadie’ hace nada. Podríamos devolver el reclamo con un «¿Qué estás haciendo tú?», pero si hablamos de la búsqueda del bien común, la réplica no atribuiría al fin. La realidad es que sí hay organismos, instituciones, organizaciones, movimientos y ciudadanos que sí estamos haciendo algo. Los cambios trascendentales que resultan de las acciones de estos actores deberían ser expuestos en espectaculares, pero, lamentablemente, muchas veces terminan reducidos a un simple post en redes sociales.
En ocasiones quizá se asume que para ayudar se requiere un posgrado, pero la realidad es que cualquier persona que forma parte de una sociedad puede aportar. Si notas que algo puede mejorarse, toma acción; no esperes a que alguien más lo haga. Cuando
veas basura tirada en la calle, no pases de largo; recógela. Cuando identifiques un problema en el trabajo, no pienses: “Eso no me toca”; busca cómo apoyar. Cuando notes un desperfecto en la casa, no corras a avisarle a alguien; inténtalo tú. Porque cuando decides ser parte de la solución, te conviertes en el tipo de persona que hace que las cosas pasen.
Sé partícipe del cambio que quieres ver en el mundo; no importa qué tan grande o pequeña sea tu aportación; hacerte responsable de lo que te toca, justamente, puede inclinar la balanza y así mejorar el tejido social.
A veces pareciera que las cosas no mejorarán, pero no desistas ni te canses de hacer el bien; somos más los que estamos haciendo algo. Porque recuerda, la vida se construye con revoluciones cotidianas.
MARH. María Andrea González Galván
Familiólogos de Chihuahua, A.C.