
Por: Oscar A. Viramontes Olivas
violioscar@gmail.com
Hace más de 80 años en el estado de Chihuahua, existió una práctica muy común por parte de las autoridades policiacas para poderles sacar confesiones a los presuntos delincuentes, la tortura y sus diversas formas, han sido una de las prácticas más antiguas de la humanidad, sin embargo, en este terruño norteño, hubo una manera peculiar para sacarles la “sopa” a cualquiera, incluso a muchos que ni la debían ni la temían, a quienes no les quedaba otra de echarse la culpas de algún delito que nunca habían cometido, pues al soportar tremendo castigo en la llamada “silla eléctrica” al estilo mexicano y por supuesto al chihuahuense, era una prueba de bastante resistencia. Fue una forma temida de tortura que hasta al más santo se hacía criminal, por ello, en esta ocasión nos remontaremos a los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, cuando este diabólico instrumento sería utilizado por las corporaciones policiacas para “arreglar” casos difíciles o imposibles.
En la obra del escritor francés Octave Mirbeau “El jardín de los suplicios”, publicada en 1899, abre diversas puertas que tienen que ver con la muerte, no se descubre más que, ante palacios y jardines de la tragedia, pues el universo aparece como un inmenso e inexorable jardín de los suplicios: “Por todas partes y allí, donde hay mayor vida, horribles atormentadores que rasgan las carnes, asierran los huesos y arrancan la piel con siniestra cara de alegría; así, las pasiones, los apetitos, intereses, odios, mentiras y las leyes; instituciones sociales, la justicia, el amor, la gloria, el heroísmo, las religiones, son sus monstruosas flores, y los espantosos instrumentos del eterno dolor humano”. Aquí, en estos “inhumanos” pasajes, se hace gala refinada de la tortura, para condenar y ajusticiar a todos los delincuentes, pero ahí, se refleja en los condenados a muerte, ya cuando están solamente de tránsito para dejar la vida. Aunque estas torturas de acuerdo con la resistencia física del condenado, podían durar hasta siete días para sacarles los secretos ocultos o aquellos que no existían, a sabiendas que, lo que se pretendía se ha confesado por los mismos inquisidores, saben que, no tienen nada que confesar el supuesto culpable, y eso le sucedió a mucha gente en la década de los 30, 40 y 50 del pasado siglo XX en nuestra sociedad chihuahuense, donde se tuvo en secreto la temible “silla eléctrica”.
Este terrible instrumento de tortura, sería invención sin lugar a dudas de un inquieto jefe de alumbrado público del municipio de Chihuahua que, por muchos años, sería el encargado de todos los servicios de la ciudad, tanto de instalaciones eléctricas como del alumbrado público, semáforos, entre otras cosas. Fue Rodolfo Rivera Trejo, hombre muy trabajador que, ante su ingenio con las cosas electicas, ya que, se hablaba de tú a tú con la electricidad, sería llamado por la autoridad judicial en 1940, para que, se inventara una “sillita” que pudiera ser “iluminada” por los electrones para que hiciera “cosquillas” a los supuestos maleantes que no gustaban de compartir verdades. Le pidieron que la silla fuera solamente para aplicar tormento, y no para electrocutar o quitarle la vida a alguien, sobre todo que, durara muchos años, además para ser utilizaría en hacer hablar a los rateros sobre el lugar donde habían escondido algún botín, o para saber quiénes podrían ser los cómplices y muchas otras cosas más, o simplemente, quienes eran acusados de robo, salían de la vieja comandancia de la calle Doblado e Independencia horrorizados, hablando de la temible, dolorosa, silla eléctrica, la que, más tarde se la llevarían al cuartel de los rurales allá en sus instalaciones en las faldas del cerro Coronel.
Fueron decenas de personas que pasaron por el suplicio de la silla eléctrica con el fin de que, “soltaran toda la sopa” en diversos casos en que la policía buscaba “chivos” expiatorios, para resolver al vapor alguna investigación complicada o si no, de aquellos en donde se quería proteger a determinado político, empresario o funcionario público. Fue así el caso de Ramiro Mendiola Guillen alias “el Espanto”, ladroncillo de tercera que en una riña campal en los márgenes del río Chuvíscar a la altura de la colonia Industrial, se había enfrentado en una pelea campal con diversos tipos en donde salieron a relucir armas blancas, y las piedras, dejando como saldo algunas personas muertas, en el frío mes de noviembre de 1944, y donde nuestro protagonista a pesar de que había tenido una participación activa en esta revuelta, no habría sido capaz de utilizar su arma para matar a nadie, en cambio sus compañeros, habían sido responsables de tres muertes, una de ellas, de un junior de nombre Crescencio Lazcano Reyes, vendedor de drogas e hijo de un senador de la República de nombre Pedro Lazcano Pedroza.
En días siguientes habría de salir la noticia en los medios de comunicación, donde uno de los muertitos había sido Crescencio. Por este motivo, la policía había recibido la orden de ir de tras los presuntos responsables, pero ante la ineptitud de las autoridades y la presión de Lazcano, hombre influyente en la esfera política, se tuvo que echar mano de la “malandrería” para inventar un culpable. Para ello, los judiciales llegarían a la casa del “espanto”, para tratar de incriminarlo y exponer a un culpable, y resolver el caso antes de que se empezaran a cortar cabezas en la corporación policiaca. Pero cuando sucedió el caso de nuestro relato, el mencionado artefacto estaba ya instalado en el cuartel de rurales, donde llevarían al pobre “espanto” para sacarle la confesión que necesitaba el Procurador general de justicia en el Estado, a fin de justificar el crimen. El pobre malandro al principio, se negaba aceptar la acusación por lo que, los infames policías procederían a desnudarlo y sentarlo en la temible silla, después de haberle aplicado algunos golpes e insultos introductorios, junto con algunos “toquecitos” previos con corriente eléctrica.
Así desnudo cómo estaba, le arrojarían cubetas de agua fría, a fin de que, se acrecentara el efecto de la corriente, mientras el inquisidor ponía el switch y el infeliz “espanto” lanzaba ladridos de dolor. Pero de ¿qué forma comenzaría todo esto?, según el relato de Mendiola, lo hicieron que se desnudara completamente, sentándolo en la silla que era de madera, pero con aditamentos eléctricos. El asiento era de metal y al pobre hombre, le aplicarían unas amaras en los brazos, antebrazos y tobillos, alineándolo con una faja en el estómago al respaldo de la silla. Después, le pasarían entre los tobillos una cuerda que, estaba fija en alguna parte, porque no podía levantar los pies, y a la altura de los pies, sentiría el suelo húmedo. Ya estando amarrado y en presencia de sus verdugos, Mendiola gritaba de manera desesperada, exigiendo que lo soltaran, en cambio, sus torturadores le lanzaban muchos insultos, rayándole a cada momento a su mamita hermosa; después de esas injurias, comenzaba la tortura con la corriente eléctrica, impacto que le subía por los pies de manera intensa, que lo hacía resistir y retorcerse sin hacer esfuerzo, para ello, sentía un dolor muy intenso, especialmente arriba de la cintura hasta los pies.
Los impulsos de la corriente eléctrica eran intermitentes pero continuos, así que, después de un rato, pedía a gritos que se la quitarán, porque ya no la aguantaba; sentía grandes deseos de vomitar, pero no podía hacerlo por tener el estómago vacío, junto a la corriente eléctrica; lo maltrataban de palabra con todas las injurias conocidas. Mendiola no sabía cuánto tiempo duraría el tormento porque de vez en cuando, perdía la noción del tiempo. En una de las veces, lo desamarraron un rato y al quererlo volver a sentar, este se resistió, porque tenía mucho miedo y entonces le dieron unos golpes en el estómago y en los antebrazos, originándole que de vuelta estuviera en la silla eléctrica. Era terrible el sufrimiento que estaba recibiendo el pobre Mendiola, acusado de un crimen que no había cometido, pero era necesario sacar a la luz a un culpable para limpiar el nombre del hijo del senador Lazcano.
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Fuentes:
Foto: Photos.Com/Thinkstock; Fototeca-INAH-Chihuahua y Fototeca-INAH. Con la colaboración de Perla Mendivil y Angélica Orestes, estudiantes de la Facultad de Contaduría y Administ