
Al leer esta frase segura pensarás en algún político ex veracruzano que la mal dijo. Pero desde luego —y por mucho—, el refrán al título de esta columna va más allá.
Proviene de Sevilla, España y se atribuye a Santiago Montoto, autor del evangelio según San Tiago Montoto.
En cuanto a su obra, el “Evangelio” es una compilación de dichos célebres y frases que el abogado y filósofo sevillano fue recopilando con el paso del tiempo, nada que ver con religión o teología. La frase original dice:
“En Sevilla hay que tener paciencia y prudencia, verbal contingencia; no exhibir excesiva ciencia, y presencia y ausencia según conveniencia”.
La frase original puede leerse como una invitación a la prudencia: “tener paciencia y prudencia, hablar con moderación y actuar con conveniencia”, y explica que esta frase era utilizada para salir de situaciones incómodas o responder con elegancia cuando no se tenía una respuesta clara.
Sin embargo, según el periodista Salvador Camarena, hay quienes se definen en sus actuaciones y estilo de vida por otra versión:
“Negligencia. Indolencia. Verbal incontinencia. Dominio en petulancia y cleptomanía. Sevicia y mafioso según conveniencia”.
En política, pocas virtudes brillan tanto como la prudencia. Esa capacidad de medir el gesto, elegir la palabra correcta y pertinente y no la declaración inmediata. Cuando se padece de prudente, hasta los silencios son inteligentes y hasta la aparente debilidad lleva consigo una altura de miras.
La prudencia no inhibe, potencia: da credibilidad, construye confianza y, sobre todo, permite en los mejores casos, gobernar incluso antes de gobernar.
La elegancia en el decir —y en el callar— distingue a los personajes que trascienden.
La historia pública de cualquier país está llena de ejemplos: quienes reaccionan ante cada crítica, quienes convierten cualquier observación en afrenta personal, quienes confunden atención con aplauso y protagonismo -forzado- con liderazgo, terminan devorados por su propio ego.
En cambio, quienes leen el momento, piensan antes de responder, son los que logran dejar huella. Ejemplos hay muchos, que incluso teniendo de frente a sus peores no solo adversarios, sino enemigos: reaccionan con elegancia.
La prudencia no significa evitar la confrontación que muchas veces es necesaria; significa evitar lo inútil, eso que solo resta. Implica entender que no toda provocación amerita respuesta y que no todo impulso debe convertirse en declaración.
Ahora, cuando la incontinencia verbal se busca convertir en un método de visibilidad, las hay todas de perder. Y, sin embargo, la ciudadanía —siempre más sensata que quienes creen manipularles— distingue con enorme claridad entre quienes buscan construir y quienes sólo buscan ser vistos.
Por eso la frase de Montoto sigue vigente. En todas las esferas, algunos confunden espontaneidad con imprudencia y autenticidad con estruendo.
Nunca está de más recordar el valor de la mesura es casi un acto revolucionario. La prudencia es oro. Y cuando falta, hasta los proyectos más bien intencionados naufragan.
Quien quiera aspirar a más —a lo que sea— debe comenzar por dominarse a sí mismos.