
El pasado 30 de noviembre de 2025, tras más de un año de supuesto retiro político, Andrés Manuel López Obrador reapareció en un video de casi una hora desde su rancho "La Chingada" en Palenque, Chiapas, para presentar su libro "Grandeza". Sin embargo, como todo lo que hace el político tabasqueño, esta aparición fue mucho más que una simple presentación literaria: fue una demostración implícita de que el régimen de la Cuarta Transformación enfrenta fracturas que requieren la intervención urgente de su fundador.
Lo primero que debe cuestionarse es el timing de esta "reaparición casual". López Obrador no eligió presentar su libro durante un momento de triunfo del gobierno de Claudia Sheinbaum, sino precisamente cuando su administración enfrentaba múltiples crisis simultáneas: bloqueos de productores agrícolas, tensiones con transportistas, cuestionamientos sobre la remoción de Alejandro Gertz Manero de la Fiscalía General, y crecientes dudas sobre la autonomía real de la presidenta. No es coincidencia que el expresidente haya decidido romper su silencio justo en este momento crítico.
La retórica del video es particularmente reveladora. López Obrador afirma estar "retirado" y no querer "hacerle sombra a la presidenta", pero inmediatamente después establece tres condiciones bajo las cuales regresaría a la vida pública: si hubiera un atentado contra la democracia, un intento de golpe de Estado contra Sheinbaum, o una amenaza a la soberanía nacional. Estas condiciones son suficientemente vagas y subjetivas para que el propio AMLO las interprete según su conveniencia en cualquier momento. ¿Quién define qué constituye un "atentado contra la democracia"? ¿Acaso la oposición legítima se considerará "golpe de Estado"? ¿Cualquier crítica internacional será catalogada como amenaza a la soberanía? En otras palabras,: se reserva el derecho de regresar a la política cuando se le pegue la gana.
La reacción de Claudia Sheinbaum a esta reaparición es igualmente sintomática. En lugar de establecer distancia y afirmar su autoridad independiente como haría cualquier líder seguro de su posición, la presidenta celebró efusivamente el video, agradeció las palabras de apoyo y aseguró que le dio "mucho gusto" ver a López Obrador. Esta deferencia pública no es señal de respeto sino de subordinación. Sheinbaum no puede permitirse contradecir o relativizar las palabras del expresidente porque hacerlo expondría la fragilidad de su propia legitimidad dentro del movimiento morenista. Su poder no deriva primordialmente de su elección democrática ni de sus capacidades administrativas, sino de ser la sucesora ungida por AMLO. Cuando el ungidor regresa a escena, la ungida debe demostrar lealtad o arriesgarse a perder el respaldo de la base que sigue identificándose primordialmente con el líder fundacional.
Más preocupante aún es la visión paternalista, incluso diria yo, machista, que subyace en todo este episodio. López Obrador se presenta como el guardián necesario de Sheinbaum, el protector masculino que resguardará a la presidenta de intentos de desestabilización. Esta construcción narrativa infantiliza a Sheinbaum y sugiere que, como mujer, necesita la protección de su mentor masculino para sobrevivir políticamente. Es una reproducción de estereotipos patriarcales disfrazada de apoyo progresista. Una presidenta verdaderamente empoderada no necesitaría, ni toleraría, que su antecesor anunciara públicamente que está listo para "defenderla" como si fuera incapaz de defenderse sola. El hecho de que Sheinbaum no solo toleró sino celebró este mensaje revela las profundas limitaciones de su autonomía política real.
Lo que resulta particularmente problemático de este episodio es que establece un precedente peligroso para la democracia mexicana. Si cada vez que un gobierno de la 4T enfrenta dificultades, López Obrador puede reaparecer para "orientar" el rumbo, ¿qué incentivos tiene el movimiento para desarrollar liderazgos independientes y robustos? ¿Cómo puede consolidarse una alternancia democrática real dentro del propio movimiento si el líder fundador mantiene un poder de veto implícito sobre cualquier dirección que no le parezca adecuada? Esto reproduce exactamente el problema del viejo PRI, donde los expresidentes ejercían poder informal considerable sobre sus sucesores, debilitando la institucionalidad democrática.
El régimen de la 4T se tambalea porque carece de institucionalidad sólida más allá del liderazgo personal de su fundador. Los órganos autónomos fueron desmantelados, el Poder Judicial está siendo subordinado, los contrapesos institucionales han sido eliminados o debilitados. Lo que queda es un sistema que depende críticamente del carisma y la legitimidad de una sola persona. Cuando esa persona se retira, el sistema revela su fragilidad estructural. La necesidad de que AMLO regrese, aunque sea simbólicamente, para apuntalar a su sucesora demuestra que el emperador morenista nunca construyó un imperio institucional, solo un culto personalista.
La prueba definitiva de esta debilidad será observar qué sucede en los próximos meses. Si esta fue genuinamente una reaparición única y puntual, como López Obrador afirma, entonces quizás estemos siendo injustamente críticos. Pero si, como sugiere toda la evidencia, esta es la primera de múltiples intervenciones del "expresidente retirado" cada vez que el gobierno enfrente turbulencias, entonces quedará confirmado que la 4T es fundamentalmente un movimiento que no puede sostenerse sin la presencia constante de su líder fundador. Y un régimen que no puede funcionar sin su fundador no es un régimen institucional consolidado; es un movimiento personalista que inevitablemente colapsará cuando su líder carismático ya no esté disponible para rescatarlo de cada crisis. Al tiempo.