
Lo que está ocurriendo en el recinto legislativo de San Lázaro en estos momentos (desde ayer 3 de diciembre hasta hoy 4) con el dictamen de la nueva Ley de Aguas Nacionales es una muestra más del estilo de legislar y de gobernar del régimen: simular apertura, evitar el debate y maquillar la pobreza técnica con su propaganda vacía.
Se pregonaron más de cincuenta modificaciones, las vocearon y las gritaron a los cuatro vientos. ¿La verdad? Puros cambios cosméticos[1]: frases movidas, palabras cambiadas, párrafos acomodados. Nada que transforme, nada que mejore, nada que responda a las necesidades reales del país. “Ponle un acento acá, agrégale otra sigla acá”, modificaciones que dan como resultado una reforma que no reforma absolutamente nada, una ley que no tiene sustancia alguna y una decepción más de este gobierno de cuarta, perfectamente y totalmente predecible.
Los transportistas y ganaderos advirtieron con claridad los efectos de esta ley. Pero en la lógica del oficialismo, escuchar al que produce nunca ha sido prioridad. Es más sencillo ignorarlos que entenderlos; más cómodo imponer que dialogar. Hago como que te escucho, como que te tomo en cuenta, monto toda una estrategia de simulación y llevo a cabo un circo mediático para que parezca que te puse atención.
Chihuahua, motor agrícola y ganadero del país, fue desoído con un desprecio que solo puede venir de quienes creen que la economía vive de discursos y no de trabajo. No soy experto en materia agraria, tampoco tengo un rancho ni siembro maíz o tengo ganado, pero cualquier persona que tenga la capacidad de leer se daría cuenta de que las supuestas modificaciones no son más que una falacia y mentira.
Esta es la izquierda gobernante: una izquierda que no toca el campo, pero se siente autorizada a legislar sobre él. Como ejemplo se ha llevado a debate la consulta a los pueblos indígenas, obligatoria por Constitución y estándares internacionales, simplemente no ocurrió. No hubo participación auténtica ni acercamiento real. Solo declaraciones vacías para cubrir el expediente moral que tanto presume el régimen. Una vez más, las comunidades originarias quedaron fuera mientras el gobierno presume inclusión desde el escritorio.
Detrás de esta maniobra legislativa aparece la figura de Ricardo Monreal, operador experto en convertir decisiones unilaterales en simulaciones de consenso. El sello es evidente: priorizar conveniencias políticas, minimizar participación ciudadana y avanzar a toda costa, aun si el país queda peor. El diputado Monreal presenta reservas[2], las cuales dice que terminan de representar las ideas de los campesinos y de los foros, pero de nuevo parece ser que solo son modificaciones de forma para que el dictamen “se lea más bonito”. Perfecto cirquero. Bueno en marear a la gente.
Los diputados oficialistas continúan actuando con una arrogancia ideológica que ha empobrecido donde gobierna. Hablan de justicia social pero ejercen caridad con recursos que no son suyos, hacen caridad con bolsillos ajenos, hablan de igualdad pero legislan desde la soberbia, hablan de pueblo, pero engañan al pueblo. Creen que México les debe obediencia, piensan que la gente no nota la simulación, dan por hecho que pueden seguir repartiendo propaganda como si fuera progreso.
Pero ese día llegará el día en que la ciudadanía abra los ojos y vea que el discurso social de MORENA es solo eso: discurso. Mientras tanto, ellos siguen confundiendo control con liderazgo, y aplauso con legitimidad.
México no merece leyes improvisadas ni dictámenes sin sustancia. No merece simulación disfrazada de política pública. Y mucho menos merece ser gobernado por un partido que antepone su proyecto ideológico a las necesidades del país.
La nueva Ley de Aguas Nacionales es el reflejo de un régimen que avanza sin escuchar, que legisla sin consultar y que gobierna sin entender. Y por eso, desde la oposición, desde una derecha que cree en el orden, en la libertad económica y en el respeto institucional, no podemos callar:
MORENA podrá seguir imponiendo su mayoría, pero lo que no puede imponer es respeto, ni credibilidad, ni resultados.