
El año que se apaga fue un año áspero para Chihuahua. Un año de viento en contra, de sequía en la tierra y de cansancio en los hogares. Fue un año en el que a muchas familias les alcanzó justo para resistir, en el que el trabajo valió menos y el esfuerzo costó más. Vivimos la presión de impuestos que no dan tregua, la incertidumbre económica, la violencia que lastima y el abandono de un centro que mira al norte solo cuando necesita exprimirlo. Fue un año que dolió, pero que también nos recordó de qué estamos hechos.
En medio de esa adversidad Chihuahua eligió no rendirse. Cuando parecía más fácil bajar la cabeza, decidimos levantar la voz. Este fue el año en que la defensa de nuestra soberanía dejó de ser una idea lejana y se convirtió en un acto cotidiano de dignidad. Defendimos la tierra que pisamos, el trabajo que nos da de comer, el agua que nos da vida y el derecho irrenunciable a decidir nuestro propio destino. Porque la soberanía no es un concepto jurídico: es la memoria viva de un pueblo que se sabe libre.
Esta fue nuestra batalla diaria, nuestra batalla desde el primer día del 2025. Impulsamos la consulta pública para la revisión del pacto fiscal. Abrimos una conversación que durante años se quiso silenciar: ¿por qué Chihuahua, que tanto aporta, recibe tan poco? ¿por qué el esfuerzo del norte se convierte en botín del centralismo? Consultar al pueblo fue reconocer su voz, su derecho a decidir si quiere seguir atado a un modelo que castiga al que produce y premia la ineficiencia.
Dimos también la batalla por una reforma a la Ley de Coordinación Fiscal, convencidos de que la justicia presupuestal es una forma de justicia social. No pedimos privilegios; exigimos equilibrio. Exigimos que los recursos regresen a donde nacen, que se transformen en hospitales, carreteras, escuelas y seguridad para nuestras comunidades. Defender un presupuesto justo es defender la posibilidad de que Chihuahua crezca sin pedir permiso.
Enfrentamos con firmeza la batalla contra el incremento de impuestos, porque cada nuevo gravamen es una herida abierta en la economía familiar. Y asumimos, con especial convicción, la defensa del patrimonio de los trabajadores, combatiendo el Impuesto sobre la Renta, el infame impuesto al trabajo que se cobra en cada quincena, en cada hora extra, en cada aguinaldo. Porque cuando el trabajo es castigado, se castiga la esperanza. Y Chihuahua no nació para vivir castigado.
Pero fue el agua la que nos recordó el sentido más profundo de la soberanía. La defensa del agua de Chihuahua frente a una Ley de Aguas centralista fue la defensa de la vida misma. Nos opusimos a que el agua se convirtiera en instrumento de sometimiento, a que desde lejos se decidiera sobre los ríos, presas y acuíferos que sostienen a nuestras comunidades. El agua es raíz, es futuro, es herencia, y nadie tiene derecho a arrebatárnosla.
Buscamos un paso histórico para declarar la Soberanía Hídrica de Chihuahua. Un acto de amor por nuestra tierra y de responsabilidad con quienes vendrán después. Decir que el agua es de los chihuahuenses es decir que la vida no se negocia, que el desierto floreció gracias a su gente y que ese milagro no será entregado a la indiferencia del poder.
Hoy, al cerrar este año difícil, no miramos atrás con resignación, sino con orgullo. Porque resistimos. Porque dimos la batalla. Porque defendimos lo nuestro cuando más amenazado estaba. Y al mirar hacia el 2026, lo hacemos con esperanza. Sabemos que vienen nuevos retos, pero también sabemos que Chihuahua ha despertado. Que hay un pueblo consciente, firme y dispuesto a defender su dignidad.
El 2026 no es solo una fecha en el calendario; es un horizonte. Es la posibilidad de un Chihuahua justo, libre y fuerte. Es la promesa de que el trabajo volverá a ser respetado, de que el agua será cuidada y de que el norte volverá a decidir su rumbo. Y mientras ese horizonte se acerca, tengan la certeza de algo: no soltaremos la defensa de nuestra soberanía. Porque Chihuahua no se rinde. Porque Chihuahua siempre vuelve a levantarse.