
Estoy comenzando a leer un libro sobre el perdón, tema crucial en el proceso del duelo que, como ustedes saben, es el tema al que me apasiona.
Y lo primero que leo es la invitación a abrir el corazón, no solo la mente, sino entrar a ese espacio íntimo donde guardas tus heridas más antiguas, tus miedos más profundos y tus anhelos más verdaderos.
Y de pronto comprendí una cosa, yo he estado haciendo precisamente lo que recomiendo no hacer, evitar verme a mi misma. Si, he estado demasiado distraída en las cosas del mundo, ensimismada en mis necesidades, en mi propia vida y he evitado ver esa parte de mi que necesita ser abrazada por la ternura de la compasión.
He estado evitando seguir hurgando en mi interior esas pequeñas o tal vez grandes heridas que aún están latentes, esperando ser vistas, ser reconocidas, ser tocadas y sanadas. Ahora entiendo porque ya nada me inspira, ya nada me mueve.
Estos días he estado sintiendo una nostalgia que hace rato no experimentaba, me llegan recuerdos de mi hijo que inmediatamente evito para no sentir, me llegan esas oleadas de dolor en el pecho que calmo con distracciones que me ayudan a eludir el dolo pero que no lo curan.
No me he detenido a hacer lo que se que debo hacer.....SENTIR.
Que fácil es caer en la autosuficiencia, que fácil es caer en lo vicios anteriores de creer que lo puedes todo, que difícil dar pasos atrás y regresar para permitirse nuevamente mostrarse vulnerable.
Si, vulnerable, esa palabra tan compleja que encierra tanta humanidad, porque es precisamente ahí en donde realmente radica mi fortaleza, porque solo aceptando mi vulnerabilidad, reconozco que sola no puedo, que necesito de los demás para descubrir quien soy yo en lo mas profundo de mi ser, me ayuda a aceptar mi fragilidad y a reconocer mi propio valor.
Seguiré con mi lectura que en menos de 20 páginas me llevó a esta profunda reflexión. Espero poder compartirles más adelante nuevos aprendizajes y meditaciones para intentar, cada día, reencontrarnos con nosotros mismos.
Por, Velia Rojas Zambrano