(1) El paisaje, entendido como el entorno natural en que se desenvuelven nuestras vidas, es mucho más que un escenario estético; constituye un pilar esencial para la salud mental, el bienestar social y la cohesión cultural. La presencia del verde, del agua, de los relieves geográficos y las formas de vida que los habitan no sólo embellece nuestras experiencias cotidianas, sino que también contribuye a forjar una identidad colectiva y a generar un sentido de pertenencia que trasciende las fronteras individuales.
(2) Sin embargo, a pesar de su incalculable valor, las normas y disposiciones legales enfocadas en la protección del paisaje suelen ser inexistentes, insuficientes o, en el mejor de los casos, escasamente aplicadas. Esto permite que la degradación del entorno avance sin encontrar frenos efectivos y deja a las comunidades vulnerables ante la pérdida de referentes culturales y ambientales que no pueden recuperarse fácilmente una vez destruidos.
(3) Desde una perspectiva filosófica, podemos recordar las reflexiones de Walter Benjamin, quien señaló que todo documento de cultura es también un documento de barbarie. Esta premisa nos obliga a reconocer que el paisaje, al ser un elemento cultural vivo, no está exento de relaciones de poder, dominación y conflicto. Su desprotección y deterioro reflejan las tensiones históricas y políticas que marcan nuestras sociedades, impidiéndonos acceder a la plenitud de su “aura” y significado profundo.
(4) Además, el paisaje no es un ente vacío, sino un tejido simbólico enraizado en la memoria ancestral. En cerros, ríos y otros sitios naturales se encuentran huellas de tradiciones indígenas, como las ceremonias y las pinturas rupestres de los apaches, que nos recuerdan que el entorno es más que un fondo decorativo: es un repositorio espiritual, histórico y cultural. Destruirlo es cortar los lazos que nos conectan con la sabiduría originaria y con la diversidad de narrativas que han dado forma a nuestra identidad.
(5) De ahí la urgencia de reconocer el paisaje como un derecho cultural que nos concierne a todos, un bien común que demanda protección y cuidado. Salvaguardar estos entornos es una tarea impostergable, no sólo para las generaciones presentes, que encuentran en ellos un lugar de descanso, contemplación e inspiración, sino también para las futuras, que tienen derecho a heredar un mundo rico en diversidad natural y cultural. Sin paisaje, no hay cultura; sin su cuidado, no hay futuro.