Este viernes, el Senado discutirá en comisiones una reforma a la Ley de Telecomunicaciones que, de aprobarse el fin de semana, marcaría un antes y un después en el control del Estado sobre nuestras vidas. Entre sus disposiciones más alarmantes, destaca el artículo 160, que permitiría a una agencia gubernamental solicitar la geolocalización en tiempo real de cualquier persona sin orden judicial y el artículo 109, que faculta a esa misma agencia a bloquear plataformas digitales a discreción.
Es imposible no pensar en 1984, la lúgubre novela de George Orwell, donde cada ciudadano vive bajo la mirada constante del Gran Hermano. La vigilancia no es solo técnica, sino emocional: una sensación perpetua de ser observado, de no poder escapar ni un segundo del control del Estado. Orwell no solo nos advirtió de la represión, sino del efecto más profundo de la vigilancia: la autocensura, el miedo, la erosión del pensamiento libre.
Eso es exactamente lo que esta reforma representa. Bajo la excusa de la seguridad y el orden, se entrega al Estado una herramienta para saber, sin ningún control judicial, dónde estamos, con quién hablamos, cuándo nos movemos. Se trata de una vigilancia ubicua, sin rostro, que transforma a cada ciudadano en sospechoso y a cada paso en una posible infracción.
Como en 1984, no importa si uno tiene algo que ocultar. Lo importante es que uno siente que lo están mirando. Esa es la verdadera tragedia: la normalización del miedo, la resignación a una vida bajo supervisión constante. Es vivir con el espejo del Estado siempre presente, incluso en la intimidad de nuestro hogar, nuestro teléfono, nuestra vida.
Aún más grave es el artículo 109, que permitiría bloquear redes sociales, blogs o medios en línea sin supervisión judicial. Es el Ministerio de la Verdad, versión mexicana: aquel que decide qué voces se escuchan, qué opiniones son válidas y qué verdades pueden circular. Si este poder cae en manos autoritarias, el silencio será ley y la pluralidad un recuerdo.
La democracia se sostiene en pilares frágiles: la privacidad, la libertad de expresión, el derecho a disentir. Esta reforma los dinamita en nombre de un orden que solo beneficia al poder. No podemos permitirlo.
Orwell escribió: "No había forma de saber en qué momento te estaban vigilando. Se podía suponer que siempre lo estaban." Hoy, ese supuesto amenaza con convertirse en nuestra realidad.
No se trata solo de una ley. Es una puerta que se abre hacia un país donde el Gran Hermano ya no es literatura, sino política pública.