
Nadie imaginó que en la muerte se pudiera morir nuevamente. Que una madre, con una urna en la repisa de su sala, tuviera que preguntarse si las cenizas ahí guardadas eran su hijo o un puñado de tierra ajena. En Ciudad Juárez, donde el polvo es tan viejo como el viento y la violencia ha aprendido a cambiar de rostro, ocurrió el más improbable de los horrores: los muertos dejaron de ser sagrados.
Fue un viernes, 27 de junio de 2025, cuando los olores, esos heraldos silenciosos del espanto, comenzaron a exhalar por las rendijas de la colonia Granjas Polo Gamboa. La peste era rancia, como de secretos fermentados. Los vecinos, acostumbrados a sobrevivir al ritmo y estruendo de la frontera, alzaron la voz por una amenaza distinta: el silencio podrido del crematorio Plenitud.
Lo que hallaron las autoridades fue una escena dantesca: 381 cuerpos en espera de sunfinal, almacenados como mercancía sin alma. Algunos embalsamados, otrosn esqueletizados, todos ellos, huérfanos de destino. La Fiscalía General del Estado clausuró nel inmueble. Pero lo que cerró no fue un crematorio, era una herida abierta.
José Luis A. C., dueño del lugar, y su empleado Facundo M. R. fueron los primeros rostros del espanto. Enfrentan cargos por inhumación ilícita, pero los deudos saben que los delitos no caben dentro de los artículos del Código Penal. Lo que ocurrió fue más hondo: se profanó la confianza, se asesinó la memoria.
El 29 de junio, las cifras se corrigieron. Eran 386 cuerpos. 213 hombres, 165 mujeres, 8, imposibles de nombrar. Los resguardaron en un tráiler con refrigeración, como si el frío pudiera expiar el pecado.
El 2 de julio, los primeros acusados fueron vinculados a proceso. El país esperaba justicia, la presidenta, Claudia Sheinbaum apenas mencionó el caso: era asunto local, dijo. Y Juárez, tan lejos del centro, volvió a ser el patio trasero de la nación.
Entonces comenzó el segundo duelo. Familias que lloraron un funeral ahora debían llorar la mentira. Protestaron frente a las funerarias, exigieron respuestas, pidieron misa. La Iglesia respondió el 6 de julio elevando un responso, encendiendo en el altar la esperanza por las almas extraviadas..
La Fiscalía reabrió sus frascos viejos: técnicas forenses usadas en 2003 para las Muertas de Juárez volvieron a emplearse. Rehidratación de tejidos, como si los muertos pudieran volver a hablar. Hasta el 10 de julio, solo once cuerpos habían sido identificados. Pero el horror no se detuvo. El 12 de julio, el cuerpo embalsamado de un joven asesinado, José María I.M., fue hallado en la funeraria Del Carmen. Su familia había pagado por unacremación que nunca ocurrió. Ese día se supo que no solo falló el crematorio: seis funerarias participaban en una coreografía perversa , vendían consuelo a precio de engaño.
El colectivo Justicia para Nuestros Deudos nació del dolor. Lo formaron madres, padres, hijos e hijas. Se manifestaron el 19 de julio y otra vez el 20. No marchaban por los muertos, sino por los que habían sido privados incluso del derecho a descansar dignamente.
El 24 de julio, una carroza fúnebre abandonada contenía tres cuerpos más: dos niños y un nadulto, pertenecía también, a la funeraria Del Carmen. El duelo se multiplicaba como si de una plaga se tratara.
La indignación se volvió ritual: marchas, protestas, vigilias. El 30 de julio, frente a la FGE la luz temblorosa de las velas encendidas fue el latido silencioso de un pueblo que exige claridad, celeridad y justicia.
A la fecha de esta elegía, solo 33 cuerpos han sido identificados. El resto sigue atrapado en un limbo que ni la ley ni el alma alcanzan a nombrar. La FGE confirma que 39 tienen un “nombre probable”. Los otros 314 son silencios con forma humana.
El caso Plenitud ha dejado de ser una nota roja: es una tragedia civil. Los dolientes no solo buscan justicia, sino el derecho a una certeza elemental: que el cuerpo de su madre, de su hija, de su esposo, fue tratado con respeto.
En Ciudad Juárez, ciudad acostumbrada al duelo, el dolor ha encontrado una nueva forma de repetirse: la del segundo entierro, el del nombre.
Y en el fondo, los muertos siguen esperando. No la resurrección, no el olvido. Esperan ser reconocidos, nada más, nada menos. Como si en su nombre, el país pudiera encontrar al fin el suyo.