
El enfrentamiento físico protagonizado ayer por Alejandro "Alito" Moreno y Gerardo Fernández Noroña en el Senado de la República representa un síntoma alarmante de la degradación del debate político en México, pero también evidencia la frustración opositora ante el manejo autoritario que caracteriza la conducción de Morena en el Congreso federal.
El episodio, donde el dirigente del PRI subió a tribuna mientras se escuchaba el himno nacional para reclamar a Fernández Noroña, aunque deplorable en sus formas, revela una problemática más profunda: la sistemática obstrucción del debate parlamentario por parte de la mayoría morenista. El comportamiento de Moreno, por más censurable que resulte, surge de la desesperación por encontrar espacios de diálogo que la mayoría oficialista ha venido cerrando sistemáticamente.
La gestión de Fernández Noroña como presidente de la Mesa Directiva del Senado ha estado marcada por un estilo que privilegia la imposición sobre la negociación. Su manejo de los tiempos, la distribución de la palabra y la conducción de los debates ha mostrado un sesgo evidente hacia los intereses de su partido, convirtiendo la presidencia de la Mesa Directiva en una extensión del aparato político de Morena, cuando debería ser un espacio de imparcialidad institucional.
Este autoritarismo legislativo se manifiesta de múltiples formas: sesiones que se clausuran abruptamente cuando la oposición intenta plantear temas incómodos, uso discrecional del micrófono para limitar intervenciones críticas, y una interpretación conveniente del reglamento que favorece sistemáticamente a la mayoría. La Comisión Permanente y las sesiones ordinarias se han convertido en espacios de ratificación, no de deliberación genuina.
El PRI, pese a su crisis interna y su reducida representación parlamentaria, sigue siendo una fuerza política legítima con derecho a expresar sus posiciones. Cuando el debate se prolonga por casi tres horas y al clausurarse la sesión se impide una nueva ronda de oradores, se evidencia una estrategia de sofocamiento del debate que viola el espíritu democrático del parlamentarismo.
La desesperación de Moreno, aunque mal canalizada, refleja la frustración de sectores políticos que se sienten excluidos del debate nacional. En un sistema democrático saludable, todas las fuerzas políticas, independientemente de su tamaño, deben tener garantizado el acceso a la tribuna y la posibilidad de exponer sus argumentos. Cuando estos canales se obstruyen, la tensión política se acumula hasta explotar de manera improductiva.
El manejo autoritario de Morena en el Congreso no se limita al Senado. En la Cámara de Diputados hemos observado patrones similares: aprobación exprés de iniciativas sin debate suficiente, comisiones que funcionan como oficinas de trámite del Ejecutivo, y una mayoría que confunde disciplina partidaria con obediencia ciega. Esta dinámica empobrece la calidad de la legislación y debilita la función de control político que debe ejercer el Legislativo.
México necesita recuperar la cultura del debate parlamentario. Esto implica que la mayoría morenista reconozca que gobernar con mayoría no significa gobernar sin oposición. Las minorías parlamentarias, por pequeñas que sean, representan sectores de la sociedad que merecen ser escuchados. Su silenciamiento no fortalece la democracia; la debilita.
El autoritarismo legislativo de Morena y la desesperación opositora que genera son dos caras de la misma moneda: la degradación del sistema político mexicano. Recuperar la salud democrática del país pasa necesariamente por restaurar el Congreso como espacio genuino de deliberación pública, donde las ideas compitan en igualdad de condiciones y donde el respeto mutuo prevalezca sobre la imposición partidaria. Al tiempo.