
En su momento el Papa Juan Pablo II describió la política como la actividad mas excelsaque pueda desarrollar una persona. Y agregó: “…pero también la mas riesgosa”.
Sabía a la perfección que por ser actividad humana, la política definida como el arte del bien común, comúnmente se desvía de su finalidad y termina por ser un instrumento colectivo de afectación para millones de personas.
Desde detalles sencillos hasta actitudes totalmente deleznables, identificamos a los malos funcionarios que son la parte más palpable y práctica de la política.
A ellos se les confía por designación y voto popular, miles de millones de pesos para impulsar el bien común y el bienestar del pueblo.
Lo pueden hacer con inteligencia desarrollando ideas que mejoren la calidad de vida de los gobernados; siendo puntuales para que el tiempo les alcance a desarrollar más programas y proyectos; amables para atender a quien les pide ayuda; tolerantes para acordar beneficios con la sociedad civil e instancias que tienen otra ideología y así reunir y multiplicar recursos para que los beneficios públicos sean mucho mayores.
En la práctica, no generalizo, muchos entienden que ser funcionario los hace distintos o superiores al resto de los mortales y olvidan que los encargos son finitos.
Lo primero que preguntan antes de tomar protestar, es la clase de vehículo que les asignarán.
Confunden el dinero público y lo toman como propio; inflan precios de obras o servicios y piden porcentajes o hasta hacerse socios de los proveedores a los que favorecen.
Antes del año se sienten tan importantes y en riesgo, aunque nadie los conozca, que compran una Suburban nueva y blindada, obviamente con dinero público; se autoasignan chofer y solicitan escoltas para que les carguen el maletín, les abran la puerta del vehículo, de la oficina y hasta la del baño.
El mal funcionario llega tarde a su trabajo y se va temprano; los jueves inventa salidas viaticadas fuera de la ciudad con asuntos “pendientes” hasta el lunes o martes para disfrutar el fin de semana y regresar “cansado” y “tenso” a reiniciar labores.
El mal funcionario ignoramos a que hora trabaja. Lo observamos en los mejores restaurantes en desayunos que inician a las 9 am y terminan dos horas después; tienen comidas a las 14 horas que se convierten en cenas por lo delicado de los asuntos a tratar.
Mientras adentro se degustan caros y nos tan deliciosos cortes de carne con cargo al erario público, afuera, decenas de escoltas disfrutan bolsas de papitas acompañadas del riguroso refresco.
El Mal funcionario no regresa llamadas o mensajes porque dice estar muy ocupado. Tarda días o semanas para dar una cita a quien se supone sirven y acuñan el pensamiento que su importancia es igual a la complejidad para que un particular pueda acceder a ellos.
El Mal Funcionario es aquel que olvida que puede incidir positivamente en el destino de muchos, de una ciudad, de un Estado o un país y se dedica al cultivar el ego personal virtud de los amigos que se esfuman junto con el cargo que tuvieron pero que jamás desempeñaron.