
A ti ciudadano.
Nuestras tradiciones.
Hay lugares en nuestro país donde las tradiciones son un ritual que conecta directamente con el alma. Así es la celebración de Día de Muertos en Janitzio. Esta isla, que emerge de las aguas del lago de Pátzcuaro en Michoacán, es uno de esos epicentros sagrados. Cada año, durante la Noche de Ánimas, este pequeño rincón purépecha se transforma en un faro de luz, fe y memoria que atrae a quienes buscan vivir la tradición en su forma más pura.
Vivir el Día de Muertos en Janitzio es embarcarse en una peregrinación al corazón de una de las cosmovisiones de México. Aquí podrás presenciar cómo el amor por los que se fueron puede iluminar la noche más oscura.
La experiencia comienza mucho antes de pisar la isla. Para llegar a Janitzio, es necesario abordar una lancha desde el muelle de Pátzcuaro. Esta travesía es el preludio del ritual. Mientras la barca se desliza sobre las aguas serenas del lago, se pueden observar a los pescadores con sus icónicas redes de mariposa. A lo lejos, la colosal estatua de José María Morelos y Pavón se alza en la cima de la isla, como un guardián eterno. El aire fresco y el murmullo del agua te preparan para lo que estás a punto de presenciar.
Para entender la magia de Janitzio, hay que escuchar el eco de sus leyendas. Cuentan los antiguos purépechas que al morir las almas de sus seres queridos no se van para siempre. Se convierten en mariposas monarca que cada año emprenden un largo viaje para sobrevolar el lago de Pátzcuaro y encontrar el descanso en el panteón de la isla. Es esta creencia la que impregna cada vela encendida y cada flor de cempasúchil. La celebración no es para despedir, sino para recibir a esas almas viajeras que regresan a casa por una noche.
Al caer el sol el 1 de noviembre, la isla comienza su transformación. El silencio se apodera del ambiente, interrumpido solo por el suave tocar de las campanas. Poco a poco, familias enteras inician una procesión silenciosa hacia el panteón. El camino se convierte en un río de luz, donde miles de velas danzan en la oscuridad, guiando el camino de las almas.
El cementerio de Janitzio, ubicado a orillas de la isla, se convierte en el escenario principal. Las tumbas, sencillas durante el resto del año, se visten de fiesta con arcos de flores de cempasúchil, manteles bordados y las ofrendas preparadas con esmero durante semanas. El aroma a copal, incienso y flores inunda el aire. Las familias se sientan junto a las sepulturas de sus ancestros, rezan, cantan y comparten anécdotas en voz baja. No es una noche de tristeza, sino de compañía, un reencuentro íntimo que dura hasta el amanecer.
Por Víctor Hugo Estala Banda.