
Por José Luis Muñóz Pérez.
El libro de Martín Zermeño Repensar el 85, publicado el mes pasado, es uno de esos documentos que no terminan en su última página. Ciertamente, rebasando su confeso propósito, no sólo invita sino obliga a volver a lo sucedido aquel año memorable. Me sumo sin poder ni pretender evitarlo.
Lo hago simplemente como un modesto ejercicio de memoria personal en razón de lo que vi y viví en esa ocasión siendo Director de El Heraldo de Chihuahua, lo que me permitió una posición de observador en primera línea.
Como sabemos, el movimiento universitario de 1985 estalló justa, saludable y sanamente para impedir la reelección del rector Reyes Humberto de las Casas Duarte para un tercer período, pero ha faltado remarcar que sirvió de ariete para fines aviesos y propósitos antidemocráticos.
Doy rienda suelta a los recuerdos enfocando específicamente dos aspectos. El primero, mi sorpresa de que en el análisis general del libro y por supuesto el de los protagonistas entrevistados, no descolla a primer plano lo que para mí fue el motor más poderoso del movimiento universitario, el que lo alentó, lo financió y lo sostuvo, aunque no el más visible, y que sólo uno de los presentadores lo menciona: la separación de Oscar Ornelas de la gubernatura, anhelada, orquestada y promovida por el Secretario de Gobernación Manuel Bartlett; y segundo, con toda la distancia guardada, la repercusión que tuvieron esos hechos en mi vida profesional y en el periódico que dirigía.
No tocaré un tercer aspecto que es el destacado papel que jugó la prensa en ese movimiento por considerar que dada mi participación no me corresponde. Me limito a comentar que lo extrañé en el análisis que presenta el libro, y aunque la portada está mayormente compuesta por recortes de El Heraldo, no se menciona ni de refilón, ni se considera siquiera el auténtico alud de desplegados publicados durante 6 meses que caracterizó, como a pocas, esa confrontación política y que sin duda es una invaluable fuente testimonial.
Vamos por partes.
Mi afirmación de que el motor central del movimiento tuvo como objetivo el derrocamiento del gobernador no desdeña en lo absoluto y mucho menos minimiza las razones que impulsaron a estudiantes y maestros universitarios que se empeñaron en una lucha quizá sin equiparable previa, y seguramente sin igual posterior.
Tampoco, de ninguna manera, su incuestionable validez, su oportunidad, su valía y su legitimidad. Aplaudo y aplaudo sin reservas el vigor y la calidad moral y política con que lucharon y reconozco con admiración sus logros. Felicito efusiva y nuevamente a todos los partícipes.
Hicieron un estupendo trabajo. Cuántos y quiénes lo hicieron, además, con plena conciencia de las perversas motivaciones políticas que se enmascararon tras el movimiento, no es algo que pueda adivinar y por lo tanto tampoco motivo de esta remembranza.
Preciso que no fue un movimiento equiparable al de la década de los 70 porque tuvo resortes a mi ver distintos. Los motivos de Bartlett son bien conocidos de todos los que recordamos el momento político que vivía Chihuahua.
Sin mayores preámbulos, sabemos que Bartlett preparaba, preparó con el auspicio del movimiento del 85 el terreno para robarse las elecciones de 1986 para la gubernatura del Estado de Chihuahua, que ya veía, como no era difícil percibir, pérdidas para el PRI ante el enérgico y pujante avance del PAN, a todas luces imparable, salvo por la vía de la imposición y el fraude.
Ya había intentado Bartlett robarse las elecciones municipales del 83 en las que triunfaron Francisco Barrio en Ciudad Juárez, Luis Álvarez en Chihuahua, Horacio de las Casas en Delicias, Gustavo Villarreal en Parral, Huberto Ramos Molina en Cuauhtémoc, y Carlos Aguilar en Camargo, además de las de Casas Grandes, Meóqui y Saucillo que también perdió el PRI.
Las de Nuevo Casas Grandes y Madera se declararon inválidas. En Madera se realizaron extraordinarias el año siguiente, con resultado favorable para el PRI, y en NCG el trienio entero el Ayuntamiento permaneció sin titular, siendo gobernado el municipio por un consejo, encabezado por Florentino Ávila.
Entre paréntesis, el mismo 3 de julio de 1983 el PAN conquistó la alcaldía de Durango, por lo que la Carretera 45 se pintó de azul desde Ciudad Juárez hasta aquella capital. El hecho alertó y sacudió los cimientos del sistema priísta provocando una reacción sin precedente desde sus entrañas.
También en 1983 ganó el PAN 5 diputaciones al congreso local de Chihuahua en las urnas, pero el PRI impugnó el triunfo de Juan Saldaña Rodríguez en el distrito 4º con cabecera en Ciudad Juárez, logrando que el Colegio Electoral controlado por gobernación estatal lo anulara, con el fin de evitar que el PAN obtuviera 5 de las 14 curules del poder legislativo, con la misma intención: la elección de gobernador en el 86 requeriría que el Congreso
elegido en 83 la validara con un mínimo de dos tercios de sus votos, y si el PAN hubiera conservado los 5 distritos que ganó en las urnas, el PRI no hubiera alcanzado la proporción requerida.
Esta maniobra, que fue denunciada por primera ocasión en la columna Ráfagas el primer día de mi trabajo como director de El Heraldo, fue orquestada por el titular de Gobernación del Estado, Jorge Mazpúlez Pérez, en sincronía con Bartlett, operando en línea intermediada por su subsecretario Jesús Roberto Dávila Narro, llevándose al baile al gobernador Oscar Ornelas. Comenzaré por ese obligado antecedente.
En ese verano de 1983 yo era Director-Gerente de Organización Editorial Mexicana, OEM, en Ciudad Juárez, donde editábamos el principal periódico de la frontera, El Fronterizo, así como El Mexicano, vespertino, y Correo, otro matutino de corte popular. También era Presidente de El Continental News Company de El Paso, Texas, donde editábamos El Continental, en español. Era la segunda editora más importante de la OEM en ingresos y en circulación, después de Guadalajara.
Obviamente se esperaba una reñida elección enmarcada por las secuelas del control de cambios y la nacionalización de la banca decretados por José López Portillo en su último año de gobierno, dejando un país desmoronándose con las más graves repercusiones económicas y políticas en la frontera norte. En múltiples conversaciones por todo el estado se ventilaba la sospecha de que “el gobierno” intentaría aplicar un fraude electoral.
En vísperas de la elección del 3 de julio preparamos con el personal de los periódicos y un grupo de alumnos de la escuela de Comunicación de la UACH, extensión Juárez, un operativo para capturar el mayor número posible de resultados el mismo día de los comicios, fotografiando las actas que se levantaban en cada casilla electoral.
La mayoría las obtuvimos de representantes de partido que acudían al comité municipal y a los distritales custodiando las urnas para entregarlas, y por supuesto los ganadores cooperaban gustosamente con nuestro personal. No había celulares aun y los escasos teléfonos públicos funcionaban con monedas de 20 centavos.
Nuestro personal de campo reportaba sistemáticamente lo obtenido a una central de captura en la redacción que iba sumando los votos de uno y otro partidos contendientes expresados en las actas. Francamente, sólo contamos los de PRI y del PAN para no perder tiempo. Eso nos permitió tener alrededor de las 21;30 horas una visión clara de la delantera del PAN. Con esa información, decidí llamarle directamente a mi Presidente y Director General Mario Vázquez Raña a su casa en la ciudad de México, pues era domingo.
Mario Vázquez Raña había estado muy interesado en el proceso electoral en Chihuahua y, advertido con anticipación del ambiente, visitó el Estado y estuvo 3 días en Ciudad Juárez en el mes de abril, sosteniendo reuniones que me pidió organizarle con distintos sectores, políticos, empresariales, industriales, comerciales, -que incluyeron a muchos de nuestros anunciantes- académicos, sociales e incluso deportivos, pues recordemos que era Presidente del Comité Olímpico Mexicano y líder mundial de la Asociación de Comités Olímpicos Nacionales.
En esa visita conoció a detalle y me aprobó una estrategia de cobertura de la campaña electoral consistente en otorgar espacios y posiciones exactamente iguales, medidos en líneas ágatas, a los dos principales contendientes, aun sacrificando a segundo término la relevancia de sus propuestas. Privilegiamos en el diseño el factor equidad para evitarnos acusaciones de parcialidad de un público polarizado. La nota del PRI debía medir exactamente lo mismo que la del PAN y ocupar posiciones perfectamente equivalentes.
Así fue.
La noche del domingo 3 de julio Vázquez Raña me contestó el teléfono de su recámara. Le informé lo que tenía hasta el momento. Me ordenó que adelantara todo lo de otros temas en la edición y aguantara el cierre todo lo posible, sin perjudicar la hora de salida.
-Así está organizado-, le informé, y le comenté que tendríamos un sobretiro de 5 mil ejemplares, considerando la gran expectativa entre el público.
¿Cómo está el resto del Estado?, me preguntó. -Lo desconozco, señor, sólo hice el operativo en Ciudad Juárez- y estoy en espera de que El Heraldo y El Sol de Parral me envíen su información, le respondí.
Me instruyó que lo mantuviera al tanto cada hora, o antes si había algo importante. A la siguiente llamada fue claro que la tendencia se mantenía. Me pidió entonces que investigara lo que pudiera sobre Chihuahua y Parral, donde había otros directores.
El director de El Heraldo de Chihuahua, Guillermo Asúnsolo, ya no estaba en el periódico y marque a su casa. Me respondió su hija Chelo, amiga mía, quien me dijo que ya estaba dormido. “No lo molestes - le dije- lo busco mañana”. De hecho él ya no operaba como director y el funcionario de mayor jerarquía era el gerente Alberto Segovia, con quien no me interesó hablar porque no tenía la mínima idea de lo que era una cobertura noticiosa. Busqué al Jefe de Redacción, Felipe Fierro. Con tono de cierta extrañeza, me dijo: “como sabes, no conoceremos resultados hasta el próximo domingo”.
¿Cómo está el ambiente?, le pregunté.
-Creo que la votación fue abundante, pero como sabes, tampoco tendremos los datos hasta el domingo próximo. Hubo mucha gente en las casillas.
¿Tu cómo la ves, cuál es tu pronóstico? -El PAN levantó mucho entusiasmo, pero el PRI tiene muy buen candidato, respondió.
El abanderado priísta para el Ayuntamiento de Chihuahua era mi amigo de muchos años Luis Fuentes Molinar, que ya había sido alcalde y había hecho un buen papel. Entre otras cosas, había repavimentado toda la ciudad, algo que nadie ha repetido, hasta la fecha. Tenía imagen de ser un hombre honrado y efectivamente lo era.
El director de El Sol de Parral, Carlos Mario Armendáriz, me dijo que en lo personal creía que el PAN tendría una votación como nunca, pero que no se atrevía a hacer pronóstico alguno.Su nota para el día siguiente destacaba una gran afluencia en las urnas.
Colgando busqué a Chago Nieto, mi amigo, candidato del PRI a la alcaldía de Ciudad Juárez quien había estado en mi casa la noche anterior y me había dejado los teléfonos donde pudiera localizarlo. En esa visita venía de su último recorrido de campaña por colonias populares. Traía los zapatos cubiertos de polvo, manchas de salsa en la guayabera y se le veía notoriamente agotado. Se tomó el primer jaibol de dos tragos.
La noche del domingo Chago no me contestó la llamada y prometieron que me lo reportaban.
Luego busque a Pancho Barrio, también mi amigo y quien igualmente me había visitado en horas recientes. El Fronterizo era un referente obligado en la escena social de la ciudad.
Barrio me contestó de inmediato y me dijo: “Fue una jornada ejemplar, tranquila, sin incidentes, la gente se volcó a las urnas; hubo una excelente participación, no tengo duda de que saldremos victoriosos. Sólo falta que se respete el voto”.
Sus palabras eran efectivamente las del ganador. Siempre el que gana defiende la limpieza y lo pacífico de la jornada. No se parecía a los candidatos del PAN de todas las elecciones anteriores que siempre denunciaban atropellos e irregularidades.
Al corte de las 11;30 de la noche teníamos ya números bastantes para calcular que la suma era irreversible a favor del PAN, algo así como 60-40.
Vázquez Raña tomó nota, reafirmó los datos, comentó “ya los chingaron” y me dijo: “no cuelgues. Voy a hacer una llamada y quiero que estés aquí por si necesito algo más”.
Habló con Adolfo Lugo Verduzco, presidente del CEN del PRI y le comentó en apretado resumen. Vázquez Raña quería de él una declaración, pero no la tuvo.
Lugo no sabía cómo estaban las cosas o por lo menos eso aparentó convincentemente y también apuntó la información.
Por supuesto escuché de la conversación sólo lo que dijo y preguntaba Vázquez Raña, pero cuando colgaron mi jefe me dijo:
-No tenía ni idea, el pendejo.
Enseguida me dio instrucciones para la edición del día siguiente: “No des nada por definitivo, no afirmes conclusiones pero que quedé claro que tenemos información de que el PAN lleva delantera. Insiste en la nota en que los resultados oficiales se conocerán hasta al próximo domingo. Guárdate lo de las actas hasta que las tengamos todas y las verifiques.
Así fue.
Después de colgar con Vázquez Raña y tras el fracaso de obtener una declaración de Lugo, le hablé a su casa al Secretario General del CEN del PRI, Mario Vargas Saldaña, con quien tenía una relación cordial desde mi estancia como director de El Sol del Norte, en Saltillo.
Le comenté los datos y le pedí un comentario.
-Amigo, esta vez te pido que me disculpes. No es a mi a quien corresponde un pronunciamiento tan delicado. De hecho te suplico que no comentes que hablamos, me respondió.
Lo entendí.
La siguiente fue una semana tensa, intensa y rebosante de detalles.
Chago Nieto nunca se reportó, pese a que mi secretaria insistió. Tampoco compareció ante los reporteros, ni esa noche ni la siguiente semana. Como se le vea, una ausencia muy sintomática y reveladora. Semanas después me confió que seguía instrucciones “del centro” de mantener silencio.
El miércoles se inició la reunión de las Juntas Computadoras que comenzarían el conteo de los votos.
El jueves el PAN convocó a un mitin en la Plaza Benito Juárez, a una cuadra de las instalaciones del periódico y reunió a decenas de miles de simpatizantes que exigieron respeto al voto.
El Encabezado de El Fronterizo del viernes, ilustrando la nota una foto a 8 columnas del mitin repleto en el monumento a Juárez, decía:
Tomaron la Plaza.
Fue una primera plana que vi durante meses pegada en ventanas y aparadores de muchos domicilios y negocios de la ciudad, como una muestra de orgullo panista. Las fotos de 8 columnas no eran de ninguna manera frecuentes y las letras titulares fueron de tamaño al doble de lo habitual. La noticia lo ameritaba.
Años después ya viviendo yo en Chihuahua, Jorge Mazpúlez me comentó en una comida en La Calesa que esa primera plana y la información de El Fronterizo durante toda la semana atestiguando el triunfo de Barrio habían sido determinantes para que el gobernador Ornelas convenciera al presidente De la Madrid de que obligara a Bartlett de desistir de su intención de robarse las elecciones, pues la información divulgada ya no permitía intentar maquinaciones.
Casi tanto como lo fue, cerrando totalmente el espacio, el valiente reconocimiento público de Luis Fuentes Molinar de que su opositor Luis Álvarez tenía una clara ventaja, adelantándose a cualquier posible maniobra de gobernación. Simplemente Álvarez obtuvo 49 mil 853 votos frente a 21 mil 957 de Fuentes, más del doble.
En Ciudad Juárez Barrio obtuvo 81 mil 881 y Nieto 51 mil 354. La noche del sábado 9 de aquel julio me llamó el profesor Rafael Navarro Bencomo, presidente de la Comisión Estatal Electoral a eso de las 9 y media. Me dijo que esa noche tendrían el cómputo final, pero que sería un poco más tarde. Me informó que deseaban publicar un desplegado de una página en la edición del día siguiente y me preguntó hasta qué hora era lo máximo que podía esperarla.
Le dije que dada la importancia del contenido la esperaría hasta la una de la mañana. Luego me preguntó si era posible que me dictara el texto por teléfono, dada la premura, y le sugerí que era mejor que me lo enviara por télex, a fin de contar con el “testigo” y por ser lo más rápido y confiable.
En ese entonces tampoco había fax aun. Así fue. Antes de concluir la conversación le pregunté “¿Cómo vienen las cosas, profesor?”.
-“Por supuesto, con estricto respeto a lo asentado en actas”, me respondió.
Pareciera una declaración obvia, viniendo de la autoridad responsable, pero dadas las circunstancias la entendí muy reveladora. El uso de la palabra “respeto” era un poderoso indicativo.
Aparté una plana en la compaginación de la sección A, tanto en El Fronterizo como en Correo y busqué a Pancho Barrio por teléfono. Su esposa Tencha me informó que andaba en el campestre en un torneo de golf, pero lo localizó y se reportó. Le dije que en unos momentos más tendría el texto de un desplegado informando la resolución de la “junta computadora” y que quería que tras conocer su contenido hiciera para el periódico una declaración. Estuvo de acuerdo y quedó de reportarse antes de la una, pero ya no lo hizo. Habíamos adelantado el borrador de una nota con información hipotética de la Comisión Electoral, sólo dejando en blanco los espacios para los números reales, porque en los periódicos se trabaja a contrarreloj y el tiempo es inflexible.
El télex del profesor Bencomo llegó a las 0;40 hs, confirmando el triunfo del PAN y encajando a la perfección con el borrador de la nota.
Como todos sabemos, el gobernador Oscar Ornelas impuso su autoridad y habló con el presidente De la Madrid más de una ocasión para hacer valer su determinación de respetar el voto de los chihuahuenses y convencerlo de que era inevitable.
Que fue un gran logro del gobernador y una proeza imponerse al poder central de gobernación y del CEN del PRI, nos lo prueban patentemente los ataques que recibió a consecuencia.
Bartlett nunca se lo perdonó. A mí tampoco.
En los días siguientes se vino un alud de acusaciones del priísmo duro contra Ornelas. Auténticamente respiraban por la herida. Es memorable la del líder de la CTM Fidel Velázquez que en Sonora lo tildó de traidor y exigió su destitución.
¡Debía dejar la gubernatura por atreverse a respetar la voluntad de la ciudadanía expresada en las urnas!
En El Fronterizo la publicamos también a 8 columnas.
Llama Fidel Velázquez Traidor a Ornelas.
Esa mañana, a primera hora, recibí en mi casa una llamada del gobernador.
-“¿Se vale revirar?”, me preguntó yendo al grano.
-Por supuesto, dígame usted”, le respondí.
-No quiero hacerlo por teléfono, me dijo. Va para allá Carlos Gallegos -su jefe de prensa-. Él le hará algunas declaraciones. Puede usted tomarlas como si fueran de mi propia voz.
Gallegos llegó por la tarde a mi oficina con algunos apuntes.
Entre otras cosas de importancia medular me dijo textualmente: “Si Oscar Ornelas es traidor, también Miguel de la Madrid, puesto que él apoyó la decisión de respetar el voto”. Esa frase se convirtió en el encabezado de la entrevista, también a 8 columnas.
Dos semanas después la revista Proceso publicó un amplio reportaje firmado por su corresponsal en el que relataba que los periódicos que yo dirigía habían tenido un “espectacular” boom durante la campaña electoral incrementando sustancialmente su circulación. Aunque en algunas cosas desvariaba, en lo general se apegaba a la verdad, pero a través del texto se adivinaba una especie de tono acusador. Un tufillo que no se atrevía a más, informaba que los periódicos habían aprovechado el descontento popular y las campañas electorales para expandir su circulación y sus ventas, como algo reprochable. En la redacción y en el departamento de publicidad reporteros y vendedores lo celebraron.
Unos días después me llamó Vázquez Raña al comenzar la tarde.
-Vente para acá en el próximo vuelo que encuentres. Le avisas a Lupita – su secretaria- a qué horas llegas a mi oficina, me dijo.
-Quiere que lleve algo en especial, le pregunté. No, me respondió. Nada.
Tomé el primer vuelo la mañana siguiente y avisé que llegaría a eso de las 10;30 a Serapio Rendón y Guillermo Prieto.
Don Mario me recibió casi de inmediato.
Me contó que 2 días antes lo había llamado el presidente de la Madrid y le había pedido– lo que nunca- que “por favor” fuera a ver a Bartlett. “Te va a mostrar algo que me interesa que veas”, le dijo. Lo regular era que los secretarios del gabinete fueran a su oficina a ver a Vázquez Raña.
Con clara expresión de enojo, Vázquez Raña calificó la petición: “Me hizo ir”.
Lo que Bartlett le mostró fue un álbum de recortes de notas de El Fronterizo, El Mexicano y Correo, todas con declaraciones, propuestas y posturas del PAN durante la campaña electoral. Una amplia cobertura.
“Tus periódicos contribuyeron a que el pueblo de Juárez le diera la espalda al partido”, reclamó Bartlett.
Vázquez Raña no se contuvo. Era un hombre claridoso cuando así lo decidía.
“Tu sabes que eso está amañado, le respondió. Sólo incluiste las notas del PAN y ninguna del PRI. Mis periódicos hicieron una cobertura perfectamente equilibrada. Así se lo comentaré al presidente, para que no caiga en tu engaño”, le respondió.
Y se salió indignado y encabronado de las oficinas de Bucareli, según me dijo.
Tiempo después me enteré que ese álbum lo confeccionaron Jorge Mazpúlez y Dávila Narro.
Creo que la relación entre Bartlett y Vázquez Raña nunca se compuso.
De su auto pidió la llamada conmigo de un día antes.
Frente a frente me dijo: Mira, te voy a tener que sacar de Juárez porque si no te van a hacer la vida imposible y te van agarrar de pagano. Bartlett no haya como justificarse. Pero no te preocupes, te voy a esconder un rato, mientras pasa esto, y luego te daré otra buena editora, pero ya no vas a regresar a Juárez.
Así fue.
Me mandó a fundar un periódico en Tehuacán, Puebla, estuve a cargo de El Sol de Puebla durante un mes que el director se fue de vacaciones, hice las gestiones para adquirir una editora en Jalapa y fundé El Sol de Orizaba y El Sol de Córdoba en una editora que Vázquez Raña recién había adquirido en Córdoba. Luego me tomé 15 días de vacaciones y regresando hice una suplencia del subdirector de El Sol de México.
Mientras tanto, el gobierno de Ornelas fue cercado por la vigilancia de gobernación que se alimentaba de información que le proporcionaban lo mismo sus agentes que el tesorero Saúl González Herrera y el jefe de gobernación estatal Jorge Mazpúlez Pérez. Tenía Ornelas a los topos en casa.
En ese clima, el gobernador debió destituir de su gabinete a funcionarios que Bartlett le reclamó como “panistas”, alentado por la presión de Fidel Velázquez. Ellos fueron el Oficial Mayor Luis Monroy de la Rosa, un hombre ligado a la iniciativa privada; Luis Alfonso Rivera Soto, Procurador General de Justicia que por cierto era compadre de el pato de las Casas, y hasta Jesús José “Chito” Solís, jefe de la policía judicial, quien de panista no tenía nada.
Estuvo también en capilla Carlos Gallegos Pérez, que tampoco tenía ligas ni simpatías con el PAN, pero lo defendió el líder estatal de la CTM Refugio Mar de la Rosa, pues lo había ayudado en su campaña al senado. Por instrucciones precisas de Fidel Velázquez, Mar de la Rosa ahondo su enfrentamiento personal contra el rector De las Casas, que ya habían iniciado meses antes por un conflicto en el sindicato de personal administrativo de la UACH que asesoraba “El Sapo” Enrique Sánchez Silva, un ex director de la para entonces ya desaparecida prepa de la universidad, también asesor de la CTM. Se liaron ambos en una larga secuela de dimes y diretes, que retoñó en el 85.
Es mi apreciación personal que Ornelas incluyó en su gobierno a personas que no eran de su primer círculo, como a representantes del sector privado del que se alimentaba el PAN, a fin de otorgarle transparencia a su administración. Y fue ésta misma razón por la que también designó tesorero a su adversario de toda la vida, Saúl González Herrera. Habían sido de líneas opuestas desde tiempos de estudiantes en la UNAM.
Por otra parte, de todos los que tenían memoria era sabido y se convirtió en tema viral que el padre del gobernador, Don Julio Ornelas, había sido un activo panista cuando no había en todo Chihuahua más de tres o cuatro.
Un dato que poco se recuerda y que a muchos sorprenderá es que dos o tres meses antes de que Ornelas removiera a esos funcionarios, el entonces delegado general del CEN del PRI en el Estado, un señor de apellido Chávez, invitó a comer a Luis Monroy y le dijo que había una corriente en el PRI que veía con simpatía que él buscara la candidatura a la alcaldía de Chihuahua, a lo que Monroy habría contestado que él no tenía interés en participar. Quizá era parte de la línea estratégica de vacunarse contra el PAN jugando con sus propias cartas.
Cuando Monroy fue removido de su cargo de Oficial Mayor no faltó quien interpretara que lo habían descartado por su renuencia a participar con las siglas del PRI.
Yo había dejado mi casa en Juárez, ubicada en el Penthouse del edificio del periódico con todos mis muebles y enseres y mi familia estaba en Chihuahua, en casa de los papás de mi esposa.
Regresando el subdirector de El Sol de México me fui a Juárez para organizar el menaje a Chihuahua, pues el nuevo director de El Fronterizo me había pedido que desalojara. Allá me avisaron que me estaba buscando Vázquez Raña, que me reportara. Así lo hice de inmediato. En esa llamada me informó que sería Director de El Heraldo de Chihuahua y me dio instrucciones de que me pusiera de acuerdo con Carlos Figueroa Sandoval, recién designado Director Regional de la OEM en el norte del país, producto de una reorganización de la empresa. Figueroa había sido mi director en El Sol de México, trabajando yo como reportero y posteriormente como Secretario y Jefe de Redacción. Nos conocíamos y nos llevábamos bien.
Encargué a una persona de confianza que continuara con la mudanza y esa misma tarde llegué a las oficinas de El Heraldo. Al día siguiente tomé posesión. Las instrucciones que me dio Vázquez Raña fueron hacer una notoria transformación del periódico, que estaba muy descuidado, frenar el avance de Novedades que había surgido recientemente con gran apoyo económico y de un sector del empresariado chihuahuense, y de ser posible lograr que cerrara. No era tarea sencilla. Se decía que Novedades nació como un instrumento para impulsar al panismo, en revancha por la nacionalización de los bancos chihuahuenses que eran tres, Comermex, Banco Provincial del Norte y Crédito Mexicano. Parte de la estrategia fue hacer contacto personal con actores políticos y empresariales, muy necesario porque yo estaba muy desconectado de mi ciudad natal tras una década de ausencia.
También, entre muchas otras cosas, incrementamos la cobertura de los temas universitarios.
Transcurrió 1984 en un clima de gran actividad y polarización política y llegó 1985, el año del movimiento estudiantil y de elecciones federales intermedias para renovar la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión. El periódico estaba sometido a un sinfín de presiones políticas y sociales, tanto del lado priísta como panista. El alcalde Luis Álvarez no era un hombre de mente muy abierta, mucho menos a la crítica. Su gobierno también sufría constantes presiones y estaba en la mira del priísmo que ya comandaba en Chihuahua Francisco Rodríguez Pérez, mi amigo.
Una de las crisis que hicieron tambalear a Álvarez fue la de la Huerta Legarreta, que algunos recordarán y en la que no voy a abundar para no distraernos demasiado del foco. Sólo recordaré que la Huerta, propiedad de un compadre de Álvarez, fue invadida por el CDP de Rubén Aguilar, y Álvarez ordenó la intervención de la policía al caer la noche con el propósito de desalojar a los invasores. La ejecución, fallida y pesimamente manejada, fue un craso error. Javier Benavides, jefe de Servicios Especiales de la Policía Municipal cometió una serie de arbitrariedades y francos delitos en el operativo. Me constan porque los vi, pues por la noche acudí al lugar.
Hubo una balacera en la que resultó muerto un transeúnte ajeno a los hechos que simplemente pasaba por el lugar inadecuado en el momento inadecuado y también un policía, que después se supo había muerto por la bala de uno de sus compañeros en medio de la confusión y de la noche.
Cuando comenzó el intento de desalojo Rubén Aguilar estaba en mi oficina entregándome un desplegado para publicarse al día siguiente y comentando el tema. Le avisaron por su radio y fue como me enteré. Le pedí que se llevara con él al reportero Héctor Varela y así fue.
El tema escaló a nivel que el priísmo duro y, nuevamente Bartlett y Fidel Velázquez, pretendieron aprovechar la ocasión para provocar la caída de Álvarez. Lo salvó Oscar Ornelas que dio instrucciones a Rodríguez Pérez de frenar la avalancha de desplegados y el acoso.
“Para mí no es problema gobernar con un alcalde panista”, decía Ornelas, enardeciendo a Bartlett y a Fidel.
El PAN tenía como presidente estatal a Guillermo Prieto Luján desde 1980, quien también fue electo diputado al congreso local en el 83 por la via plurinominal. Poseedor de una vehemente oratoria, maestro del Tec de Monterrey, era un hombre culto pero ciertamente inexperto y en ciertos casos ingenuo, seguramente producto de que nunca había participado en el ejercicio del poder. Tuve con él una respetuosa y muy cordial relación. En alguna medida hizo comprender a Álvarez que el periódico no podía sustraerse de la crítica sana y obligada, al suyo y a cualquier gobierno. Aunque ciertamente El Heraldo no tenía esa fama los actores políticos y el público en general empezaron a entender la nueva línea y a aceptarla.
Esporádicamente me reunía a desayunar con el gobernador, que era muy parco y poco afecto a desplegar su parecer, en ocasiones en compañía de Carlos Figueroa y regularmente con Carlos Gallegos o con Javier Contreras, subjefe de prensa. También nos juntábamos con el alcalde Álvarez con quien Figueroa procuró un especial acercamiento. Se hicieron muy amigos. Figueroa le daba un trato preferencial en lo personal. Figueroa era un periodista excepcionalmente inteligente, astuto y experimentado, con una gran capacidad de análisis, que muy discretamente también mantenía una línea de comunicación con gobernación federal, aspecto que nunca hizo explícito entre nosotros, pero que dada la cercanía laboral tampoco pudo permanecer ignorado por mí. Creo estar seguro de que Mario Vázquez Raña nunca estuvo al tanto. No viene aquí al caso establecer cómo y cuántas veces lo corroboré.
Una de sus principales tareas por encargo de gobernación era el marcaje personal a Luis H. Álvarez, quien confiaba plenamente en él y lo convirtió en su confidente. Por otra parte, no creo que Figueroa le causara daño, simplemente mantenía a Bartlett informado de sus pensamientos y movimientos, vía el subsecretario Fernando Pérez Correa, aparentemente ajeno a las tareas de espionaje, pero que posteriormente participaría activamente en las maniobras electorales del 86. De hecho, fue uno de los principales artífices, junto con Manuel Gurría Ordoñez, delegado general del CEN del PRI, ex secretario de gobierno del D.F. con Hank González y posteriormente premiado con la gubernatura de Tabasco.
Alguien con quien nos reuníamos Figueroa y yo periódicamente, era Saúl González Herrera, este sí muy conversador y con un amplísimo bagaje de información política. Era quizá el político mejor informado del estado. No se me ocurre nadie que le hiciera sombra.
Comíamos en El Cortijo, restaurante de la Avenida Niños Héroes, donde su amigo el propietario nos preparaba una inmejorable paella rociada con jerez y otros exquisitos platos españoles que acompañábamos de vino Chivite, de Caparroso, que siempre llevaba Don Saúl. Nos turnábamos el pago de la cuenta.
Invariablemente nos acompañó en todas las ocasiones nuestro amigo Miguel Etzel Maldonado, entonces director jurídico de la Tesorería del Estado, que colaboró con artículos de temas muy técnicos de su área en el periódico. Eran magníficas reuniones en las que intercambiábamos información sumamente útil para mi trabajo.
Este recuento de 1983 nos ilustra con plena claridad los motivos -que no razones- incubados en el seno del “sistema” priísta imperante. Me parece de primera importancia destacar que muchos de sus dirigentes no sólo pensaban que reconocer el voto opositor les afectaba en sus intereses políticos personales y amenazaba su monopolio del poder. No, realmente parecían convencidos de que un triunfo del PAN significaba una trágica pérdida de la soberanía nacional, que se ponía en riesgo el destino de México. “El panismo es entreguista con los gringos y con el clero”, afirmaban.
Eso llevó a la acuñación del concepto “fraude patriótico”, atribuido a Manuel Bernardo Aguirre, pero que adopta y propaga Fidel Velázquez y es ampliamente compartido en la “familia revolucionaria”. Incluso las izquierdas, prácticamente en su totalidad, desde el palero PPS hasta ex miembros del Partido Comunista, ya integrados al PSUM, que presuntamente habían abandonado la línea de la dictadura estalinista y asumido la prodemocrática del Eurocomunismo, justificaban que el gobierno se robara las elecciones, pues con ello estaba “salvando al país”. Caso excepcional fue el del profesor Antonio Becerra Gaytán, quien al salir en defensa de la democracia fue, también, tachado de panista.
Tanto priístas como panistas acusaban de contrarios a quienes no se mostraban rotundamente de su bando, incluyendo por supuesto a quienes convivíamos por igual con personas de ambos partidos.
Recuerdo que entre guasa y tono de indiciamiento, en una ocasión Carlos Gallegos me obsequió un ejemplar del libro Música para camaleones, de Truman Capote, que por cierto disfruté.
En mayo de 1985 Mario Vázquez Raña partió a Washington para iniciar una serie de complejas negociaciones con el propósito de comprar la United Press International, UPI, la segunda agencia de noticias más importante del mundo, que rivalizaba de cerca con la primera, Asociated Press, AP, cosa que finalmente logró, en asociación con Joe Russo, un destacado promotor de negocios inmobiliarios de Texas, con el que inicialmente compitió en la puja por la agencia, pero con quien hábilmente negoció un acuerdo para adquirirla juntos. Vázquez Raña nos anunció a todos los directores que dejaba la Organización en manos de los 3 directores regionales y que todo lo debíamos tratar con ellos. Él estaría ausente por largo tiempo y sumamente atareado.
Paralelamente, el Director de Administración y Finanzas de OEM, Máximo Gámiz Parral, ex alcalde de Durango de 1974 a 77, ex diputado presidente del congreso local, ex presidente del PRI en el estado, académico con 32 libros publicados e hijo del líder histórico de la masonería Máximo Gámiz Fernández, dejó vacante su cargo para lanzarse como candidato a diputado federal por el primer distrito de su estado, en obvia marcha en busca de la gubernatura, con el absoluto respaldo de Vázquez Raña. Gámiz cometió de inicio un serio error: llegó a Durango en el avión privado de Vázquez Raña, un imponente Jet Falcón 50.
Todos los partidos de oposición e incluso un ala del PRI que encabezaba Angel Sergio Guerrero Mier, candidato por el distrito 5, quien luego fue gobernador, lo acribillaron a críticas. La debilitación de Gámiz fortaleció al PAN y a su candidato Alfonso Joel Rosas Torres. Prácticamente el apadrinado de Vázquez Raña inició la campaña con la diputación perdida, situación que no pudo remontar.
Cuando Vázquez Raña logró cerrar la operación en Washington, Luis Nogales, director de UPI, se mostró satisfecho del acuerdo alcanzado por los dos grupos encabezados por Vázquez Raña y por Russo, respectivamente. "Su unión", dijo, "combina los recursos financieros, la experiencia periodística y la estatura internacional de Vázquez Raña con los recursos y la capacidad organizativa de Russo".
Vázquez Raña se dirigió en español a los periodistas, y les aseguró que la agencia continuaría basándose en Estados Unidos y que los centros principales de operaciones seguirían siendo Washington y Nueva York. La nueva compañía quedó bajo el control mayoritario de Vázquez Raña, y pasó a llamarse New UPI Incorporated. Sin embargo los nuevos socios nunca lograron armonizarse. Russo se convirtió en una piedra en el zapato.
Vázquez Raña hizo entonces una declaración poco afortunada al periódico El País:
“Yo tenía dos jet Falcón, vendí uno y compre la UPI”, dijo.
Ahora volvamos al movimiento universitario, o mejor dicho, a poco antes de que iniciara.
Me consta que Reyes Humberto de las Casas Duarte tenía la ilusa ambición de ser Presidente Municipal de Chihuahua al concluir su segundo período como rector. Y creía contar para ello con el apoyo del gobernador Oscar Ornelas, quien quizá en algún momento sí lo consideró posible. Lo veía con buenos ojos y lo estimaba personalmente.
Apreciaba que el pato mantuviera a la universidad bajo control, relegados a los grupos de izquierda y, hasta entonces, en absoluta paz. Una paz que ataba con mecanismos de corrupción y represión un descontento soterrado, pero paz al fin, que se prefería en el gobierno a la inestabilidad “caótica” vivida la década anterior. Un escalón importante en ese trayecto para el rector sería una diputación federal, por las que habría competencia en el verano de 1985.
Pero los hechos del 83 habían provocado un gran giro en el caleidoscopio político estatal. El pato de las Casas no tenía ascendencia en el PRI, se le vía “derechizado” y por lo tanto cercano al PAN, aunque no lo era. El feudo que había creado en la universidad no le otorgaba una proyección positiva en la sociedad, de manera que el único resorte que lo podía impulsar era Oscar Ornelas. Pero el propio Ornelas estaba debilitado y en la cuerda floja.
Ornelas, como todos los gobernadores, tenía su lista de candidatos para el Congreso de la Unión. En ella figuraban, entre otros, su secretario privado y ex alumno Juan Ibarra, camarguense emparentado con Luis H. Álvarez, activo impulsor de “los Nachos de Loyola”, obviamente opositores a “los Nachos” originales que tomaron su nombre del Nigromante Ignacio Ramírez, grupo socialista que había sido vencido la década anterior, expulsado y proscrito de la Universidad. También estaba en la lista del gobernador un rico ganadero que poseía varios ranchos, uno de ellos con Bisontes en el municipio de Janos, Hilario Gabilondo. Él iba por el distrito 9, entonces con cabecera en Nuevo Casas Grandes. Ambos fueron eliminados por presión del CEN del PRI, acusados de ser panistas y sustituidos por priístas de cepa. El candidato del PRI en el primer distrito fue Ramiro Alvídrez Frías y en el 9 Fernando Abarca.
Una gran sorpresa fue que tampoco Saúl González Herrera, quien lo deseaba, quedó en la lista. Esperaba poder contender por la gubernatura en el 86, usando como plataforma la diputación por el distrito con cabecera en Guerrero. Pero el candidato por ese distrito fue mi amigo el general Alonso Aguirre Ramos y con el ejército nadie se metía. Al general Aguirre se le mencionaba insistentemente como posible candidato a la gubernatura.
Quienes tengan memoria recordarán que entonces Saúl sufrió una afección neuronal que le provocó una parálisis facial parcial, con la que navegó unos meses. Fernando Baeza Meléndez fue candidato por Delicias-Camargo, el distrito 6, y como todos sabemos sería el candidato al Gobierno del Estado en 1986.
Cuando fue evidente para el rector que no tenía posibilidades de hacer carrera en el PRI, por ahí de marzo, decidió buscar una nueva reelección comoalternativa para mantenerse vigente, un obsceno exceso sin precedente en la Universidad.
Cuando lo anunció, el agudo olfato político de Saúl González Herrera percibió una oportunidad inmejorable, una ganga en charola de plata para quienes pensaban que era necesario sacudirse a Ornelas como requisito para frenar al panismo chihuahuense. Saúl vio que la intención de el pato chocaría con varios directores que tenían la legítima aspiración de llegar a la rectoría, -entre ellos su amigo y discípulo Sergio de la Torre Hernández, director de la Facultad de Contaduría, que era a todas voces el candidato de “la mafia”- y que entre el alumnado sólo se necesitaba encender dos o tres mechas para generalizar un estallido. Bien manejado, el tema prometía jugosos frutos: la universidad y la cabeza del gobernador. González Herrera levantó las antenas y rápidamente entró en contacto con Bartlett para convencerlo de que había que actuar.
El primer gran aliado fue la CTM. Fidel Velázquez había cultivado un repudio acérrimo contra Ornelas. Refugio Mar de la Rosa giró instrucciones a los sindicatos afiliados de brindar el apoyo posible a la rebelión universitaria. Todos los que lo vivimos recordamos el papel protagónico que jugaron concesionarios y permisionarios del transporte público en aquellos hechos, en una estrategia para desestabilizar al gobierno. Públicamente se decían víctimas y bajo cuerda apoyaban a los estudiantes.
El dirigente del Sindicato de Personal Académico de la Universidad Rubén Torres Medina, en 1985 maestro de la Facultad de Contabilidad y Administración cercano a Saúl González Herrera recuerda en la entrevista con Martín Zermeño: “…la CTM nos mandó sus mensajeros diciéndonos que los choferes de los camiones tenían instrucciones de entregarlos al movimiento”.
Ornelas, con su apego al formalismo y tibio de carácter, no se atrevió a cortar de tajo las intenciones de el pato. Ingenuo, no percibía el juego de espejos. Simplemente no era su naturaleza ni tuvo la perspicacia de ver que su cabeza iba en el paquete… o quizá hasta
demasiado tarde.
González Herrera siempre tuvo interés personal y legítimos intereses políticos en la universidad de la que fue maestro, y había sido rector de 1959 a 1962, manteniendo presencia permanente a través del grupo que todos conocimos como La Mafia, conformado por alumnos y maestros, que el pato mantenía a raya.
El término Mafia no era en sus inicios un peyorativo, como no necesariamente lo era tampoco cuando González Herrera organizó su grupo en la universidad. Recordemos que su origen italiano proviene del acrónimo de la frase Morte a la Francia Italia Anhela, una consigna de nacionalistas sicilianos en reclamo de resistencia, libertad y soberanía ante la invasión de Carlos D´ Anjou en 1282, que fueron considerados heroicos, y que se actualizó en las guerras napoleónicas con sentido similar. En buena medida fue el estreno de la película El Padrino lo que influyó determinantemente para remoldear el concepto.
De hecho, remontándonos a décadas anteriores, González Herrera había jugado un papel protagónico en la destitución del rector José Fuentes Mares por considerarlo antijuarista. De alguna manera conocía el camino, que lo había convertido en una especie de guardián
del liberalismo universitario. Si no me equivoco fue en aquel entonces cuando surgió la famosa “Mafia” en la universidad.
Me reunía yo también periódicamente a comer con el maestro Fuentes Mares. Comíamos en El Salignac, donde era chef su gran amigo Víctor Armendáriz, excelente cocinero, a quien traía los menús de magníficos restaurantes que visitaba en sus viajes por el mundo y Víctor replicaba los platos. Nos juntábamos desde que él era director de Novedades y yo de El Fronterizo. Para el 85 ya había él dejado el periódico de Eloy Vallina.
En una ocasión, por ahí de mayo o junio, ya con el movimiento universitario en boga, fue inevitable recordar su propio caso cuando fue obligado a renunciar como rector, por petición del gobernador Teófilo Borunda, quien paradójicamente lo había invitado a ocupar la rectoría, como era la costumbre en una época en la que aún no existía la autonomía, por cierto propuesta por Fuentes Mares, pero lograda hasta el gobierno de Oscar Flores.
¿Tuvo usted algún enfrentamiento con algún funcionario federal en aquel entonces?, le pregunté.
-“Ningún funcionario federal hablaba más que con el gobernador, me respondió. Pero es cierto. Me vieron como una amenaza al sistema. Alguien los convenció de eso. López Mateos fue el único presidente que me dijo que no le gustaba lo que yo escribía. Y cuando invité a Vasconcelos a que viniera a Chihuahua y vino, Saúl aprovechó la circunstancia. Fue él quien me sucedió en la rectoría. Lo que es absolutamente falso es que hubiera alguna conspiración vasconcelista contra el gobierno y mucho más ridículo que yo fuera parte. De hecho, cuando Vasconcelos vino a Chihuahua, en tren, ya estaba muy enfermo y murió unas semanas después. La verdadera conspiración la armó Saúl para destituirme.
- “Y mire, ahora es de nuevo Saúl el que agita a la universidad, quizá con razón –agregó-. Pero su objetivo es otro, ya no la universidad, sino el gobernador. El mismo que lo hizo tesorero. Ahora va contra él”.
Y a continuación me afirmó sin dudarlo: “Saúl va a terminar derrocando a Ornelas”.
Para Fuentes Mares el movimiento era perfectamente claro y no había nebulosas que ocultaran su sentido primordial.
No era el único que lo advertía. Lo mismo me comentó, con otras palabras, Francisco Rodríguez Pérez, presidente estatal del PRI:
“Mi gober está siendo muy ingenuo”, me dijo en confianza de amigos.
Un rasgo de la astucia política de Saúl fue acomodar como “intermediario entre las partes” del conflicto a su dedo chiquito Miguel Etzel Maldonado. “Por supuesto nos ayudó un poco más a nosotros”, comenta en el libro de Zermeño el principal líder estudiantil del movimiento Alfredo de la Torre.
En síntesis, coincido ampliamente con Jaime García Chávez en lo expresado en la página 4 de su folleto que distribuyó el día de la presentación del libro de Martín Zermeño en el repleto Polyforum de la Facultad de Filosofía y Letras, donde dice: “…se utilizó y aprovechó al movimiento estudiantil, que tenía repugnancia por el rectorado de De las Casas, para sacar de la gubernatura a Oscar Ornelas”.
Aun coincidiendo, yo precisaría que no sólo se aprovechó y utilizó, sino se orquestó y auspició el movimiento desde las altas esferas de la política nacional, entendiendo a éstas como la Secretaría de Gobernación y la entonces poderosa CTM uno de los pilares del PRI de indudable influencia. Contrario a la función tradicional de gobernación de ser apagafuegos, en este caso fue el activo incendiario y proveedor de combustible.
En el libro de Zermeño y en su presentación Rubén Torres Medina y Patricia Ruiz mencionan algo en lo que coincidieron y en lo que claramente se quedaron muy cortos: fue un movimiento “inducido”, repitieron uno y otra.
Parecieran referirse a que no fue un movimiento que hubiera surgido “espontáneamente”, o de alguna fuerza etérea sin nombre ni rostro, algo iluso e imposible. Pero lo que no dijeron ni intentaron aproximarse a una explicación fue, a su parecer, quién lo indujo.
De Torres Medina es indudable que tuvo la suficiente información de la presencia de la mano de Saúl González Herrera moviendo la cuna, tan cercano a él sus hermanos Rodolfo, Raúl y Roberto. Resulta sorprendente, por usar un eufemismo, que cuando Martín Zermeño le pregunta a Rubén Torres Medina -palabras más o menos- si detrás del movimiento había un conflicto entre dos bandos del PRI, uno encabezado por González Herrera y otro por Oscar Ornelas, Torres Medina responde: “pienso que puede haber algo de conjeturas”(… pero) “que había gente identificada con Don Saúl es cierto”.
Según el diccionario “conjetura” es una afirmación que se supone cierta pero no ha sido probada.
¿No es la caída de Ornelas una prueba irrefutable?
¿No fue acaso en lo que desembocó el movimiento universitario?
¿Y que Gonzáles Herrera lo haya sucedido?
¿No es una prueba evidente que el rector después del movimiento haya sido precisamente su hermano Rodolfo Torres Medina, cuya única fuerza en la universidad era la de su padrino Saúl González Herrera?
Dos páginas después, Rubén ya no duda, sino afirma contundentemente dejándose de “conjeturas”: “Cuando el 85 hubo personajes que se aprovecharon del movimiento para lograr objetivos políticos, incluso contra el gobernador”.
Y recomienda a los universitarios actuales “cuidar la universidad…para evitar que una vez que se enrarezca el ambiente externo llegue a la universidad”.
Es decir, que no suceda lo que en el 85, cuando el “enrarecimiento” del ambiente externo efectivamente llegó a la universidad.
¿Y acaso Patricia Ruiz no lo sabía también?
¿No fue plenamente consciente la entonces joven “izquierdista” que su participación estaba en evidente sincronía y beneficiaba directamente al interés de un ala del PRI, específicamente la más reaccionaria, la más opuesta a la democracia?
En la entrevista con Zermeño en el libro lo dice claramente: Había intereses que querían hacer un recambio del grupo político que gobernaba en el estado y de alguna manera supieron cómo llamarnos a los estudiantes y…pues nos sumamos… nos tocó ir a levantar a las facultades…explicarles cómo era una oportunidad muy grande para Chihuahua, que cambiara el derrotero…”
Pero luego agrega una frase de intrínseca incongruencia: “…a ver si podíamos inclinar un poco la balanza a favor de la democracia”.
En realidad, todo lo contrario: su propósito en los “derroteros” del Estado de Chihuahua era frenar el avance de la democracia.
¿Acaso para no entrar en el tema fue que la hoy embajadora prefirió apartarse en su intervención durante la presentación por completo del tema del libro y robar el tiempo que le correspondió como presentadora para hacer propaganda y demagogia absolutamente fuera de lugar en favor de su “movimiento”, como ella llama al oficialismo que hoy defiende?
Más allá de particularidades es indudable que un factor altamente contribuyente al desenvolvimiento de aquellos hechos fue la tibieza de Ornelas en el ejercicio del poder.
Otro gobernador -como Oscar Flores, Manuel Bernardo Aguirre, o prácticamente cualquiera- hubiera parado en seco a De las Casas desde un principio, por la salud de la universidad, del estado y de su propio gobierno, aunque el rector se hubiera resistido; y de hecho De las Casas se resistió cuando Ornelas le dijo -ya demasiado tarde- frente a los directores de las escuelas y facultades que debía renunciar, respondiéndole que “usted no me eligió señor gobernador, me eligió el Consejo Universitario”, desafío que lanzó el pato conociendo y partiendo de la debilidad de Ornelas y su urticaria por ejercer el mando.
Y particularizando en mi caso como director de El Heraldo, toco el tema brevemente. El 10 de junio escribí la columna Ráfagas que se publicaría el día 11 con una serie de detalles informativos que probaban que detrás del movimiento universitario se enmascaraba la intención de derrocar al gobernador Ornelas. La envié a taller a eso de las 6 de la tarde.
Mi director regional, Carlos Figueroa Sandoval, entró un par de horas después a mi oficina y, algo exaltado me dijo que había surgido una emergencia en Durango, donde la oposición al PRI y específicamente a Máximo Gámiz Parral, había organizado una gran manifestación protestando por la intención de robarse las elecciones del domingo 7, denunciando específicamente a Bartlett, y en la plaza pública se había formado una gran pila con ejemplares de los periódicos de Vázquez Raña y se les había prendido fuego, levantando una gran hoguera. Durango formaba parte de la región a cargo de Figueroa.
Me dijo que era urgente que me fuera a Durango e hiciera lo posible y lo necesario para apaciguar la ira de los duranguenses contra los periódicos, que los consideraban instrumentos del intento de imponer a Gámiz. Como no había vuelos, un chofer me condujo por tierra. Debí partir de inmediato, sin cerrar la edición que quedó a cargo de Figueroa.
Llegué a Durango de madrugada el viernes 12 y tenía en el hotel un mensaje de Figueroa pidiéndome que me comunicara a Washington con Vázquez Raña al amanecer. Así lo hice. Vázquez Raña me dijo: “ya me informó Figueroa que te envió para allá, no confía en el subdirector regional -Ángel Torres Pereyra, a quien por organigrama hubiera correspondido la misión-. Te encargo mucho. Que te valga un bledo la pinche diputación, hay que salvar los periódicos.
Supe así que la orden de que yo fuera a Durango no había surgido de Vázquez Raña, sino fue ideada por Figueroa, pero me dio confianza la instrucción tan clara.
Luego hable con quien era mi asistente en El Heraldo y lo primero que me informó fue que de la columna Ráfagas que yo había escrito antes de partir no se había publicado ni una sola línea. El resto de la primera plana apareció tal como yo la armé.
Así fue como quedé fuera del tablero en lo referente a la cobertura informativa del movimiento estudiantil en El Heraldo.
Tuve que enfocarme en la misión de Durango y la dirección de El Heraldo la asumió Figueroa, aunque mi nombre siguió apareciendo en el cabezal.
Tomé el mando del periódico y el director local recibió órdenes de Figueroa de obedecer mis instrucciones y darle a conocer al personal que yo estaba a cargo. Rápidamente entré en contacto con los líderes de la oposición duranguense, gracias a la intermediación de mis contactos panistas y cedepistas en Chihuahua y de un amigo chihuahuense que era parte de la dirigencia del PSUM en Durango. Después del PAN, CDP-PRT y PSUM eran partidos fuertes en ese estado y habían participado en la manifestación del jueves. Contando con sus buenas cartas de recomendación, los convencí de que los periódicos no participarían en lo absoluto en un intento de imponer a Gámiz, que mi presencia era para hacer un manejo objetivo de la información, y los invité a que, de inmediato pusieran mi dicho a prueba y designaran plumas para que comenzaran a escribir en la sección de opinión de El Sol de Durango, donde tendrían espacios disponibles en lo sucesivo.
Al día siguiente, sábado, aparecieron en El Sol las primeras colaboraciones de los representantes de la oposición al PRI, que respondieron con gran rapidez, clamando por el respeto al voto. Igual que en Chihuahua, los resultados se darían a conocer el siguiente domingo.
Todavía la tarde del domingo Bartlett maniobró intentando modificar el resultado y vía el vicepresidente de la OEM en México Jorge Viart Ordoñez y del propio Figueroa, pretendieron que manejara la información en El Sol sin ser concluyente, dando espacio a que gobernación pudiera manipular. Me quedaba claro que no estaban procurando la suerte de Gámiz, sino atendiendo peticiones del Secretario de Gobernación.
No atendí sus presiones y me enfoqué sin concesiones en la línea que me señaló Vázquez Raña. Sólo él podía cambiar la instrucción y, por supuesto, no lo hizo. Ciertamente, se logró conjurar el sabotaje a los periódicos de OEM en Durango. La circulación se estabilizó en la semana y al siguiente domingo se había incrementado en 2 o 3 por ciento.
Supe así que la orden de que yo fuera a Durango no había surgido de Vázquez Raña, sino fue ideada por Figueroa, pero me dio confianza la instrucción tan clara.
Luego hable con quien era mi asistente en El Heraldo y lo primero que me informó fue que de la columna Ráfagas que yo había escrito antes de partir no se había publicado ni una sola línea. El resto de la primera plana apareció tal como yo la armé.
Así fue como quedé fuera del tablero en lo referente a la cobertura informativa del movimiento estudiantil en El Heraldo.
Tuve que enfocarme en la misión de Durango y la dirección de El Heraldo la asumió Figueroa, aunque mi nombre siguió apareciendo en el cabezal.
Tomé el mando del periódico y el director local recibió órdenes de Figueroa de obedecer mis instrucciones y darle a conocer al personal que yo estaba a cargo. Rápidamente entré en contacto con los líderes de la oposición duranguense, gracias a la intermediación de mis contactos panistas y cedepistas en Chihuahua y de un amigo chihuahuense que era parte de la dirigencia del PSUM en Durango. Después del PAN, CDP-PRT y PSUM eran partidos fuertes en ese estado y habían participado en la manifestación del jueves. Contando con sus buenas cartas de recomendación, los convencí de que los periódicos no participarían en lo absoluto en un intento de imponer a Gámiz, que mi presencia era para hacer un manejo objetivo de la información, y los invité a que, de inmediato pusieran mi dicho a prueba y designaran plumas para que comenzaran a escribir en la sección de opinión de El Sol de Durango, donde tendrían espacios disponibles en lo sucesivo.
Al día siguiente, sábado, aparecieron en El Sol las primeras colaboraciones de los representantes de la oposición al PRI, que respondieron con gran rapidez, clamando por el respeto al voto. Igual que en Chihuahua, los resultados se darían a conocer el siguiente domingo.
Todavía la tarde del domingo Bartlett maniobró intentando modificar el resultado y vía el vicepresidente de la OEM en México Jorge Viart Ordoñez y del propio Figueroa, pretendieron que manejara la información en El Sol sin ser concluyente, dando espacio a que gobernación pudiera manipular. Me quedaba claro que no estaban procurando la suerte de Gámiz, sino atendiendo peticiones del Secretario de Gobernación.
No atendí sus presiones y me enfoqué sin concesiones en la línea que me señaló Vázquez Raña. Sólo él podía cambiar la instrucción y, por supuesto, no lo hizo. Ciertamente, se logró conjurar el sabotaje a los periódicos de OEM en Durango. La circulación se estabilizó en la semana y al siguiente domingo se había incrementado en 2 o 3 por ciento.
El resto, quizá en alguna ocasión sea motivo de otro repensar.
El 12 de septiembre de 1985 el líder vitalicio de la CTM Fidel Velázquez Sánchez afinó la puntilla: pidió la desaparición de poderes en el Estado de Chihuahua “simplemente porque no hay gobierno”.
Como todos sabemos, el 19 de septiembre Oscar Ornelas renunció formalmente a su cargo como gobernador y lo sustituyó Saúl González Herrera. El propio Ornelas hizo todos los arreglos con el congreso la tarde y noche anteriores y les indicó a los diputados priístas quien sería su sucesor, como se lo habían ordenado “de México”.
Unos días después comí con Fuentes Mares, ya muy aquejado de leucemia y me dijo: ”Si Bartlett llega a ser presidente este país perderá todo lo poco que podemos tener de democracia”.
A fines de septiembre una amiga muy cercana que era consejera de una facultad de la UACH me preguntó: ¿Cuál es tu pronóstico, quién va a ser el próximo rector?
Le respondí sin preámbulos: Rodolfo Torres Medina.
¡Ay, no, cómo crees! ¿De dónde sacas eso? ¿Es broma?, me dijo entre asombrada y divertida.
No, le dije, ya lo verás.
¡Cómo se te ocurre!, me respondió. A ese señor nadie lo conoce. Me extraña que tú que siempre estás bien informado me digas eso.
Por supuesto, no insistí. No era propicio revelar mi fuente, un derecho periodístico inalienable.
El siguiente mes, Fito, discípulo dilecto de Saúl, asumió la rectoría. Su nombre había permanecido ajeno al escenario, pero por ser maestro reunía el requisito de elegibilidad, sin problema.
Alfredo de la Torre afirma en el libro de Zermeño que él lo propuso. Una revelación que ilustra sin duda alguna de dónde se nutría su línea.
Quiero subrayar mi cuestionamiento al concepto dado por hecho, de que Ornelas era el “conservador” y González Herrera el “de avanzada”, como se menciona, a mi juicio irreflexivamente, en prácticamente todos los ejercicios analíticos del libro. Me parece evidente que quien jugó el papel en favor de conservar el estado de cosas fue Saúl. Fue él, fueron Fidel Velázquez y Bartlett quienes maniobraron y lucharon por conservar el monopolio político del sistema oponiéndose a toda costa al avance de la democracia que estaba reclamando la sociedad mexicana de los 80 y continuó en los 90 y que, quiérase o no, la encarnaba el PAN.
Y era Ornelas el que estaba abierto al avance de la modernidad, reconociendo los triunfos de la oposición. Esa era la verdadera avanzada. Por supuesto, era incuestionable el derecho del PRI a buscar su permanencia en el poder, pero no mediante el fraude.
La elección de gobernador de Chihuahua en 1986 está grabada en la historia del estado y ya nos dará tema para repensarla en detalle en próxima ocasión.
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