
La desesperación de una madre pudo más que el cansancio, el miedo y la distancia.
Con el corazón en la mano, condujo por más de 15 horas desde la ciudad de Chihuahua, Chihuahua hasta Tijuana, Baja California, en busca de ayuda para salvar a su hijo de las adicciones, una lucha que miles de familias enfrentan en silencio ante la falta de apoyo real por parte de los gobiernos.
Su destino fue la clínica Jireh de la Patrulla Espiritual, un centro conocido a nivel nacional y encabezado por el creador de contenido conocido como “El Chiquilín”. Hasta ahí llegó la mujer, no por moda ni por redes sociales, sino por necesidad.
Porque cuando no hay respuestas, cualquier puerta que ofrezca esperanza se convierte en la última opción.
La madre relató que su hijo consume cristal, una droga que destruye no solo a quien la usa, sino también a todo su entorno familiar.
Asegura que buscó ayuda en su ciudad, pero se encontró con instituciones saturadas, tratamientos costosos y programas insuficientes, lo que la obligó a emprender el viaje por su cuenta.
Este caso no es aislado, pues las adicciones avanzan sin freno en colonias, comunidades y familias, mientras los apoyos gubernamentales resultan escasos, inaccesibles o inexistentes.
Centros de rehabilitación públicos limitados, falta de prevención, y una política que atiende el problema solo cuando ya es una tragedia.
La historia de esta madre es el reflejo de un sistema que ha fallado.
De familias que se sienten solas, obligadas a recorrer miles de kilómetros y a exponerlo todo con tal de rescatar a sus hijos.
Es también un llamado urgente a las autoridades para dejar de ignorar una crisis que crece día con día y que cobra vidas, hogares y futuros.
Mientras tanto, son los ciudadanos, las madres y los colectivos quienes, con recursos propios y fuerza emocional, siguen haciendo el trabajo que debería ser una prioridad del Estado: prevenir, atender y sanar.