
En tiempos donde la política se había convertido —como la de hoy en día, por cierto— en un concurso de sonrisas anchas, ensayadas, de pasta Colgate, y silencios y complacencias rentables, conviene recordar más vivo que nunca a Francisco Barrio Terrazas.
Lo conocí cuando yo trabajaba en el Congreso del Estado y él ya era Gobernador; ¿para qué sacar a colación la cantidad de veces en que yo, un simple muchachito de veintitantos años, no estuve de acuerdo con las decisiones que se adoptaban desde el Ejecutivo?; sin embargo, generoso, tal vez compasivo, me dio la oportunidad de trabajar con él en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, cuando era coordinador de la bancada. Al hablar, lo hacía con una mezcla rara de franqueza y serenidad que hoy casi no se encuentra; recuerdo eso porque en más de una ocasión me impresionó verlo escribir sus propios discursos. Eran magníficos si de su pluma salían.
Sin embargo, no quiero hablar de ese Pancho; del Barrio cercano, íntimo o personalísimo que muchos (yo no), tuvieron ocasión de tratar o frecuentar: yo no sé si era afable (me imagino que sí), piadoso (cuentan que sí), buen esposo y padre de familia (no lo dudo); ni me gustaría traicionar su memoria contando cosas que no sé o que no me constan.
Quiero hablar del “otro” Pancho; del Barrio público; del panista, del político, del símbolo. Pancho Barrio fue un hombre bronco; y no en el sentido folclórico que hoy en día se aplaude —esa rudeza impostada que cabe en un spot—, sino bronco por su carácter, sus convicciones, su ética que no pedía permiso ni concedía cuartel.
Como presidente municipal en Juárez y después como gobernador de Chihuahua fue un punto de quiebre; no porque haya sido perfecto —nadie lo es, nadie lo somos—, sino porque rompió con el guion; llegó al poder cuando gobernar desde la oposición todavía implicaba enfrentarse a inercias, sabotajes y resistencias reales; enseñó a los chihuahuenses, y a México entero, que el poder no es patrimonio, que el presupuesto no es caja chica y que la autoridad no existe para agradar, sino para corregir.
Al PAN le dejó una lección que hoy parece olvidada por sus sucesores: ganar no basta; gobernar exige carácter, congruencia, responsabilidad, decencia. Muchos de los que después presumieron, o presumen, de alternancia nunca estuvieron, ni están, dispuestos a pagar el justo precio; sólo necesitan disfrutar (ellos o sus amigotes) de sus desaforados apetitos en silencio y en paz.
En un país acostumbrado a la simulación existe una anécdota que ilustra el punto a la perfección: el imbécil de Javier Corral —ese felón de porquería— tuvo la desfachatez de dar a conocer que hace unos días se “despidieron” y que Barrio se iba feliz. ¿De veras? ¿El heredero espiritual de Barrio (porque a él le debe todo lo que es, excepto el último puesto, que se lo debe a AMLO), uno que se cagó en lo más limpio, que traicionó su obra y su memoria, tiene el descaro y el cinismo de hacer esa declaración?
En ese punto estamos en el país y en Chihuahua. Cualquiera con poder —mucho o poco, da igual— puede darse el lujo de mentir, de engañar, de burlar, de traicionar, de simular, de decir cualquier barbaridad porque ya no existe el valor de la palabra, de la honra, del ejemplo; porque la dignidad pública se halla pisoteada por esos quienes ya en el gobierno olvidan la obligación empeñada, los compromisos adquiridos, los favores recibidos; y quién o quiénes les ayudaron a llegar a donde están; piensan, esos imbéciles, que asumir el cargo es alocarse y empezar a hacer o deshacer con particular entusiasmo en nombre de una recién adquirida sabiduría u omnisciencia.
Barrio no fue de esos. De carácter duro, sí, lo suyo no era capricho: era entendimiento, deber, decoro, nobleza, saldo moral, oficio, valentía.
En Chihuahua, y en México, fue un parteaguas, un referente, un antes y un después.
Hoy que se habla tanto de liderazgo, convendría recordar el suyo: sin estridencias ni culto a la personalidad, sin necesidad de dejar huella en cada muro, en cada pared, en nimiedades —con pretensiones de Partenón—, en selfies vacuas e idiotas.
Descanse en paz Pancho Barrio, antes que político, un hombre entero y cabal.
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Luis Villegas Montes.