Impunidad

El lunes 4 de noviembre de 2019 fueron asesinados seis niños y tres mujeres en Sonora. Al margen de tantas opiniones, la masacre muestra a un gobierno federal desbordado, incompetente y vil. La enumeración no es arbitraria, sino precisa. El asunto de fondo es decisivo: nueve homicidios; tres mujeres y seis niños. Desde determinada perspectiva, a reserva de objetividad, la masacre conmueve no sólo por su violencia despiadada, sino por unas mujeres y niños, indefensos antes de estar indefensos, a merced de criminales sin escrúpulos.

El Presidente de la República ha decidido que la masacre es una masacre pero menos: que las mujeres y niños son menos mujeres y niños que el resto de mujeres y niños. “No pasa nada”; “Las cosas están bien”; “Tengo otros datos”; “abrazos y no balazos”; “Fuchi, guácla”. Todo un argumentario al servicio de la impunidad de unos criminales a los que prometió combatir. ¿Algún padre o madre volverá a abrazar a sus hijos, a su hija? ¿Alguna hija o hijo volverá a abrazar a su madre? Seguramente el presidente de México, ante la descomposición social y, por tanto, la del tejido económico, cultural, etcétera, repare en la indefensión en la que deja a sus conciudadanos, a los que llama pueblo en oposición al pueblo-círculo cercano. Se sabía que Andrés Manuel es un demagogo, que falta a la verdad a la inmediata oportunidad que puede cuestiónarlo. Se ignoraba que para él haya muertos de primera y de segunda, que haya criminales de primera y de segunda, que haya pueblo de primera y de segunda. La seguridad es una prioridad impostergable. Se ha repetido hasta la saciedad que no hay 4T sin seguridad. Y, sin embargo, repite el presidente que hay 4T sin seguridad. Dicho de otra manera, hay 4T a pesar de todo. ¿De verdad le creemos que hay 4T sin seguridad, con una ciudadanía expuesta, con un pueblo a merced del crimen organizado? ¿Creemos que hay 4T cuando mueren seis niños de manera impune, cuando son asesinadas tres mujeres de igual manera?

La seguridad es central, a pesar de tantas miradas hacia otra parte del gobierno federal. El combate a la impunidad no es únicamente en contra de la corrupción, sino en contra del crimen organizado. Este gobierno dizque combate a la corrupción (honrosas excepciones como Barlett, Gómez Urrutia, Sánchez Cordero, etcétera), pero desde luego no combate a la impunidad: Culiacán o los miembros de la familia Le Barón. La realidad se impone con la misma violencia con la que los sicarios aprietan el gatillo. Luego, los delincuentes desaparecen y queda la realidad. Frente a ella, nuestro presidente apela a los abrazos. La brutalidad de lo inmediato no tolera justificaciones y explicaciones. Requiere acción. Exige relegar esos abrazos ante la exigencia de lo real. De nuevo, la realidad se impone a un ejecutivo que piensa que con palabras puede domesticarse una violencia desbocada. Necesitamos certezas, necesitamos seguridad, exigimos acciones encaminadas a preservar la seguridad, puesto que es mandato constitucional de quien asume la presidencia. Es hora de que el presidente comience a ejercer de presidente, que llame las cosas por su nombre, que no se escabulla, que no se esconda. López Obrador prometió luchar en contra de la impunidad. No ha empezado. Es tiempo de que en lugar de decir tonterías en las mañaneras, se dedique a los que votaron y no votaron por él. Es tiempo de un Presidente de México y no de un merolico. Es tiempo de que entre todos resolvamos un conflicto que parece no tener fin.