López Obrador utilizó una falacia para justificar lo injustificable: “no podían arriesgar la vida de las personas por la detención de un presunto delincuente… dice, Nosotros no vamos a optar nunca por la Guerra… lo que nos importa es la vida de las personas. Nuestros adversarios, corruptos, aplicaron una política de confrontación y guerra, y esa política insensata, produjo masacres, muertes. Había una decisión de arrasar”. En Culiacán se pusieron en riesgo muchas vidas, pero no fue la decisión del Presidente de México ni del gabinete de Seguridad la que las salvó, sino precisamente la que las puso en riesgo. La primera decisión fue la planeación de un operativo que nunca debió de ejecutarse. La responsabilidad no fue de la guardia nacional que cumplió con su cometido. Toda la responsabilidad recae en el Secretario de Seguridad y en el Presidente de la República. Esa misma decisión de rendir a las fuerzas armadas frente al crimen organizado fue consecuencia de esa primera decisión. Dice Andrés Manuel que en Cualiacán se aplicó un modelo distinto al empleado hasta ese momento: las vidas de los ciudadanos por encima de la aprehensión de un criminal. No es cierto, el modelo que se aplicó en Culiacán fue la ignorancia, la incompetencia y la arrogancia por encima de las vidas de los ciudadanos.
Si considera López Obrador que utilizando palabras puede tergiversar la realidad de la violencia vuelve a equivocarse. En Sinaloa se desplegó todo lo que la violencia significa frente a un gobierno irresponsble y una ciudadanía estupefacta. El gobierno federal representado por las fuerzas armadas se rindió con armas y bagajes ante el crimen organizado. Andrés Manuel capituló frente al enemigo. Disfrazar la vejación de estrategia humanitaria es un truco de magia en un kínder. La tragedia descubrió el escenario de Sinaloa: un Estado tomado por el narcotráfico; una legalidad que no existe; un estado de derecho desaparecido; una ciudadanía abandonada y huérfana. Culiacán es un antes y un después en este gobierno. Con un presidente y su partido únicamente interesados en acosar a los adversarios políticos, han olvidado al verdadero enemigo de la sociedad.
Estos sucesos alteran el escenario político para las elecciones intermedias de 2021. Hasta ahora, MORENA y el Ejecutivo se han dedicado a fomentar políticas clientelares, han reforzado a los super delegados en los estados, han presentado iniciativas para disminuir el presupuesto de los partidos y las campañas, han rebajado las partidas del INE, amenazan con desaparecer los OPLES de los Estados, etcétera. De repente, apareció la violencia que ni siquiera era factor considerado dentro del gobierno. Y apareció de tal manera que no se puede voltear a ninguna parte sin mirarla frente a frente. La violencia se ha hecho presente y estremece a una sociedad impotente. Todos los proyectos de la 4T se desvanecen como un castillo de naipes. La esperanza muda en desesperación. El lenguaje de López Obrador (“abrazos y no balazos”, “los malos no se combaten con los malos”) sucumbe frente a la realidad. Frente a la tragedia física y moral, a López Obrador sólo se le ocurre sacarse un conejo de la chistera.